Teología de la Historia

El «gran milagro» del cojo de Calanda

Sucedió en el peor año de la Monarquía hispana, con graves crisis externas e internas, como una señal para devolver la esperanza

Representación del Milagro de Calanda, por Sor Isabel Guerra.
Representación del Milagro de Calanda, por Sor Isabel Guerra.Basílica del Pilar

Tal día como hoy, Viernes Santo –29 de marzo del año de 1640– se produjo en la localidad zaragozana de Calanda un hecho que por las extraordinarias circunstancias que le rodearon es considerado como «el gran milagro».Así es reconocido por cuantas fuentes especializadas en la materia lo han investigado, incluidos escritores de tan reconocido prestigio como el italiano Vitorio Messori,que le dedicó una atractiva y documentada obra con ese mismo título.

Tal y como narra en su presentación, atraído por lo que había escuchado al respecto, se decidió un día a coger su coche y trasladarse a Zaragoza para acreditar personalmente la veracidad de tal prodigio, acudiendo a las numerosas fuentes documentales que lo certifican. No es la menor de todas el acta levantada por el notario de la vecina localidad de Mazaleón, que visitó Calanda el 2 de abril, apenas tres días después de producido el Milagro.y

Representación escultórica de la pierna cortada de Miguel Juan Pellicer, en la clave del arco de la portada del Templo del Pilar de Calanda.
Representación escultórica de la pierna cortada de Miguel Juan Pellicer, en la clave del arco de la portada del Templo del Pilar de Calanda.LR

Precisamente por haber sido promovido por el Ayuntamiento de Zaragoza el expediente para ser reconocido como tal por el Arzobispo de la localidad, una copia de tal acta se guarda en una visible urna de cristal situada en el antedespacho del alcalde zaragozano. Sin perjuicio de narrar el suceso como merece, es conveniente conocer el contexto histórico en el que tal acontecimiento se produjo para poderlo incluir e interpretar en el ámbito de la Teología de la Historia. Y, en este caso, muy en especial de la Historia de España.

El año más trágico de la Monarquía

Aquel año de 1640 sería calificado por el Conde Duque de Olivares,valido (lo que hoy sería un jefe de Gobierno) del Rey de España, Felipe IV, como el «más trágico año de la Monarquia hispana». Entre los muchos conflictos internos y peninsulares que se produjeron aquel año destaca la revolución catalana conocida como la «dels segadors» y la rebelión de Portugal. La primera sucedió el Corpus Christi –7 de junio–que será conocido como el «Corpus de Sangre» por el asesinato el virrey de Cataluña .

Precisamente será la estancia en Calanda, el 29 de marzo, de un escuadrón de Caballería de paso para combatir contra Francia –con la que España estaba en guerra desde 1635–, el instrumento providencial para difundir el milagro allende nuestras fronteras. La revolución del «Corpus de Sang» extenderá la guerra a todo el Principado y la ocupación francesa del mismo, reconociendo las autoridades catalanas al Rey francés Luis XIII como conde de Barcelona, título vinculado al Rey de España.

En cuanto a la revolución de Portugal, sucederá en diciembre de ese mismo año, y terminará con su secesión de la Monarquia española, a la que se había incorporado en 1580, reinando Felipe II, como legítimo sucesor de la Corona lusa, al fallecer sin descendencia el Rey Sebastián de la Casa de Avis, en la batalla de Alcazarquivir. Nacería el Sebastianismo, como expresión del deseo de una restauración de la Monarquía lusa, dando lugar a la leyenda del «Pastelero de Madrigal de las Altas Torres», según la cual el Rey Sebastian no habría fallecido y utilizaría una falsa identidad para reclamar la Corona.

La sublevación de Portugal será palaciega y promovida por los carmelitas de la provincia de Coimbra, a instancias de la Monarquia francesa ante el Papa Urbano VIII, entonces todavía soberano temporal de los Estados pontificios.

