Violencia de género

«Cuando el agresor me ve, agacha la cabeza»

José Luis protegía a amenazados por ETA. Desde hace tres años vela por la seguridad de las mujeres maltratadas. Asegura que hay provincias con sólo dos policías para 34 víctimas.

José Luis, esta semana, en un parque de Madrid
José Luis, esta semana, en un parque de Madridlarazon

José Luis protegía a amenazados por ETA. Desde hace tres años vela por la seguridad de las mujeres maltratadas. Asegura que hay provincias con sólo dos policías para 34 víctimas.

José Luis estuvo trabajando 20 años como escolta en el País Vasco en tiempos de ETA. Después estuvo en México e Israel, y desde hace más de tres años protege a víctimas de violencia de género. «Es muy diferente trabajar con ellas». Velar por su seguridad empieza por la empatía. «Los primeros cinco días están temerosas». Aunque hay mujeres escoltas, la mayoría son varones, lo que intimida en un primer momento a las víctimas. Transcurrido ese tiempo, la mujer empieza a confiar y a asimilar que «no todos los varones son iguales. Creo que eso es algo positivo». Y el tiempo hace que al final sepa más cosas de sus vidas que nadie.

«Recuerdo que cuando trabajaba en el País Vasco, en una charla nos dijeron que no había que empatizar» con el escoltado. Él no pensaba así, y hoy menos. Ahora bien guarda las distancias. «Cuando voy a la compra no les cojo la bolsas, y no es por ser maleducado, sino porque hay que mantener cierta distancia». Por la calle también: «Camino a dos o tres metros a la derecha de la víctima» y si viene una persona de frente se sitúa a la izquierda.

Aunque con cada mujer el trabajo difiere, hay cosas que se repiten, como que te expliquen quién es su agresor, a qué bares suele ir, así como siempre saber las vías de salida, dónde está la comisaría de Policía más cercana, etc. Y nunca estar a más de media hora de la víctima cuando está trabajando o en casa de sus padres. También es importante que «si se asoma por la ventana te vea».

Los vecinos, los vendedores, «casi siempre piensan que eres su pareja. La familia no, porque antes te presentan. El agresor no piensa que seas el novio», por la distancia que mantiene. «Hasta la fecha nunca he tenido un problema con un maltratador. ¿Alguna vez algún terrorista dio un tiro en la nuca a algún político con escolta en el País Vasco? No. Aquí tampoco. Los maltratadores son igual de cobardes que los de ETA. Sólo abusan cuando se sienten en superioridad, si no se achantan». De hecho, casi todas, por no decir todas las mujeres a las que ha protegido «me han dicho: “Ha sido llegar tú y ya no me hace el gesto» de cortarle el cuello. «De hecho, los maltratadores agachan la cabeza. Me acuerdo de que en un caso llamaba al agresor ‘‘la vieja del visillo’’. Él y la mujer maltratada vivían como quien dice pared con pared y lo único que hacía el agresor era mirar a través de la cortina, casi ni salía de casa».

El tiempo de protección también cambia en cada caso. En el que menos estuvo fueron tres semanas, en el que más, 10 meses. Tiempo en el que el escolta sabe que su vida familiar y social es nula, máxime si por trabajo tiene que desplazarse. Ha protegido a mujeres en País Vasco, Navarra, Barcelona, Galicia, Madrid, Aragón y Valencia.

Salir de casa sin miedo

Lo que no cambia es el miedo. «He llevado a casi todas a Urgencias por sufrir un ataque». La sonrisa que el escolta mantiene durante toda la entrevista se desvanece. «Defiendo esta profesión no porque sea importante una ‘‘inserción’’ laboral para los escoltas, que también, sino porque de verdad estas mujeres necesitan protección personal, sentirse seguras, poder salir a la calle sin miedo, dejar de temblar». En definitiva, vivir. Aunque «siempre, desgraciadamente, quede un poso», añade. Sin ahondar en detalles para evitar aludir a las víctimas, José Luis reconoce que se siente «impotente por no poder ayudarlas más». Aunque ayudar, ayuda más allá de su trabajo. Al pasar tanto tiempo con ellas en un momento tan frágil, en alguna ocasión, le han llegado a llamar a pesar de no ser ya su escolta. Sabe que sólo necesitan que les transmita un mensaje de apoyo.

Continúa la conversación, y me pregunta «¿Si pudieras elegir qué preferirías, dar a un botón ante una amenaza o tener a alguien velando por tu seguridad?». Sin duda, la segunda, máxime cuando hay provincias con «dos policías para 34 víctimas». Pero esa opción no la tienen todas las maltratadas. Sólo en País Vasco, el servicio de escoltas –previa autorización de la Secretaría de Estado de Seguridad– es público. En el resto del país, también precisan luz verde de Interior, aunque sean ellas las que lo costeen.