Religión

La geopolítica Bergoglio: «Aceleremos la paz»

En una Plaza de San Pedro abarrotada, Francisco pronuncia la bendición «Urbi et orbi» con vías de solución a las guerras abiertas en el planeta

Para Francisco, la humanidad no puede esperar más para poner freno a la espiral de violencia que recorre el planeta: «Apurémonos a superar los conflictos y las divisiones, y a abrir nuestros corazones a los más necesitados. Acelerémonos por caminos de paz y fraternidad». Ha sido el desafío diplomático en materia de geopolítica que ha lanazo desde el balcón de la logia vaticana en el marco de la Misa de Pascua y la bendición «urbi et orbi», que pronuncia tanto al rematar la Semana Santa como en Navidad. Son estos dos momentos del año en los que el Papa lleva a cabo una radiografía de referencia sobre el «statu quo» global de la mano de la Secretaría de Estado, el departamento vaticano encargado de las relaciones internacionales.

El pontífice argentino ha verbalizado su preocupación por «las tinieblas en las que el mundo está demasiado a menudo envuelto». «Acelerémonos a crecer en un camino de confianza mutua: confianza entre individuos, entre pueblos y naciones», ha instado a la comunidad internacional. Sin embargo, lejos de quedarse atrapado en un discurso apocalíptico, también avistó brotes verdes en algunas latitudes: «Nos alegramos de los signos concretos de esperanza que nos llegan de tantos países, comenzando por aquellos que ofrecen asistencia y hospitalidad a quienes huyen de la guerra y la pobreza».

Hasta un total de 19 países y regiones del planeta ha puesto sobre la mesa para advertir de heridas que supuran, bien a causa de guerras declaradas, conflictos latentes o regímenes dictatoriales. En este repaso, Francisco ha comenzado por la guerra desatada en Europa. «Ayuda al amado pueblo ucraniano en el camino hacia la paz y derrama la luz pascual sobre el pueblo ruso». El Papa ha hecho un nuevo llamamiento a «abrir los corazones de toda la comunidad internacional para trabajar para poner fin a esta guerra y a todos los conflictos que están sangrando al mundo». Ha sido entonces cuando se detuvo en Siria, en los ataques vividos en estos últimos días en Tierra Santa y en la violencia de República Democrática del Congo. Entre los focos de inestabilidad internas por crisis sociales y políticas varias, el Papa ha tenido presente a Líbano, Túnez y Haití, además de apoyar los procesos de reconciliación de Etiopía y Sudán del Sur.

Con especial cuidado se refirió a las «circunstancias especiales» de los regímenes autoritarios de Nicaragua y Eritrea, clamó por las víctimas del terrorismo en Burkina Faso, Malí, Mozambique y Nigeria, y se solidarizó con los afectados por el terremoto de Turquía. El Papa también ha sido altavoz de uno de sus colectivos prioritarios en cuanto a oprimidos se refiere: «Los mártires rohingya» de Myanmar.

Formas de esclavitud

En su invitación a contagiarse de la alegría de la resurrección, Francisco no se ha olvidado tampoco de los colectivos vulnerables que siempre ubica en lugar preferente de su agenda: migrantes, refugiados, deportados, presos políticos, víctimas de la trata, del tráfico de droga y de «todas las formas de esclavitud». «Inspira, Señor, a los líderes de las naciones, para que ningún hombre o mujer pueda ser discriminado y pisoteado en su dignidad», verbalizó. A la par, urgió a los gobernantes «para que en el pleno respeto de los derechos humanos y de la democracia se sanen esas heridas sociales, se busque siempre y solamente el bien común de los ciudadanos, se garantice la seguridad y las condiciones necesarias para el diálogo y la convivencia pacífica».

En clave más confesional, dentro de su mensaje de Pascua, Francisco entonó una alocución cargada de consuelo y aliento: «No estamos solos, Jesús, el Viviente, está con nosotros para siempre». «Que la Iglesia y el mundo se alegren, señaló, porque hoy nuestra esperanza ya no se estrella contra el muro de la muerte: el Señor nos ha abierto un puente hacia la vida», compartió Bergoglio.

Con este grito público de denuncia, el Papa remata una Semana Santa que arrancó con cierta incertidumbre tras el ingreso hospitalario previo al Domingo de Ramos por una bronquitis, un bache de salud que hizo temer una ausencia en los principales actos de los días más relevantes para mundo católico. Sin embargo, salvo el viacrucis del Viernes Santo en el Coliseo que evitó por el intenso frío de la noche romana, Jorge Mario Bergoglio ha presidido todas las celebraciones, incluida su escapada el Jueves Santo a un reformatorio de menores, donde lavó los pies a doce jóvenes.

Hoy, tanto en la eucaristía como en el mensaje de Pascua no ha mostrado síntomas de cansancio ni carraspeo alguno en la voz, más allá de las limitaciones para oficiar en el altar y para mantenerse en pie que le provoca la artritis de la rodilla de muestra. Por lo demás, con voz serena y enérgica se ha dirigido a las más de 100.000 personas que, no sólo llenaban la Plaza de San Pedro, sino que también se agolpaban en parte de la Vía della Conciliazione. Antes de la bendición "Urbi et Orbi", Francisco recorrió con el papamóvil cada uno de los sectores para mostrar su cercanía con la multitud.

Rusos y ucranianos, malestar común

Tanto el Gobierno ruso como el ucraniano han mostrado su malestar al Vaticano por el hecho de que dos adolescentes ofrecieran su testimonio conjunto en el viacrucis del Viernes Santo en el Coliseo. Se repite la misma crítica del pasado año cuando fueron dos mujeres de ambas nacionalidades las que portaron la cruz como reflejo de sufrimiento compartido y deseo de una paz conjunta. En esta ocasión, el Kremlin ha mostrado su repulsa porque el adolescente elegido rechazaba la violencia generada por su país y denunciaba la muerte de varios familiares. Desde el Ministerio de Exteriores ucraniano se quejan de que «se ha vuelto a equiparar víctima y agresor», aunque agradecen el apoyo que siempre les muestra el Papa.