Investigación científica
El amor sirve para algo
Estudian en pájaros las razones por las cuales los humanos nos enamoramos
Estudian en pájaros las razones por las cuales los humanos nos enamoramos
¿Es el amor un buen negocio? Desde el punto de vista meramente biológico, por supuesto, muchos expertos han pensado que enamorarse es una lata. Primero, porque expone a los seres humanos a un trabajo de selección realmente exigente. Caer en las garras de Cupido y unirse eternamente a una persona exige un largo proceso de selección de las amistades, preparación de la citas, ejecución del cortejo, exposición al rechazo, citas intempestivas, sacrificos y renuncias... hasta lograr el ansiado «sí, quiero». Segundo, porque es menos prolífico. Una especie asexual, que no requiera la interacción con una pareja afín, produce como media el doble de crías útiles que una sexual. Tercero, porque puede ser una fuente de frustraciones y desengaños que en algunos casos superan los límites de lo patológico y, cuarto, porque se necesitan ingentes cantidades de energía para que su función tenga éxito. Piensen en la cantidad de genes destinados a hacer crecer lustrosas cornamentas al macho cabrío, a pintar de colores llamativos las plumas de las aves, a realizar incómodas danzas prenupciales, a diseñar eficaces órganos genitales que sirvan para canalizar los espermatozoides, a fabricar hormonas, células sexuales, placentas, feromonas, largas cabelleras rubias, formas voluptuosas, abdominales en forma de tabla o ferraris descapotables... Todo ello con el único fin de seducir, encontrar pareja y perpetuar la especie.
A pesar de todo, los seres humanos nos enamoramos. Y parece evidente que el amor (es decir, la pulsión que nos mueve a desear unirnos emocionalmente a un congénere más allá de la mera satisfacción del instinto sexual) es parte sustancial de nuestro modo de comportarnos en pareja, algo que, en teoría, no les ocurre a otras especies. Es sabido que, en términos evolutivos, ningún comportamiento es gratuito. Si el amor existe, ha existido durante milenios y ha esculpido nuestro desarrollo social es porque ha de tener alguna función, debe suponer algún beneficio para la especie. De no ser así, habría desaparecido como lo hizo la cola retráctil de nuestro trasero o le prestaríamos la misma atención que le prestamos ahora al apéndice.
- Pero, ¿cuál es esa función?
Un estudio muy curioso realizado con aves ha querido responder a esta pregunta. Se publicó ayer en la revista «PLOS Biology» a cargo de varios expertos del Instituto Max Planck de Ornitología. Para ello han analizado el comportamiento de los pinzones cebra, unos pájaros originarios de Australia que se desenvuelven en cierto modo como los humanos en sociedad: son monógamos, tienden a formar parejas estables durante toda su vida, eligen a su compañero o compañera guiándose por patrones individuales de afinidad y comparten el cuidado de la prole.
Los investigadores estudiaron el modo en el que 120 parejas de aves habían formado una familia. A la mitad de ellas les dejaron desarrollar su vida común con normalidad. Pero a la otra mitad se les hizo la vida más difícil: se les separaba del nido y se les ponía en ambientes cerrados junto a otros machos o hembras que no eran su pareja. Tras este ejercicio se volvieron a reunir todas las parejas en aviarios confortables para estudiar cómo era su proceso de reproducción.
Sorprendentemente, el número de huevos fertilizados que llegaron a desarrollar pollos sanos fue un 37% superior en las parejas que vivieron su amor feliz y libremente frente a aquéllas a las que se impidió darse el cariño que buscaban. Estas últimas pusieron un tercio más de huevos fallidos y el número de polluelos fallecidos tras nacer fue también mayor. La mayoría de las muertes tuvo lugar en las primeras 48 horas de vida de las crías, el momento más sensible, cuando mayor es la necesidad de atención y cuidado de los hijos.
Las parejas que habían sido forzadas a convivir terminaron en muchos casos procreando, pero siempre copularon con menor frecuencia, las hembras se mostraron menos dispuestas a reaccionar al cortejo y las crías fueron peor cuidadas. Hubo entre ellas, también, mayor número de infidelidades.
Los investigadores han deducido que este pájaro elige a sus parejas por motivos que no son necesariamente evidentes desde fuera (no siempre se elige al macho más llamativo, más poderoso o con un pumaje más colorido). Hay otros factores que «estimulan» la elección y dichos factores parecen predisponer a la pareja a una unión más duradera, sana y prolífica. ¿Es eso amor?
El plumaje y el cortejo aviar
Los pavos son el paradigma del cortejo entre aves en lo que a rasgos de apariencia se refiere. Otras especies, como el manisero, basan su atracción en una danza que los machos efectúan alrededor de la hembra.
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