Sobreexplotación espacial

El espacio, lleno de gente sin control de su salud

Turismo espacial desbordado. La proliferación de misiones espaciales privadas plantea nuevos riesgos éticos y legales como permitir a «civiles» asumir riesgos físicos y neurológicos en un espacio de microgravedad

De izquierda a derecha, Hayley Arceneaux, Chris Sembroski, Jared Isaacman y Sian Proctor, durante un vuelo de entrenamiento en gravedad cero para la misión Inspiration4.
De izquierda a derecha, Hayley Arceneaux, Chris Sembroski, Jared Isaacman y Sian Proctor, durante un vuelo de entrenamiento en gravedad cero para la misión Inspiration4.John Kraus/Inspiration4 Agencia AP

El espacio se llena de gente. Desde que nuevas compañías privadas han recibido permiso para llevar a la práctica misiones espaciales de mayor o menor envergadura, cada año aumenta el número de solicitudes para lanzar un objeto tripulado a la órbita terrestre. En las próximas décadas se cree que se contarán por centenares los seres humanos que viajen anualmente fuera de nuestro planeta. Participar en una de estas aventuras, hasta ahora, quedaba limitado a personal científico o militar con gran experiencia, preparación cuidadosa y nómina de un organismo oficial. Los nuevos astronautas ya son otra cosa: cualquier pasajero con dinero y una mínima preparación podrá disfrutar de un viaje con vistas a la curvatura del globo terráqueo.

El cambio de paradigma en la exploración espacial está siendo radical. Las misiones espaciales, hasta hace pocos años, eran un proceso lento, burocrático, dirigido desde las más altas instancias de algunos pocos gobiernos del planeta. Requerían ingentes presupuestos controlados por la administración pública. Hoy el abanico se ha abierto a un gran número de empresas privadas, ágiles, que son capaces de poner un ser humano en el espacio a partir de tecnologías cientos de veces más baratas y de rápida implementación. El antiguo régimen pertenecía a nombres como NASA, Boeing, Lockheed. Hoy los actores principales empiezan a ser Virgin, SpaceX, Elon Musk… En el «viejo espacio»; los viajeros eran héroes, ahora son simples ciudadanos ricos con ganas de experimentar una nueva aventura.

Y muchos de estos viajeros podrán formar también parte de investigaciones científicas. De hecho, a medida que proliferen las misiones privadas –el llamado turismo espacial–, los científicos pretenden aprovechar la masa crítica de ciudadanos en órbita para conocer mejor cómo se comporta el cuerpo en tales condiciones y sentar las bases de futuros envíos generalizados de personal al cosmos. ¿Serán una especie de cobayas humanas mientras practican turismo extremo?

Un comentario editorial publicado por la revista «Science» ha puesto el foco en los dilemas éticos y prácticos que el envío de grandes cantidades de seres humanos al espacio puede suponer.

En 2022, el Informe de Riesgos Globales del Foro Económico Mundial identificó, por primera vez, el riesgo de que el exceso de misiones enviadas al espacio (tripuladas o no) pusiera en peligro el desarrollo económico global. La órbita terrestre está cada vez más poblada, no solo de restos de la llamada basura espacial, sino de misiones activas que, de momento, ya suponen una amenaza para la observación astronómica.

Sin ir más lejos, desde que el primer Sputnik fue lanzado por la Unión Soviética en 1957, la órbita terrestre ha recibido la vista de más de 11.000 satélites. El dato no recoge otros objetos (naves tripuladas, fases de cohetes, fragmentos de la Estación Espacial Internacional, etcétera). Se cree que puede haber en este momento medio millón de piezas de ingeniería aeroespacial flotando sobre nuestras cabezas. Ya el año pasado el mencionado informe del Foro Económico Mundial advertía de la carencia de una regulación útil para limitar efectos secundarios de la sobreexplotación espacial.

Algunos de esos efectos pueden parecer más leves y de fácil solución. La compañía SpaceX es la dueña de la mayor constelación de satélites que existe ahora mismo en órbita. En los próximos años pretende lanzar hasta 30.000 aparatos operativos. Desde hace 4 años, organismos internacionales de investigación astronómica han alertado de que esta nube de satélites artificiales está impidiendo el estudio científico del cielo. Ya casi es imposible observar con un telescopio sin que algún fragmento del firmamento reciba la interferencia de la luz del Sol que rebota en uno de estos aparatos. El problema, que puede llegar a frenar el avance de la ciencia astronómica, empieza a ser solucionado. La empresa autora de estos lanzamientos ha comenzado a diseñar dispositivos que son «más invisibles» al dispersar o refractar la radiación que reciben. De ese modo, perjudican menos a las observaciones científicas.

