Educación
Emmanuel, el niño que recoge basura y estudia en tablet
Esnifaba pegamento en Kenia y ahora es uno de los 5,6 millones de niños que, gracias a ProFuturo, recibe una educación digital en su escuela.
Esnifaba pegamento en Kenia y ahora es uno de los 5,6 millones de niños que, gracias a ProFuturo, recibe una educación digital en su escuela.
Un hombre separa la suela de unas zapatillas, al lado unas mujeres se protegen del sol mientras esperan que alguien les compre botes, balones pinchados y cabezas de muñecas que atesoran. También se ve a tres pequeñas, la mayor no tendrá ni seis años, pegadas a una «manta» con cables, plásticos... Estamos en el «slum» de Korogocho, a unos 11 km de la capital de Kenia, un barrio marginal en el que gran parte de los habitantes de este asentamiento ilegal depende del vertedero para sobrevivir. Viven de rastrear entre los desechos y de vender la materia prima. Los niveles de contaminación son alarmantes, a escasos metros de sus «casas» queman la basura que ya nadie puede aprovechar.
En este enclave, dibujado por un reguero de chabolas, se abre una puerta a un futuro mejor para estos olvidados. Es la escuela de St John, un centro humilde gestionado por los Misioneros Combonianos, que está pegado al vertedero más grande del país. Tras hablar con varios alumnos, vemos a Emmanuel Omukubre. Saca una cabeza a sus compañeros. Su vida le ha hecho crecer demasiado rápido. Sabe bien lo que es ganarse la vida. Hace un año empezó a ir a clase. Tuvo la suerte de toparse en su camino con el padre Maurizio Binaghi, al que conoció en un centro rehabilitación. Aunque esquivo con ciertos aspectos de su pasado que después el padre detallará, Emmanuel explica que «algunas veces no voy a clase porque tengo que ir al vertedero. Así puedo comprar un libro, un lápiz y cosas para mí y mis hermanos». Ellos no tienen la suerte de ir al colegio. «No pueden, no hay dinero». «Me gusta ir a clase, al vertedero no, alguien puede hacerte daño, pegarte... Me ha pasado, alguien me hizo daño», reconoce sin entrar en más detalle. Hace unos meses, Emmanuel iba casi a diario al depósito de residuos. «Algunas veces faltaba a clase para ir allí, ahora voy uno o dos días». «El plástico es más fácil de vender, también las hojas de hierro...». Tras preguntarle cuánto dinero puede conseguir, explica que «por unas 50 botellas de plástico puedes ganar un euro».
El padre Maurizio sabe de sus «pellas». Su situación no es fácil. «Su padre no está y tiene a un hermano en prisión. Antes vivía en la calle, esnifaba pegamento, fumaba marihuana... y acabó en rehabilitación. Es como mi hijo. Su madre no trabaja. Antes, Emmanuel iba al vertedero para poder pagar las tasas del colegio y la comida (15-17 euros cada tres meses para pagar a los profesores)», pero con él, como con otros, han hecho una excepción. «Ahora viene gratis, pero sé que sigue faltando, aunque menos, porque tiene que ganar dinero para comprar comida para su familia», afirma el padre Maurizio. «A mí me gusta ir a clase», asegura Emmanuel. Y más con el nuevo aliciente. En este colegio los más vulnerables tienen una gran oportunidad: la Fundación Telefónica y la Fundación Bancaria La Caixa han elegido este centro para implantar ProFuturo, un proyecto que persigue romper la brecha digital a través de la educación. Se trata de una propuesta educativa que dota al centro de unas maletas con un ordenador portátil para el profesor, tablets que usan los estudiantes y un router para dar acceso a internet. Así, los alumnos adquieren las competencias marcadas por la Unesco en Lenguaje, Matemáticas y Ciencia. Además, siempre el profesor puede incorporar los propios contenidos que marque la currícula del país.No sólo se da este material, sino que primero se forma a los profesores en el uso de las herramientas digitales.
Tras este aprendizaje, los docentes dan clase a sus alumnos que se muestran encantados de aprender con una tablet entre sus manos. «Al principio a los niños se les olvidaba el password, ahora con poner un dígito basta. Vienen muy limpios e intentan ser cuidadosos, porque saben que la pantalla tiene que durar», explica Estones Agesa, coordinador de profesores. «Ah, y acuden más a clase», añade. Por cierto, a Emmanuel, que sueña con ser músico, lo que le gusta son las matemáticas: «Soy bueno con los números y con la tablet es más fácil».
Desde su implantación, «ProFuturo ha mejorado los niveles académicos de los alumnos y han descubierto que la tablet no es sólo para jugar, sino que sirve para aprender», añade el padre. Eso lo saben ellos y otros 5,6 millones de niños. En 2020 esperan llegar a 10 millones. «Estamos en 23 países», explica Sofía Fernández de Mesa, directora de ProFuturo, que destaca que este proyecto «incrementa la asistencia a clase y mejora la atención del alumno». «También aumenta la demanda de plazas en las escuelas en las que estamos presentes. Pero sobre todo ha incrementado la motivación. ¡Nadie quiere perderse las clases digitales!», añade María de los Angéles Álvarez del Real, de ProFuturo.
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