El equipo

Un circo con funambulistas y domadores de leones

Como ocurre en el circo, los perfiles humanos de un equipo que vive en constante tensión pueden caricaturizarse. Trabajar con este elenco de personajes no es fácil.

Sergio Alonso
Sergio AlonsoLa Razón

Recuerdo que cuando empezamos pocos daban un duro por nosotros. La mayoría decía que teníamos los días contados y que echaríamos el cierre en cuanto se nos acabase el papel.

Otros recordaban los casos de «El Independiente» y «El Sol», dos periódicos obligados a cerrar a los pocos meses de su nacimiento porque no lograron hacerse con un nicho de un mercado que ya por aquel entonces empezaba a menguar. «A vosotros os pasará lo mismo», aseguraban ufanos.

Los había también conchabados con la competencia que no paraban de ponernos palos en las ruedas. LA RAZÓN era un medio nuevo e incómodo para el poder, que no se sabía por dónde podía salir, como quedaba acreditado tras la primera portada. En ella, Jesús María Zuloaga, el gran Zulo, contaba en primicia las primeras condiciones que ETA quería imponer al Gobierno que por aquel entonces dirigía José María Aznar. Era 1998, el 5 de noviembre exactamente, cuando salió publicada, y ya había muchos que habían iniciado la cuenta atrás para nuestro cierre.

Para colmo de males, la plantilla, muy joven, nacía dividida en tres estamentos. Los que tenían el poder procedían del ABC. El segundo grupo, mucho más reducido, estaba formado por periodistas procedentes de Z. Aterrizaron como paracaidistas para completar la cuota en redacción de uno de los accionistas, y estaban capitaneados por Jesús Rivasés, otro grande en todos los sentidos.

Luego estaba un tercer grupo que ni pinchaba ni cortaba. Gente con no demasiada experiencia pero con muchas ganas de comerse el mundo, llegada de medios diferentes. En mi caso, del Grupo Recoletos. Fueron aquellas semanas duras en las que hubo fricciones y añagazas, y en las que, paradójicamente, el coste de las promociones hacía que cuanto más vendiéramos más dinero perdiéramos.

A los dos meses escasos, las perspectivas sobre nuestro futuro seguían siendo lúgubres. Hasta por el Insalud que entonces comandaba Alberto Núñez Feijóo, que era por donde yo merodeaba por mis vínculos con el mundo sanitario. Con todo, el periódico aguantó y experimentó un sorprendente repunte de ventas en el verano de 1999. Sobre todo entre los veraneantes de la zona del Mediterráneo.

Las promociones de Andrés Navarro, hoy CEO, y la conexión de los artículos con los lectores obraron el milagro. Aquella fue la rampa de lanzamiento de un proyecto ilusionante y asfixiante a partes iguales. Nunca antes trabajé más y nunca después volví a hacerlo tanto, salvo durante la muerte de Juan Pablo II y en los seis primeros meses de la pandemia, dos momentos frenéticos.

Más bien, taquicárdicos. Con la mejoría, las relaciones en la redacción también lo hicieron. Los que venían de ABC se abrieron a los demás y demostraron ser unos auténticos cachondos. Con contadas excepciones, el periodismo corría por sus venas.

Los del grupo Z dejaron a un lado sus desavenencias y se sumaron a la fiesta, y los restantes abandonamos nuestra timidez y no fuimos menos. La redacción, como un uno, germinaba y sus frutos se tradujeron en decenas de portadas ansonianas rompedoras, de las que los demás medios hablaban, aunque fuera para criticarlas.

Éramos una rara avis dentro de la prensa conservadora. Recuerdo, por ejemplo, que criticamos duramente a algunos ministros de Aznar porque su desempeño dejaba bastante que desear.

Mantuvimos los principios fundacionales que iluminaron nuestra apertura y a la vez que defendíamos la unidad de España, nos posicionábamos en defensa de la vida. Pero también dijimos «no» a la guerra de Irak, en lo que fue un gran acierto de José Antonio Vera, entonces director, y el tiempo le dio la razón.

En esa época me encomendó poner en marcha A Tu Salud, un suplemento colmado de éxitos que ya va para los 22 años de existencia, con 51 premios a sus espaldas. Capitanearlo fue siempre para mí un motivo de orgullo y a la vez una especie de piedra de Sísifo porque tuve que cargar con ella mientras dirigía otras secciones.

LA RAZÓN, en definitiva, cuajó, y lo hizo gracias a una redacción joven, que soportó de todo estoicamente, haciendo gala de una profesionalidad encomiable. Hablar de lo malo que ha pasado no tiene sentido en este artículo. Daría para un suplemento entero, pero como el tiempo y el espacio son preciosos en el mundo periodístico, conviene no perderlos en gente que no merece la pena. Su nombre se ha perdido ya en la amnesia de las depresiones postraumáticas.

En estos 25 años la redacción y el equipo entero del periódico han sido los puntales de un proyecto que ha influido en la vida pública española de manera decisiva.

Como ocurre en el circo, los perfiles humanos de un equipo que vive en constante tensión pueden caricaturizarse. Ha habido malabaristas de la información, prestidigitadores y domadores de leones con especial saña a la hora de emplear el látigo. También equilibristas, hombres bala, tragasables, zanqueros, saltimbanquis y funambulistas.

Y, cómo no, también alguna bailarina que trató de engatusar al público a fuerza de exhibir su cara bonita. Trabajar con este elenco de personajes no es fácil. Quizás por eso, los sucesivos directores (salvo uno) y Francisco Marhuenda el que más, porque es el que ha estado más tiempo, tienen ganado el cielo. También Mauricio Casals, el bastión sin el que LA RAZÓN no sería hoy posible.