Infancia
A las doce años
Yo era una criatura triste que, con mis gafas de culo de vaso, escribía poemas malos a todas horas para sobrevivir al desastre
Impactada por la noticia de las crías de Oviedo, intento recordar cómo era yo a los doce años. Para mí no fue una buena edad ni en casa ni en el colegio. En casa las cosas empeoraban y a mi madre, mujer enfermiza y retirada de intimidades, ya solo le quedaba leche para sus cuatro hijos; la miel había desaparecido de su bello ser. Seguía viviendo con mi padre pero, dada su mala relación, decidieron poner una camita en medio de las suyas, una camita en la que dormía yo. Dormía y vivía el ocaso de su relación.
En aquella época, cuarenta años hace, la gente humilde no sabía de psicología y hacían burradas como esa: meter a una hija en medio de sus peligros. No, mi casa era algo muy diferente a un paraíso. Y yo era una criatura triste que, con mis gafitas de culo de vaso, escribía poemas malos a todas horas para sobrevivir al desastre. Era guapa sí, pero esas lentes eran el adorno perfecto para no parecerlo. Palomita gafotas, supongo que me llamarían algunos. Supongo que también era inteligente, pero en mi colegio no se daban cuenta, y yo me dedicaba a imaginar mundos distintos mientras mis profesores explicaban las matemáticas o el latín. Un cerito, señorita Pedrero, decía don José Antonio a menudo.
Antes de los doce aprobaba alguna asignatura por mi faceta de actriz: cantaba, recitaba, bailaba a los profes y ellos se reían de mi desparpajo y me consentían más. Después ya era medio mujercita y tuve menos gracia y peores notas. La clase no me valoraba y no pertenecí a ningún grupo, pero tuve la suerte de tener siempre una gran amiga, una, quizá tan incomprendida como yo. Recuerdo con mis doce a Pilar, preciosa niña desatendida, que acabaron expulsando por tener piojos. Recuerdo cuanto hablábamos de nuestras vidas difíciles. Pero no recuerdo que nunca pensásemos en quitárnoslas. Eso no estaba en nuestro cerebro aún. En aquel momento solo soñábamos con un tiempo mejor.
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