Investigación científica

El amor en un tubo de ensayo

Este sentimiento es uno de los mayores desconocidos para la ciencia. Los expertos buscan su rastro en hormonas, indagan su razón evolutiva e intentan explicar el contacto romántico... pero, por el momento, con poco éxito. Eso sí, se sabe que no existen dos besos iguales

Homenaje artístico al amor. Una copia del beso de Rodin que el museo de Filadelfia le dedica al escultor y que celebra con una muestra los 100 años de su muerte
Homenaje artístico al amor. Una copia del beso de Rodin que el museo de Filadelfia le dedica al escultor y que celebra con una muestra los 100 años de su muertelarazon

Este sentimiento es uno de los mayores desconocidos para la ciencia. Los expertos buscan su rastro en hormonas, indagan su razón evolutiva e intentan explicar el contacto romántico... pero, por el momento, con poco éxito. Eso sí, se sabe que no existen dos besos iguales

¿Qué amor va a celebrar usted hoy? Porque amores, amores, hay muchos. El de la madre o el padre que protegen y crían a sus hijos, el apasionado encuentro hormonal de los amantes primerizos, el profundo sentimiento de respeto hacia los que nos hacen compañía durante tantos años, el amor divino a un dios... La ciencia tiende reducir todo a su mínimo común denominador. De manera que, cuando se embarca en la aventura de entender mejor qué cosa es el amor, suele fijarse en una definición más o menos física, más o menos química, más o menos psicológica de una emoción fieramente humana. Pero el amor son demasiadas cosas para que quepan en el matraz, la placa petri o la pantalla del TAC. Algunas culturas usan hasta 10 términos diferentes para referirse a las distintas manifestaciones de esa pulsión. Por eso, la ciencia del amor sigue estando en pañales.

Aún así, los científicos hacen lo que pueden. Miran en el interior del cerebro para buscar rasgos de actividad propios de la neurona enamorada; rastrean el impacto bioquímico de la sensación de querer a alguien por encima de todas las cosas; analizan hormonas que se desatan a la llamada gloriosa de la pasión; indagan si existe una razón evolutiva que justifique que el ser humanos sea, quizá, la única especie animal que se enamora, como si caer en el lazo de Cupido hubiera sido una ventaja para la supervivencia. ¿Ha tenido algún éxito la investigación en su empeño de meter al corazón amante en un tubo de ensayo?

Gordon Gallup, psicólogo evolutivo de la Universidad de Albany en Nueva York es uno de los científicos que más ha hecho por buscar respuesta a esta pregunta. En uno de sus últimos trabajos se ha dedicado a analizar una de las manifestaciones primeras, más espontáneas y universales del amor: el acto de besar. Según sus trabajos, existen fundadas razones para pensar que el beso es, antes que nada, un medio de intercambio de información química que viaja entre olores y sabores. Puede que ese sea el origen prosaico y primitivo del acto de besarnos, que nos retrotrae a un tiempo en el que tanto compartíamos con otros primates. Pero es evidente que hoy, el ósculo se ha refinado en nuestro comportamiento tanto que no existen dos besos iguales.

De hecho, estudios realizados con microcámaras de vídeo han determinado que el modo en el que besamos casi forma parte de nuestra identidad. De hecho, el beso del hombre es distinto al de la mujer. Él tiende a abrir más la boca y deposita más cantidad de hormona testosterona en la saliva. ¿Una invitación a seguir aumentando la libido? Ella dedica más tiempo al beso y presenta una mejor habilidad para reconocer en él rasgos agradables o desagradables de la pareja. Según un estudio de antropólogos de la Universidad de Bochum en Alemania, el 90% de las culturas que han pisado la faz de la Tierra contemplan el beso romántico o sexual. Un 10% no se han besado nunca, pero emplean otros sistemas de intercambio de información como frotarse las mejillas o tocarse la cara.

Cuando se observa el comportamiento romántico al microscopio es difícil definir si el amor es una emoción o un sentimiento ¿es racional o espontáneo? ¿Lo elegimos como elegimos a qué partido votar o nos viene dado como el gusto por una sinfonía o el miedo a las arañas?

