Astronomía

Hallan las estrellas más viejas de la galaxia

Recreación de una hipernova.
Recreación de una hipernova.larazon

Investigadores de la Universidad de Cambridge y de la Nacional de Australia podrán acceder con este descubrimiento a información sobre el origen del resto de los astros del espacio: cómo nacieron y cómo murieron.

Para conocer nuestra propia historia, para reconstruir nuestro devenir por este mundo y saber mejor lo que somos, podemos iniciar dos caminos. Podemos preguntar a los que nos rodean, a nuestros padres y abuelos, indagando en las historias de las que ya no conservamos recuerdos, o podemos mirar en nuestro interior para tratar de rescatar episodios, anécdotas, sensaciones...

Pues exactamente lo mismo ocurre con el Universo. Si los astrónomos quieren investigar cómo fueron los albores del cosmos, qué ocurrió en los primeros latidos del espacio y el tiempo, pueden tratar de salir fuera, escudriñado las estrellas más lejanas que, por ende, fueron las más primitivas, o pueden mirar al centro de nuestra propia galaxia, una suerte de ombliguismo que pretende hallar allí las huellas del nacimiento de nuestro hogar. Se supone que en el corazón de la Vía Láctea, en las regiones más recónditas de nuestros cielos nocturnos, aún queda el remanente de lo que fue un embrión de cosmos hace miles de millones de años.

Ahora, un equipo de investigadores de la Universidad de Cambridge y de la Universidad Nacional de Australia ha identificado las estrellas más antiguas de esa zona interior de la galaxia que habitamos, estrellas que contienen información sobre el origen del resto de las estrellas del espacio, sobre cómo nacieron y, sobre todo, sobre cómo murieron.

Poco después del Big Bang, el gran estallido inicial que dio origen a la materia y al tiempo, el cosmos estaba compuesto por muy pocos elementos: fundamentalmente hidrógeno, helio y pequeñas cantidades de litio. El resto de los componentes del universo fue naciendo después, amasados en los hornos de las estrellas que aparecían por doquier. El oxígeno que hoy respiramos, el hierro que corre por la sangre de nuestros hijos y el sodio que echan a la pasta de dientes llegaron hasta la Tierra después de ser expulsados por una estrella moribunda en los orígenes del espacio. Los científicos buscan estrellas muy pobres en estos elementos, sobre todo muy pobres en metales, porque eso significa que son estrellas muy viejas, astros que vivieron antes de que toda la paleta de elementos terminara de dibujarse.

Además, se supone que las estrellas más antiguas nacieron en el centro de las galaxias. Aun así, hasta ahora la mayoría de las estrellas analizadas allí eran ricas en metales, muy similares, por ejemplo, a nuestro Sol, que es una estrella relativamente reciente. No tenía mucho sentido que estrellas que, en teoría, nacieron 7.000 millones de años antes que el Sol tuvieran la misma composición.

Los expertos de Cambridge y Australia han tratado de resolver esta paradoja. ¿Y si lo que ocurre es que no sabemos bien dónde mirar? Existe un curioso chiste que se repite en las reuniones de aficionados a la astronomía. Un hombre se encuentra a un borracho agachado buscando algo debajo de una farola.

–¿Qué busca, caballero?

–Las llaves de mi casa–responde el borracho

–¿Y las ha perdido justo aquí?

–No, es que aquí hay luz

Algo similar ocurre con la astronomía: por desgracia, sólo podemos encontrar cosas donde hay luz. La mayor parte de los fenómenos del cosmos se escapan a nuestro escrutinio porque no están iluminados por ninguna fuente de radiación. (Cuando se habla de luz, no significa precisamente luz visible; el cosmos también está iluminado por ondas de radio, infrarrojos, ultravioleta, rayos gamma...). El nuevo hallazgo ha consistido precisamente en buscar luz. Se sabe que las estrellas de menor contenido en metales pueden brillar en tonos más azulados. Utilizando el telescopio ANU SkyMapper de Australia, los científicos rastrearon 14.000 estrellas del centro de la Vía Láctea y descompusieron su radiación lumínica, como se hace con un prisma y la luz del Sol.

De ese modo, pudieron seleccionar las que brillaban más cercanas al espectro de los azules. Encontraron 23 candidatas muy pobres en metales. Luego, enfocaron hacia esas candidatas otro telescopio gigante en el desierto chileno de Atacama. Así descubrieron nueve estrellas con un contenido en metales equivalentes a la milésima parte de los que tiene el Sol. Una de ellas contiene sólo una diezmilésima parte. Es la estrella con menor contenido metálico jamás detectada en nuestra galaxia.

El último paso fue analizar sus movimientos. De ese modo se pudo comprobar que siete de esas estrellas habían permanecido siempre en el centro de la galaxia, lo que significa que fueron formadas precisamente cuando la galaxia, y por ende, el cosmos, acababa de nacer. De hecho, son estrellas primitivísimas que murieron hace miles de millones de años. Y lo hicieron de manera muy violenta, en forma de hipernova. Una hipernova es un fenómeno diez veces más luminoso que una supernova. Cuando explota así, la estrella en cuestión deja una huella química que viaja durante miles de millones de años por el universo. Tanto como para poder ser captada por los telescopios de la Tierra hoy en día. Es el testamento de aquellas estrellas primitivas que nos permite saber cómo fueron: una especie de cámara funeraria con recuerdos de un astro muerto que ahora, los astrónomos, pueden utilizar para reconstruir su biografía.