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«Isabel» no da puntada sin hilo

La Razón
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La credibilidad de una ficción se puede ver seriamente comprometida por un aspecto aparentemente tan baladí como el diseño de vestuario. Una falda con más o menos centímetros de largo, la paleta de colores de un vestido o la textura de un traje dan muchas pistas sobre una época histórica, una clase social o la personalidad de un personaje. De ahí que la labor de los diseñadores de vestuario es propia de un funambulista. Se tienen que mantener en equilibrio y no pecar ni por exceso ni por defecto. Bien lo sabe Pepe Reyes, el responsable del vestuario de «Isabel», de Diagonal TV, cuyos diseños para la serie se exhiben en el Museo del Traje hasta el 8 de diciembre. «No ha sido sencillo. El director de la ficción. Jordi Frades me dijo: ''No quiero que parezca la cabalgata de los Reyes Magos''. Así que había que actualizar el vestuario sin perder de vista el rigor histórico».

Documentación e instinto

Dicho y hecho. El proceso se ponía en marcha y el primer pilar pasa por la documentación. La «biblia» de Reyes fue «Trajes y modas en la España de los Reyes Católicos», de Carmen Bernis, además de sucesivas visitas al Museo de Lázaro Galdiano y escrutar una y mil veces los lienzos de Pedro Berruguete, pintor de la época. Lo siguiente es un proceso artesanal para el que casi nunca «ni hay el suficiente tiempo ni el suficiente dinero». Los trajes empezaban a tomar forma en la mente de Reyes y así fueron plasmados en los bocetos. Es fundamental la paleta de colores. No sólo se corresponden a un contexto histórico, también a un estado de ánimo y a un momento vital en la vida de los personajes. En la primera temporada de la serie utilizó para Isabel toda la paleta de blancos «es el símbolo de la pureza, hay que tener en cuenta que el personaje en aquellos años era prácticamente una niña», apunta Reyes. Así se puede comprobar en uno de los modelos más preciados de la muestra: el vestido de la coronación. Posteriormente, a medida que avanzaba la experiencia vital de la reina, el negro va cobrando protagonismo.

En la segunda temporada, Reyes se enfrentó a nuevos retos como plasmar en el vestuario las diferencias culturales e históricas entre los castellanos, los judíos y los árabes. «A través de la pequeña pantalla puede parecer sencillo pero no lo es. El proceso es muy laborioso y nada es casual –explica Reyes– . Para la comunidad judía elegí los tonos ocres, que les representan muy bien. En el caso de los castellanos opté por colores más vibrantes y estampados y, cuando la acción se centra en el epicentro del reino nazarí de Granada, encarnado, entre otros, en la figura de Muley Hacén, tuve como referencia los tonos de las especias».

Como la totalidad de los diseñadores de vestuario, Pepe Reyes, es más que consciente de que los trajes tienen que jugar a favor de los actores que los llevan. «Ellos son los primeros que lo dicen, supongo que dependerá de los personajes, pero también marca su interpretación, sobre todo el lenguaje no verbal que se transmite a través del movimiento», dice Reyes. Ahí está Michelle Jenner como Isabel. Embutida en un corsé y sus vestidos largos, «condicionan cómo se sienta en el trono, le aporta una solemnidad añadida».

Si el trabajo de Pepe Reyes en «Isabel» tiene sus condicionantes, no tiene menos hacer el vestuario de una serie más cercana en el tiempo, y en la memoria de los espectadores, como «Amar es para siempre», producida por Diagonal TV para Antena 3. «Hay mucho esfuerzo detrás. Hay que tener en cuenta que es una tira diaria en la que se ruedan 30 secuencias al día en las que al menos hay dos personajes», expone Miguel Ángel Milán, el director de vestuario de la serie. El trabajo se multiplica, pero sobre todo la responsabilidad de saber que hay muchos espectadores que vivieron aquella época y que se convierten en jueces que miden la fidelidad estética a aquellos años. «Hubo que empaparse de los documentales del ''NO-DO'', ver las revistas y las películas que se estrenaron en aquel tiempo...», comenta Milán, que no quiere obviar un cometido digno de un explorador, ya que hay que rastrear en mercadillos y comprar en páginas de internet. Eso sí, se ha encontrado con una competencia inesperada: la gente anónima que se abona a la moda «vintage». «El mercado se ha vuelto mucho más competitivo y las prendas son mucho más caras», precisa Milán con una sonrisa que pronto abandona al decir que «el vestuario es la ''hermana pobre'' de la ficción frente a otros aspectos como la iluminación o el decorado, que se miman bastante más». Y no puede evitar de enviar sanamente a sus compañeros que marcan la moda en «Mad Men». «Se me cae la baba. Hace los trajes a medida para cada personaje», comenta mientras su mente sigue rebobinando el principio de los años 60, década en la que ahora se desarrolla la serie, donde hubo una explosión de color en la sociedad española al tiempo que las mujeres se acomodaban a las faldas de vuelo.