Opinión
La cuentas pendientes...
Los gestos a las mujeres son signo de cambio, pero insuficientes
En la historia bimilenaria del pontificado romano, diez años son un tramo casi imperceptible. Pero no todas las décadas han sido iguales. Algunas, como la que trascurrió entre la convocatoria por Juan XXIII del Concilio Vaticano II y su clausura por Pablo VI, resultaron decisivas para la vida y futuro de la Iglesia.
Francisco cumple hoy diez años de su elevación a la cátedra de Pedro. En el reconocimiento universal a su persona y a su obra no faltan quienes le critican e incluso le consideran nefasto. Son pocos, pero alzan su voz con un desparpajo poco habitual en el ámbito eclesial. Desearían su desaparición por razones biológicas o por la vía de la dimisión.
Somos muchos más los que le auguramos larga vida porque le espera aún mucha faena, si quiere rematar algunos de los objetivos que se fijó al inicio de su ministerio petrino.
En primer lugar tiene por delante la Asamblea sinodal más compleja de todas las hasta ahora celebradas y la que ha exigido una preparación más universal. Desde su convocatoria en el 2021 hasta su clausura en el 2024 se ha llevado a cabo una progresiva consulta al Pueblo fiel de Dios en la que han participado millones de fieles. La sinodalidad –incómoda palabreja poco apropiada– va a transformar la vida de la Iglesia desmontando la verticalidad piramidal de su gobierno para dar paso a una horizontalidad que abrace la escucha recíproca de laicos y clérigos, de pastores y ovejas, de bautizados sin más que se abren a la acción del Espíritu.
Dentro de dos años, en el 2025 vamos a celebrar el Jubileo «acontecimiento –escribió al anunciarlo en febrero del 2022– de gran importancia espiritual, eclesial y social en la vida de la Iglesia». Año Santo que tendrá como lema «Peregrinos de la Esperanza» para ayudar a restablecer «un clima de esperanza y confianza como signo de un nuevo renacimiento que todos percibimos como urgente». Si este objetivo era muy deseable después de dos años de una inesperada pandemia que «nos hizo ver el drama de morir en soledad, la incertidumbre y la fugacidad de la existencia», lo es hoy mucho más ante la desgarradora experiencia de la guerra en Ucrania con el riesgo de una conflagración mundial de imprevisibles consecuencias para toda la humanidad.
Las previsiones de los expertos oscilan entre los 30 y los 50 millones de peregrinos que llegarán a Roma desde todos los ángulos del planeta y a los que será necesario acoger con una organización eficaz pero sobre todo con una movilización espiritual que les considere hermanos y no simples consumidores y compradores de «souvenirs». Después del Jubileo de la Misericordia que tuvo lugar en el 2015, diez años más tarde Bergoglio hará cuanto esté en sus manos para que toda la Iglesia se disponga a vivir esta nueva convocatoria con fe intensa, esperanza viva y caridad operante.
En el aún reciente Día Internacional de la Mujer, al final de la Audiencia General del 8 de marzo Bergoglio dijo: «Pienso en todas las mujeres y les doy las gracias por su compromiso en construir una sociedad más humana, mediante su capacidad de captar la realidad con una mirada creadora y un corazón tierno. ¡Este es un privilegio sólo de las mujeres». Es el último de los reconocimientos de Francisco al mundo femenino pero no basta, es insuficiente si se contempla desde la perspectiva del papel de las mujeres en la vida de la Iglesia.
Nadie puede negarle que esta es una de sus mayores preocupaciones y, rompiendo esquemas tradicionales, ha ido situando a mujeres en puestos de responsabilidad y de gobierno. No vamos a citarlas una por una. Nos contentaremos con tres: sor Nathalie Becquart, nombrada en febrero del 2021 vicesecretaria del Sínodo de los Obispos con derecho a voto; la consagrada Raffaela Petrini, secretaria de la Gobernación del Estado de la Ciudad del Vaticano; y Alessandra Smerilli, salesiana número dos del Dicasterio para el Desarrollo Humano integral. También hay mujeres en la Comisión para la Economía y –cosa aún más insólita– en el Dicasterio para los Obispos.
Son signos de un cambio, pero son insuficientes. Dejemos aparte el problema de la ordenación sacerdotal, que es un callejón sin salida. Menos problemático podría ser recibir un ministerio de tipo diaconal, aunque la cuestión tampoco parece estar clara según los expertos. Ya está abierta la posibilidad de incorporar a las mujeres en los ministerios del lectorado y el acolitado. En la constitución «Praedicate Evangelium», sin embargo, se contempla la posibilidad de que una mujer pudiera ser puesta al frente de algún Dicasterio de la Curia Romana como, por ejemplo, el departamento para los laicos, la familia y la vida. Es una opción que no me extrañaría que pudiese llegar a realizarse a medio plazo. Y me permito observar que este movimiento no debe limitarse al mundo romano, sino que debe aplicarse también en las iglesias particulares. El episcopado alemán tiene ya desde hace dos años como secretaria general a una mujer, la teóloga Beate Gilles.
Otro campo donde queda aún mucho terreno por andar es la lucha contra la plaga de los abusos sexuales dentro de la Iglesia. Francisco sabe que la credibilidad de la institución depende mucho de que se ponga fin de una vez para todas a esta riada de escándalos. En 2019 convocó a Roma a los presidentes de todas las Conferencias Episcopales para definir la estrategia más eficaz para combatir la pederastia y los abusos cometidos por clérigos de todo rango. Poco después promulgó el «motu proprio» «Vos estis lux mundi» (Sois la luz del mundo) con una panoplia de medidas destinadas a impedir y prevenir esos crímenes que traicionan la confianza de los fieles en sus pastores.
Aunque sea de pasada, también tendrá que emplear toda su energía para eliminar la corrupción, el carrerismo y el clericalismo, plantas que, como todas las malas hierbas, nunca mueren.
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