Policía
Cuando sólo se sabe vivir entre rejas
Dos de cada tres presos terminan volviendo a prisión. Muchos no tienen intención de reinsertarse
«¡Pero si deberían darnos las gracias! Nosotros robamos a los que les roban a ustedes: los banqueros». Así se expresaba la semana pasada un delincuente recluido en una cárcel madrileña. Como en el caso de Miguel Montes Neiro, indultado hace un año tras pasar más de tres décadas preso y detenido la semana pasada por su vinculación con el robo de unos tres millones de euros en joyas, muchos reclusos han pasado más tiempo entre rejas que en libertad. No en vano, la reincidencia en España se sitúa en el 66%; es decir, dos de cada tres presos terminan regresando a prisión. Así, ¿hay reclusos que han hecho de la cárcel un medio de vida?
«Enseguida sabemos quién va a regresar y quién no. Raramente nos equivocamos», afirman funcionarios de prisiones consultados por LA RAZÓN. «Les escuchas hablar siempre de lo mismo: de la policía, de los atracos, de los «palos»... Entre los españoles, está el típico delincuente que empieza desde "pequeño". Para ellos, la cárcel es un medio de vida: entran, salen, roban y regresan. Lo tienen interiorizado. Y una vez dentro, siguen delinquiendo: metiendo droga cada vez que tienen un "vis a vis", amenazando... Y cuando salen, quedan con otros que están de permiso, se juntan y terminan "animándose"», aseguran.
Así, se ha acabado formando una reducida población penitenciaria –«son siempre los mismos», dicen– que «se encuentra más cómoda dentro que fuera de la cárcel. Están acostumbrados a levantarse a las 8:00 horas, a los recuentos, a los paseos por el patio... Necesitan esa rutina». Pero no están «habituados a privarse de nada, no tienen una familia estable ni dependen de un sueldo». ¿Conclusión? «Apenas se reinserta nadie».
La Fundación Atenea, ONG que trabaja por la mejora de la calidad de vida de personas en riesgo de exclusión, señala un dato «escalofriante». «Está demostrado que ocho de cada diez personas que entran en prisión con menos de 20 años volverán a la cárcel a lo largo de su vida como mínimo cuatro veces más», apunta Henar L. Senovilla, directora de Incidencia Política y Responsabilidad Social de la Fundación Atenea. Sin embargo, la ONG tiene un punto de vista radicalmente distinto. Para Senovilla, «el perfil del "profesional de la delincuencia"no es real. El preso común es una persona pobre que ha robado para comer», asegura. Pero el problema llega, dicen desde la fundación, cuando una vez fuera de prisión no obtienen trabajo por el «estigma» de la cárcel. «Es muy difícil que puedan reestructurar su red social y económica. Si aquellas personas con un CV normalizado tienen problemas, imáginate alguien cuya experiencia se basa en que ha estado en Soto del Real».
La ONG recuerda que, salvo en los casos de tercer grado o aquellos que cumplen con un régimen abierto en los Centros de Inserción Social (CIS), «Instituciones Penitenciarias se despreocupa de los presos en el momento en que cumplen su condena». Ahora bien, ¿la estancia en prisión favorece la reinserción? «Las administraciones públicas y las ONG trabajamos por ello. Hay que tener en cuenta que no hay mucha dotación presupuestaria y que las cárceles están sobresaturadas. Además, tenemos un Código Penal muy duro, que ahora castiga comportamientos que hace poco no estaban contemplados».
Una «lacra»
«La reincidencia es una lacra, para nosotros, y después para los ciudadanos que la padecen», afirma Alfredo Perdiguero, portavoz del Sindicato Unificado de la Policía (SUP). Estos días, los agentes madrileños han tenido que afrontar dos casos que denotan el problema: por un lado, el «clan de las bosnias», las cinco carteristas que acumulaban 330 antecedentes; por otro, la «banda del Niño Sáez», el conocido «alucinero» que fue puesto en libertad pese a contar con 39 antecedentes y haber acumulado 600.000 euros en robos. «Uno de nuestros agentes se tiró desde un primer piso para atrapar al "Niño Sáez". ¿De qué nos vale si luego están en la calle? Es gente cuyo medio de vida es el robo», dice Perdiguero. Por eso, cabe preguntarse «a quién se pretende reinsertar». «Montes Neiro se molestó en aprender y adquirir conocimientos. Pero los del ''Niño Sáez'' no saben apenas leer ni escribir. Ni les importa. Les preocupa acumular mucho dinero y gastárselo, porque como pueden morir en un altercado, viven el día a día», añade.
«Una vez me dijeron que si la reinserción alcanzaba un 1% o un 2% ya era un éxito. ¿Merece la pena lo que nos cuesta?», se pregunta. Por eso, no comprenden «por qué los jueces no ven el robo con fuerza como motivo suficiente para ir a la cárcel», o por qué el Código Penal no refleja la multireincidencia en las faltas con el fin de endurecer las penas.
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