Nick Haslam, profesor de Psicología de la Universidad de Melbourne (Australia) lleva años investigando el tema para llegar a la conclusión de que el amor es una emoción. Es cierto que nos puede provocar sentimiento más o menos racionalizados, pero parte de una catarata espontánea de sucesos bioquímicos. Como en el caso de otras emociones humanas (el odio, el miedo, la alegría...) hay un set de hormonas que se relaciona directamente con la capacidad de amar. De hecho, la neuroendocrinología es capaz de determinar hasta qué punto el enamoramiento es hormonal.

Jim Pfaus, biólogo de la Universidad de Concordia (Canadá), ha analizado este proceso desde la perspectiva de la química. Para él, el amor es la antesala del intercambio sexual. El contacto romántico aumenta indefectiblemente el flujo de sangre a los genitales, incrementa el ritmo cardiaco, agranda las pupilas.... «todo ello, dice, no es más que una reacción fisiológica que prepara el cuerpo para el contacto con otro».¿Pero entonces qué ocurre con el resto de las manifestaciones amorosas, querido Jim? ¿dónde queda en su modelo el amor incondicional de madre?

Hay que recordar que a Pfaus le llaman el «científico punk del sexo». Demasiado reduccionista en su visión. Aunque, quizá también seamos todos algo reduccionistas. De hecho, un día como el de hoy en realidad no celebramos el amor materno o paterno, o el amor de la amistad. Hoy vamos a lo que vamos.

Y a lo que vamos es a reconocer que enamorarse nace en parte de un cóctel hormonal. La oxitocina, la serotonina y la vasopresina se alían con Cupido en el trance. La primera genera un sentimiento de unidad con otros. Su pico de actividad se experimenta cuando una mujer da a luz. Preparar el cuerpo para empezar la lactancia. También se activa enormemente tras un orgasmo. En ambos casos está ligada a los lazos más íntimos que un ser humano puede estrechar.

La serotonina está implicada en la sensación de tranquilidad que experimentamos al estar junto al amado o amada. La tercera, la vasopresina, es llamada la molécula de la monogamia. En roedores donde se ha activado su presencia artificialmente se ha detectado mayor tendencia a no cambiar de pareja.

La marca hormonal del amor es tan grande que, en ocasiones, se puede oler. En 1995 se hizo célebre un estudio de la Universidad suiza de Berna en el que se pidió a un grupo de mujeres que olieran una serie de camisetas sin lavar. También se realizaron análisis de sangre para determinar el estado del sistema inmune de los hombres que cedieron las camisetas. Las mujeres tendían a elegir las camisetas de los hombres más sanos (sin conocerlos). ¿Es el amor una señal química de que hemos encontrado a la persona que nos hará más felices, que garantizará más tiempo de vida sana y criará mejor a nuestros retoños?

El amor es todo eso, nada de ello y más... No desespere. Si la visión científica de este acto humano le ha perecido triste y fría consuélese con la idea de que, en realidad, la ciencia, no sabe nada del amor. Feliz San Valentín.

Enfermos de amor

►Alexitimia

Es la incapacidad de hacer corresponder las palabras con las emociones, así como también otras características sintomáticas que se asocian a ella. Es como si la persona que la sufre estuviera privada de sentimientos. El conflicto surge por un problema de conexión entre los dos hemisferios cerebrales.

►Limerencia

Muchos la consideran la verdadera enfermedad del amor. Es un trastorno obsesivo-compulsivo que se crea por parte de la persona enamorada cuando la otra persona no le corresponde. En este caso, sería muy oportuna la frase «perder la cabeza por amor». Están enamorados del propio amor.

►Filofobia

Es una patología completamente opuesta a la anterior, ya que es el temor a enamorarse. Son personas que tienden a buscar defectos a la pareja, se enamoran de personas inalcanzables o se aíslan emocionalmente al sentir que la otra persona se está acercando demasiado.