Religión

Alta médica (y laboral) del Papa: «Todavía sigo vivo»

Francisco salió ayer del hospital Gemelli tras superar una bronquitis y hoy presidirá el Domingo de Ramos

 Una mujer se abrazó desconsolada a él y le dijo que la noche anterior había perdido a su hija
Una mujer se abrazó desconsolada a él y le dijo que la noche anterior había perdido a su hija Gregorio BorgiaAgencia AP

Francisco ya está en casa. En el sentido más literal de la expresión, en tanto que ayer por la mañana era dado de alta del hospital Gemelli de Roma y regresaba a la residencia de Santa Marta. Pero también con el matiz institucional. O lo que es lo mismo, se han disipado todas las dudas sobre una posible ausencia del Papa en el Vaticano para participar de los actos centrales de la Semana Santa, el epicentro celebrativo católico.

«Todavía estoy vivo», bromeaba ayer ante un grupo de fieles y periodistas que le esperaban a la salida del centro médico. El Papa se bajó del Fiat 500L que utiliza para alguno de sus desplazamientos para demostrar la mejoría en su estado de salud. «Me viene a la mente una cosa que una vez me dijo un viejo, un hombre más anciano que yo, ante una situación como esta. ‘Yo padre no conozco la muerte, pero la he visto venir... ¡Es fea, eh!’», compartió el pontífice entre risas. «Gracias por vuestro trabajo, un bello trabajo», elogió a los comunicadores, a los que dejó una apostilla de regalo: «Bellos artículos, cosas precisas para evitar fantasías. Sois bravos, bravos». A la par, aplaudió la «heroicidad» del personal médico: «Yo admiro mucho a la gente que trabaja en los hospitales».

Francisco se expresaba con cierta ironía, sabedor del revuelo que se generó desde que el pasado miércoles trascendiera que había sido ingresado de forma inesperada al sentir un dolor en el pecho tras participar sin signo alguno de debilidad física en la audiencia general de los miércoles que presidió en la Plaza de San Pedro. Ante la multitud se mostró sonriente, se salió del guion de su catequesis incluso más que en otras ocasiones y se le vio con cierta desenvoltura en su recorrido en el papamóvil, más allá del dolor que todavía le provoca la rodilla en la subida y bajada del vehículo.

Sin embargo, al llegar a su vivienda, como él mismo manifestó ayer «sentí como un malestar. Como cuando tienes mal el estómago y te sientes mal». Lo compartió con su enfermero, Massimiliano Strappetti, y se optó por trasladarle en ambulancia al Gemelli. A partir de ahí se desataron los rumores sobre un problema de corazón o, incluso, que amenazaran de nuevo los divertículos de los que fue operado hace dos años. La sensación de opacidad creció cuando la propia Santa Sede dio a entender que se había desplazado al hospital para una revisión rutinaria, cuando ya los vaticanistas habían confirmado lo contrario.

En cualquier caso, más allá del complejo cuadro clínico de un paciente de 86 años, lo cierto es que en ningún momento el diagnóstico que realizaron los médicos revestía gravedad. Las primeras pruebas descartaron cualquier dolencia cardiológica y también que se hubiera contagiado de covid. El estudio se concentró entonces en el aparato respiratorio. Aunque se barajó una neumonía, el informe definitivo de Jorge Mario Bergoglio recoge que ha padecido una bronquitis infecciosa a la que se respondió con un tratamiento antibiótico al que reaccionó de forma positiva desde el primer momento. Prueba de ello es que al día siguiente de su ingreso ya pudo retomar la parte de agenda de trabajo correspondiente al despacho y celebró la eucaristía en la capilla del apartamento que tienen reservados los pontífice en el Gemelli. Esa misma noche cenó pizza. El viernes se pudo ver a Francisco paseando por el área de oncología infantil repartiendo regalos e, incluso, bautizando a un bebé. Y ayer los doctores firmaban su carta de libertad.

En total, unas 72 horas en las que las alarmas eclesiales y mediáticas han alcanzado más decibelios de tensión de los vividos por el propio protagonista de esta crisis sanitaria. No solo porque el pontífice argentino haya manifestado con naturalidad que es consciente de sus debilidades físicas. «No tuve miedo», sentenció ayer a la salida del Gemelli, una reflexión que va en línea de otras declaraciones previas. «Puedo morir mañana, pero vamos, está controlado. De salud estoy bien», dijo en enero en una entrevista a la agencia Ap. Esos mismos días a un grupo de peregrinos les bromeaba sobre su artritis: «Dicen que esto le pasa solo a los viejos, no sé por qué me ha pasado a mí». Más allá de su buen humor, hay quien comenta ya en los pasillos vaticanos que, cada vez que este Papa tose, unos cuantos se arremolinan fabulando en un futurible cónclave. Si así fuera, ya se habrían avistado no menos de diez fumatas, entre sus enfermedades declaradas, las dolencias inventadas por algún curial y los infundados rumores de renuncias.

El retorno de Francisco al Estado más pequeño del mundo se certificará hoy con su participación en la eucaristía con motivo del Domingo de Ramos. El Papa no formará parte de la comitiva de la procesión de las palmas ni tampoco oficiará la misma desde el altar, no por la bronquitis, sino por el problema de rodilla. El pontífice preside, pero no oficia. Será el cardenal Sandri, también argentino y vicedecano del Colegio Cardenalicio, quien lleve las riendas, si bien será Bergoglio quien pronuncie una homilía de su puño y letra.

Ayer, el Vaticano también confirmó que Francisco se desplazará el Jueves Santo al instituto penal de menores «Casal del Marmo», donde lavará los pies a 12 internos. Es el mismo centro penitenciario al que acudió justo hace diez años, cuando decidió dar un giro a la celebración de la Cena del Señor y se arrodilló ante un grupo de reclusos, entre ellos varias mujeres, una de ellas musulmana. Habitualmente los Sucesores de Pedro presidían la ceremonia en San Juan de Letrán. Sin embargo, el primer Papa latinoamericano de la historia se llevó a Roma bajo el brazo su particular lavatorio con los que él denomina «los descartados» de la sociedad.