Montañismo

Everest, la montaña que llama a la muerte

En diez días del mes de mayo el Everest ha acabado con la vida de once personas. Han convertido la cumbre más letal en un parque temático. Allí arriba, a 8.000 metros, no hay piedad ni perdón

Everest, la montaña que llama a la muerte
Everest, la montaña que llama a la muertelarazon

En diez días del mes de mayo el Everest ha acabado con la vida de once personas. Han convertido la cumbre más letal en un parque temático. Allí arriba, a 8.000 metros, no hay piedad ni perdón.

Los montañeros son unos tipos especiales, una comunidad única regida por unos códigos particulares. Para muchos de ellos, la razón de ser y existir es superar los retos, es decir los peligros, que todo pico esconde y plantea con cada metro de cordada y golpe de piolet. Derribar esos obstáculos es lo que provoca que logren fundirse en un todo con esas paredes verticales de roca o hielo y las cumbres hasta establecer un vínculo emocional e incomprensible para profanos y ajenos, un nexo que sólo ellos sienten e interpretan. De tal forma, que no se puedan imaginar las montañas sin los alpinistas ni estos sin aquellas.

Esa relación extraordinaria forma parte también de la propia condición humana, de aquello que nos ha perfilado como entes curiosos, inconformistas y audaces, empujados durante siglos a ir más allá, a adentrarse en lo desconocido, a viajar más lejos y más rápido, a ascender a lo más alto, tocar el cielo. Había y queremos pensar que hay un cierto credo místico que empuja a los escaladores a ese más difícil todavía con la asunción y el convencimiento de que no es una aventura inocua, sino que está en juego la vida. Decir que ascender hasta doblegar un muro a 7.000 u 8.000 metros es una ruleta rusa resultaría una frivolidad, pero reconocer que la montaña es un territorio hostil donde los errores, los despistes o el infortunio se pagan con la muerte es asumir la propia naturaleza del desafío.

Pero ni siquiera la montaña ha logrado esquivar el lado oscuro y perverso del progreso y la modernidad. El Everest, la cima más alta del planeta, se ha convertido hoy en una suerte de atracción turística y de paso en un filón económico que nadie tiene interés en regular. El hecho es que las espeluznantes imágenes de colas kilométricas de personas para ascender a la cota legendaria se suceden estos días pese a los once fallecidos víctimas del agotamiento y el cansancio por las aglomeraciones y la exposición a temperaturas extremas y la falta de oxígeno durante un tiempo crítico.

La aventura se ha convertido en la pesadilla de alpinistas inexpertos que han pagado auténticas millonadas por alcanzar el sueño de la cumbre. Hay un cóctel adictivo y letal de temeridad, inexperiencia, vanidad, ingenuidad, ligereza, arrogancia en quienes se apelotonan en las vertientes del imponente adversario como, si inerme, no se defendiera. El Eve-rest es un reto soberbio, nunca un juego. Pregunten a los profesionales y no a los excursionistas.