Criminalidad
El payaso asesino era la amante
¿Siente usted pavor ante la imagen de un payaso? Sepa que el cine y millones de espectadores comparten su escalofrío. Basta con citar el reciente pelotazo de «It», la segunda adaptación de la película de Andy Muschietti basada en la novela de Stephen King sobre un payaso asesino, para comprender hasta qué punto horroriza la mitología cruel y sádica del hombre triste y maquillado que supuestamente debe de hacer reír a los niños que, sin embargo, dedica sus días a descuartizarlos. A parte, por si los pavores atávicos y los miedos oníricos no fueran suficientes, están las peripecias reales de unos cuantos payasos homicidas. No nos referimos aquí a los raros bromistas que, vestidos de payasos salieron a la calle en varios lugares de EE UU con la graciosísima idea de aterrorizar a sus vecinos, no. Hablamos de auténticos asesinos. Dos de ellos, los dos más famosos, han vuelto a los periódicos en los últimos tiempos, a causa de crímenes no resueltos que, finalmente, parecen haber encontrado su horma.
El primero de los crímenes con payaso incorporado ha necesitado 27 años en resolverse. Los hechos son más o menos los siguientes. Una mañana de 1990 Marlene Warren fue asesinada en la puerta de su casa de un disparo en la cara. Le disparó a bocajarro un payaso con peluca naranja. Nadie, durante casi tres décadas, fue capaz de desvelar la identidad del bufón. Hasta que dos policías, la detective Paige McCann y el sheriff Ric Bradshaw, hicieron público esta semana el arresto de Sheila Keen Warren. Sheila estaba casada desde 2002 con Michael Warren. Michael era el marido de Marlene, la víctima del crimen, en el momento de su asesinato, y Sheila una empleada de Michael en su negocio de coches usados con la que mantenía una relación. Según los investigadores, la clave de la detención de Sheila, que siempre fue la principal sospechosa del caso, han sido los avances en las técnicas de obtención del ADN, que vincularían de forma categórica a la actual esposa de Michael con la pobre Marlene. No se descarta, al parecer, que el propio marido también acabe detenido. «A veces, la paciencia es lo mejor para conseguir una condena», afirma la detective McCann.
Pero si hablamos de payasos asesinos ninguno más espantoso que el asesino en serie John Wayne Gacy. Un demente absoluto que, bajo la apariencia de probo ciudadano, dedicó no menos de un lustro, el que va de 1972 a 1978, a secuestrar, violar, torturar y asesinar a una treintena de niños y adolescentes. Wayne martirizaba a sus víctimas vestido de payaso, y de esa guisa actuó en no pocas fiestas y cumpleaños infantiles que usaba para contactar a sus futuras víctimas. El monstruo fue detenido a finales del 78, juzgado en 1980 y condenado a muerte. Lo ejecutaron en 1994.
Pues bien, el pasado mes de julio el condado del sheriff de Illinois fue capaz de identificar a una de sus víctimas. Se trataba de James Byron Haakenson, de 16 años. Tal y como explicaba Liam Stack en el «New York Times», los restos de Haakenson fueron encontrados junto a los de otras 26 víctimas de Gacy en el sótano de su casa. El sheriff del condado de Cook, Thomas J. Dart, reabrió el caso en 2011 con la esperanza de identificar los restos de las últimas ocho víctimas que faltaban por identificar. Según Stack, hasta la fecha los detectives de homicidios han sido capaces de identificar a dos de ellas, «Haakenson y, también a William Bundy, de 19 años, que desapareció en octubre de 1979». Cualquiera que haya visto las fotografías de Gacy disfrazado, o los siniestros autorretratos que solía hacerse, comprenderá que el miedo a los payasos tiene raíces que exceden la mera ficción cinematográfica.
Está el recuerdo de aquella mujer que reventó a balazos el rostro de la mujer que se interponía entre ella y su amante, y está, maléfico y terrible, el hombre que mientras recibía la inyección letal, reo de haber asesinado a tres decenas de niños, insultaba a los testigos y a las autoridades y sonreía porque, dijo, nunca identificarían los cuerpos sin nombre.
A corregir el mal, y a ponerles nombres a los que ya no están, permanecen consagrados un puñado de hombres buenos, y entre ellos el agente Dart.
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