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Ellas también son ganaderas, pastoras y cabreras

Una de ellas es Laura Martínez, una veterinaria de 27 años que decidió crear la suya con 130 cabras: «Soy una ‘‘rara avis’’», reconoce.

Las cabras de «La Caperuza» Cada mañana Laura ordeña leche a las cabras que están en fase de producción, y que después abastece a la quesería que regenta con su socia Concha. Foto: Luis Díaz
Las cabras de «La Caperuza» Cada mañana Laura ordeña leche a las cabras que están en fase de producción, y que después abastece a la quesería que regenta con su socia Concha. Foto: Luis Díazlarazon

Una de ellas es Laura Martínez, una veterinaria de 27 años que decidió crear la suya con 130 cabras: «Soy una ‘‘rara avis’’», reconoce.

Su despertador suena a las 6:30 de la mañana porque a las 7:00 ya tiene que estar ordeñando a las cabras en su finca de Bustarviejo, una pequeña villa de la sierra norte de Madrid. De las 130 que forman el rebaño, unas 80 están ahora en fase de producción. Tarda algo más de dos horas en la tarea porque su ordeñadora es muy pequeña, aunque está pensando en sustituirla cuando el negocio sea algo más rentable. Una vez están todas listas, abre la verja para iniciar el pastoreo. Con la ayuda de su perra Jara vigila la ruta para que no se cuelen en la finca aledaña. Desde las 10 hasta las 16 horas están sueltas para que puedan alimentarse de pasto y, así, poder obtener de sus cabras un producto final de más calidad.

La historia de Laura Martínez ejemplifica cómo la mujer en la ganadería extensiva y el pastoreo está dejando de tener un papel secundario. Después de estudiar veterinaria y especializarse en pequeños rumiantes, empezó a trabajar en una pequeña explotación. Cuando se le acabó el contrato, se decidió a impulsar su propio proyecto y así fue como compró las 130 cabras que hoy posee y de las que extrae la materia prima que abastece a su otra empresa, la quesería «La Caperuza» , que saca adelante junto a su socia Concha Martínez. Laura es de las pocas ganaderas sin tradición familiar. Tuvo que aprender el oficio desde cero. Se apuntó a un curso de pastoreo de la Junta de Andalucía porque, «aunque había trabajado como veterinaria, no tenía ni idea de cómo gestionar mis propios animales». De los 15 alumnos, ella era la única chica. «No soy especial, miles de mujeres se han dedicado a esto antes que yo», insiste Laura. Con la diferencia de que la mayoría ha estado invisibilizada. No se les ha reconocido su trabajo «porque las propiedades, normalmente familiares, siempre han estado a nombre de los hombres», ya sea de sus maridos o padres, y «ellas, aunque han trabajado en el campo y también en casa, no han cotizado, no han percibido un sueldo». «Aún hoy, solo el 13% de las explotaciones ganaderas son de mujeres», alega. Conoce la realidad del colectivo porque forma parte de la plataforma «Ganaderas en red», un chat que permite a las que viven en el mundo rural tener una ventana de comunicación y compartir experiencias, pedir consejo y contribuir a cambiar la imagen totalmente masculinizada del sector. También se animan las unas a las otras a alzar la voz contra los machismos y denunciar las situaciones de discriminación. «A los que nos tratan de forma paternalista o a quienes se sorprenden de vernos al frente de un rebaño los llamamos ‘‘gayumbinos’’», desvela, sin dar más pistas porque «todo lo que se cuenta en el chat permanece en la más absoluta confidencialidad».

Aunque poco a poco está irrumpiendo con fuerza una nueva generación de mujeres rurales, más formadas, sin miedo a innovar y a exigir igualdad de oportunidades y capacidad de decisión, el perfil de la ganadera española todavía está muy lejos del de Laura. Ella misma se considera una «rara avis». Tiene 27 años, es cabrera, posee un negocio propio y disfruta de su profesión, que ha sabido adaptar al estilo «millennial». «Al final, este es un trabajo como otro cualquiera, de ocho horas al día, con la diferencia de que mi oficina es el campo y de que trabajo con animales, y eso siempre provoca más imprevistos». Todo es cuestión de organizarse, asegura.

Un trabajo poco atractivo

Reconoce que «es un trabajo duro» y por eso «poco atractivo para los jóvenes». Pero todo es «por desconocimiento»: «Ahora existen más herramientas que antes y hay más recursos que facilitan la profesión», asegura desde su propia experiencia. «Mi oficina es el campo, yo me lo planteo como un negocio, no solo en cuanto a rentabilidad económica, sino también por los horarios y la conciliación». Ella no se cansa de repetir a sus compañeras de Ganaderas en Red que «se puede tener una vida más allá de las cabras». «Sobre todo, las mayores se sorprenden cuando les digo que me voy los miércoles al cine y los sábados a bailar».