Níjar
Girasoles en el Cerro Negro
Cinco meses después de la trágica desaparición y muerte de Gabriel, sus cenizas reposan ya en el mar. Los padres del pequeño rehacen su vida en el entorno de Las Negras, protagonista durante la búsqueda
La familia de Gabriel Cruz, asesinado en Níjar (Almería) el pasado mes de marzo, esparció el 17 de agosto las cenizas de su «pescaíto» en el mar. Para sus padres, el niño salió en ese momento «de la oscuridad para surcar los mares y sus profundidades».
La familia de Gabriel Cruz, asesinado en Níjar (Almería) el pasado mes de marzo, esparció el 17 de agosto las cenizas de su «pescaíto» en el mar. Para sus padres, el niño salió en ese momento «de la oscuridad para surcar los mares y sus profundidades».
Nosotros viajamos hace sólo unas semanas a Las Negras sabiendo que ese retorno cobraba un nuevo significado al toparse con el lugar que, cinco meses atrás, se había convertido en foco de atención de todo el país. La desaparición y trágica muerte de Gabriel puso en el mapa a Las Hortichuelas, la pedanía donde pasaba temporadas con su abuela paterna, pero también a la población costera que se convirtió en puesto de mando para la búsqueda, con cientos de voluntarios y efectivos de emergencias peinando fincas, pozos y montañas aledañas. Las Negras, a tres kilómetros del punto donde se perdió la pista del niño, vive hoy en el deseo del olvido y la rabia por lo vivido.
La primera noche vemos a Patricia Ramírez, la madre de Gabriel, sentada a la hora de la cena en una terraza frente al mar junto a una pareja a la que se dirige con expresividad.
Unos días después desayuna frente a nosotros Ángel Cruz, el padre del pequeño, acompañado por dos compañeros de trabajo. Estamos en Rodalquilar, el antiguo pueblo minero donde cuenta con el apoyo de su familia y a pocos minutos en coche donde tuvo lugar el fatal desenlace. Le encontramos ausente, callado, pero sabremos días después que aunque su ánimo no es el mejor está dispuesto a sacar fuerzas para salir adelante. Ha vuelto a su trabajo de químico como primer paso.
Como en un escenario, por Las Negras desfilan en días sucesivos otros protagonistas de semanas atrás, asiduos del lugar como el periodista de «El Periódico» Manel Vilaseró, vecino de la abuela de Gabriel en Las Hortichuelas, que se desplazó desde Madrid para cubrir el suceso. Al filo de las dos de la tarde le perdemos el rastro cerca del Cerro Negro, un bar en cuya terraza colgó fotos en Facebook Ana Julia Quezada, con una sangre fría que puede figurar en los anales de la psicopatía.
Su recuerdo nos lleva al centro comercial en el que regentó un bar y desde donde un día encaminó sus pasos hacia el único supermercado local, el “Komo komo” de Paco, “El Cacho”. Ana Julia fue a pedirle un favor en el mismo lugar –su rincón habitual junto a la frutería–, donde nos cuenta la anécdota que vivió con la dominicana. «Aquí no hay bancos –los más cercanos están en San José o Campohermoso– y muchos dueños de negocios vienen para que les dé cambio. Ella me dio 400 euros en billetes y yo le pasé mi dinero. Cuando se alejaba hacia la salida me di cuenta por el tacto de que los billetes eran falsos. La llamé: “Llévate esto y devuélveme lo mío”. No dijo palabra. Así lo hizo y se marchó».
Cuando hablamos con Paco tiene como inquilina de una de sus casas a Patricia Ramírez. «Desde que pasó todo no se ha movido de aquí», nos cuentan en Las Negras. «No quiere volver a Almería», y más con el niño esos días enterrado en Fernan Pérez, muy cerca, carretera arriba. Volvemos a verla otra noche en el mismo sitio que la primera vez. Cruzamos una mirada pero no tenemos intención alguna de interrumpir lo que sea que esté pensando, acompañada de nuevo por otra pareja. Arropada por quienes no la quieren sola.
Es inevitable doblar una esquina y no echar la vista atrás. A la entrada del pueblo reparamos en las cristaleras de un bar con dibujos infantiles de peces en memoria de Gabriel. Unos metros más adelante, detrás del molino y el palmeral que dan la bienvenida a Las Negras, está la biblioteca local, que fue epicentro del operativo de búsqueda. Allí grabaron el día que dijo haber encontrado la camiseta del niño en el barranco de Las Agüillas a una Ana Julia Quezada sollozante, marcada en rojo ya por las sospechas y a la que la Guardia Civil finalmente daría caza aquella mañana de infausto recuerdo.
Entramos en la desierta biblioteca, humilde pero suficiente para los días de viento que agitan el mar e impiden el baño. «Hoy no hay nadie porque hace muy bueno», dice su responsable. Hace semanas era en cambio un hervidero de voluntarios, agentes, sanitarios, bomberos y medios de comunicación expectantes.
La casualidad nos trae nuevas noticias de Ángel Cruz, al que una persona que ha estado con él esa misma tarde nos describe más animado y con planes para un sábado cualquiera.
Pasamos junto al hotel que servía a la pareja para sus ruedas de prensa. Desde la terraza llegan ecos de Rozalén y su «Girasoles», el tema favorito de Patricia y Gabriel. Todo un símbolo para evocar una vez más lo que Las Negras significó en la crónica de sucesos más reciente.
Es difícil borrar la tinta y las imágenes de aquellas semanas de marzo, pero allí los vecinos sólo quieren que lo único que quede en la memoria del visitante sea, por ejemplo, el imponente Cerro Negro de lava volcánica que preside el horizonte. Y que mire al mar, el «lugar mágico» de Gabriel, y olvide.
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