Otros problemas tienen menos solución. La basura espacial sigue creciendo sin que exista una tecnología eficaz para retirarla. Y el riesgo de incidentes con ella aumenta. En mayo de 2021, un resto de basura espacial impactó de pleno con la Estación Espacial Internacional produciendo un agujero en uno de sus brazos robotizados. Los daños fueron menores, pero el evento puso en evidencia los riesgos de impactos similares contra estructuras más vitales del edificio orbital.

Y, ahora, ha llegado el momento de analizar otro tipo de riesgos más cruciales: los que se relacionan con el exceso de personas en órbita. La legislación actual que regula los experimentos científicos con humanos no contempla el escenario de un viaje al espacio a bordo de un vuelo comercial. «Hay una larga tradición de hombres y mujeres funcionarios de la NASA o de otras agencias que se han prestado voluntarios para investigar los efectos de la microgravedad en sus cuerpos», dice el neurólogo de la Universidad de Washington Michael Williams, en el citado artículo de «Science», «pero las normas establecidas en esos experimentos públicos no son aplicables a los vuelos comerciales. Y ahí existe una gran laguna ética y legal».

La necesidad de esa regulación se hace patente desde el momento en que organizaciones como la estadounidense TRISH (Translational Research Insititue of Space Health) ha anunciado su intención de aprovechar la gran cantidad de lanzamientos tripulados en naves privadas en los próximos años para realizar experimentos en microgravedad. La idea tiene su justificación: necesitamos saber mejor qué efectos tiene para la salud la permanencia en el espacio en todo tipo de personas si queremos algún día colonizar la Luna o Marte. Pero lo cierto es que no existe normas que regulen cómo han de realizarse esos experimentos en una nave privada, con un pasajero civil.

Protocolos de actuación

Los expertos consultados por «Science» exigen que, desde ya, se firmen protocolos de actuación sobre una base de mínimos requisitos. El primero es la exigencia de responsabilidad social a las compañías participantes. Muchas de ellas se están beneficiando de los conocimientos adquiridos durante décadas de inversión pública. Si van a comercializar sus vuelos al espacio deberían devolver parte del esfuerzo en forma de ciencia útil. La segunda condición es que a bordo de esos lanzamientos se puedan llevar a cabo experimentos bien diseñados, con objetivos prioritarios y basados en equipos científicos oficiales y de prestigio.

Además, los experimentos a bordo deben regularse siempre por el principio de proporcionalidad. Es decir, los riesgos deben ser mínimos y acordes con los beneficios que de ellos se pretende obtener.

Por último, debería exigirse que los resultados de estos experimentos puedan ser disfrutados por la comunidad científica mundial de manera universal, sin cortapisas ni patentes limitadoras.

La sobresaturación de viajes al espacio parece inevitable: las compañías privadas del sector tienen planes de expansión muy ambiciosos en el futuro más cercano. Lo que no está claro es si la presión de la industria privada es ya tan imparable como para que se vea afectada por este tipo de regulaciones y si el exceso de normas puede limitar el desarrollo de una actividad económica que promete crear mucha riqueza y muchos puestos de trabajo.

Astronautas low cost durante 6 horas

La mayor parte de los turistas que ya han disfrutado de un viaje espacial han pagado cantidades cercanas al medio millón de dólares por permanecer tres minutos en órbita baja. Pero una empresa francesa tiene la intención de romper el mercado. En 2025 se prevé lanzar los primeros globos espaciales de la compañía Zephalto que realizarán visitas turísticas de seis horas a la estratosfera por menos de 150.000 dólares.

Las naves cuentan con seis plazas y están impulsadas por globos de helio e hidrógeno para ascender a cerca de 25 kilómetros de altura (tres veces más alto que un vuelo comercial). A esa altitud no se ha alcanzado el límite del espacio pero ya se puede ver el 98 por 100 de la atmósfera bajo tus pies, alcanzar la oscuridad de la órbita terrestre y ver la curvatura del horizonte.