Redes sociales
Epidemia
El mundo entero dentro de una maquinita ¿Quién puede despegarse de eso? Yo me confesé adicta a mi teléfono inteligente en el artículo anterior y muchos lectores confesaron en las redes que ellos también.
El mundo entero dentro de una maquinita ¿Quién puede despegarse de eso? Yo me confesé adicta a mi teléfono inteligente en el artículo anterior y muchos lectores confesaron en las redes que ellos también. ¿Cómo, entonces, vamos, a exigir a nuestros hijos que no utilicen el suyo? Saltan las alarmas, los médicos dicen que aumentan peligrosamente en menores estas adicciones que llaman “adicciones sin sustancia” . El sexo o el juego son adicciones sin sustancia, hay muchas más. Sin sustancia externa, porque parece lógico pensar que el placer que nos produce hace que nuestro cerebro sí genere sustancias internas. Por cierto, los menores entran en mundos de apuestas. También en pornografía e informaciones tóxicas. Algunos adolescentes dejan de diferenciar entre realidad y virtualidad, sobretodo los que tienen problemas para las relaciones sociales. Y cómo no, si a través de sus móviles nuestros hijos se comunican, ligan, hacen amigos, estudian, interrogan, conocen los bajos fondos. La cuestión es que sus cabecitas no disciernen entre la verdad y la mentira, el montaje y la autenticidad, el bien y el mal. A los mayores también nos engañan, ellos son las víctimas perfectas de los malnacidos. Los médicos, asustados con esta epidemia, responsabilizan a los padres de los males de los chicos, piden un control exhaustivo sobre sus teléfonos. ¿De verdad creen que es posible? Un chaval de 14 o 15 años sin móvil es un triste marginado en su comunidad. Estará fuera de juego siempre. Y cuando tengan ya su teléfono, ¿cómo luchar con ellos para dosificárselo? Porque es el contexto el que impone. Es la sociedad con sus medios de control la que manda. Y los políticos y sus leyes siempre por detrás, recogiendo los restos del naufragio.
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