La separación Iglesia-Estado no existía en la Europa del momento, con la Monarquía «absoluta», anterior a Montesquieu y sin la división de poderes teorizada por él. No era del agrado del Rey de Francia, Luis XIII, el inmenso poder acumulado por el Imperio católico español, vecino suyo, que también encontraba eco entonces en sectores influyentes de la Santa Sede.

Estando previsto un próximo desplazamiento del Rey Felipe IV y su Corte a Lisboa, con una larga estadía, y no existiendo una masa popular significativa contraria a la unión de las dos Casas, la de Habsburgo y la de Avis, la revolución se adelantó y fue palaciega, sentando en el Trono a Juan IV como primer rey de la Casa de Braganza.

Otras crisis no menores

Estas fueron las crisis más graves de aquel dramático año para la Corona española, pero no las únicas en el ámbito interior y peninsular, donde era sometida a diversas conjuras que cuestionaban al Rey y su valido, lo que propició su relevo en 1642 por parte del monarca.

En particular, el Conde Duque era muy cuestionado por la «Unión de Armas», proyecto unificador de la Monarquía hispánica de los Austrias, que él presentó al Rey, para que todos sus territorios aportaran una fuerza militar y económica proporcional a su población y riqueza. Era una acuciante necesidad para poder hacer frente a la carga que debía asumir la Corona en tantos frentes como tenía abiertos en sus tan extensos dominios, con una Castilla exhausta.

La oposición de Aragón y Portugal a esa iniciativa precipitaría la crisis vivida en 1640.En este escenario tan difícil para la supervivencia de la dinastía de los Austrias en España, el milagro de Calanda tuvo un singular significado. No se olvide que, en aquel momento, el Rey era considerado como vicario temporal de Dios, es decir, su autoridad procedía de El y en Su nombre ejercía el poder sobre sus súbditos.

Devoción por la Virgen del Pilar

Volviendo al milagro, significó la restauración de la pierna derecha a un joven Miguel Juan Pellicer, de 23 años, a quién le había sido amputada «cinco dedos por debajo de la rodilla» en el Hospital de Nuestra Señora de Gracia de Zaragoza. El accidente lo había sufrido al caer y ser atropellado por la rueda de un carro que conducía por Castellón, donde trabajaba al servicio de un tío suyo.

Su gran devoción por la Virgen del Pilar –con una ermita a Ella dedicada a la entrada de Calanda– le impulsó a desplazarse 300km para ser intervenido en Zaragoza en unas penosas condiciones por el estado de su pierna, ya con incipientes muestras de gangrena. Llegó allí exhausto y con fiebre en octubre de 1637, acudiendo al Santuario del Pilar a confesar y comulgar antes de ingresar en el Real Hospital de Gracia.

Ante la avanzada gangrena de la pierna los médicos acordaron su amputacion con «serrucho y escalpelo» cuatro dedos por debajo de la rodilla y cauterizarla con hierro candente.Conforme a la costumbre de la época, fue enterrada en el cementerio del Hospital. Tras una temporada ingresado, salió con plaza de mendigo y muleta al Santuario Pilarista para sobrevivir, donde escuchaba misa diaria y, con frecuencia, se untaba el muñón con el aceite de las velas colocadas ante la sagrada imagen a la que veneraba. Después de tres años de ausencia, decidió regresar a Calanda con su familia a principios de 1640.

El 29 de marzo, tras la cena y la tertulia en torno al fuego, se retiró fatigado a dormir cerca de las 11 de la noche. Dormía sobre un jergón en el suelo situado junto a la cama de sus padres al estar su habitación ocupada por un soldado de Caballería que se encontraba de paso en la localidad con su escuadrón camino de Francia.

En la Basílica del Pilar de Zaragoza se observa pintada la escena en la que su madre, al ir a su habitación, comprueba que su hijo tiene las dos piernas.Un año después, el Arzobispo declaraba la curación milagrosa tras un exhaustivo proceso en el que participaron muchos testigos, entre ellos los cirujanos, quien enterró la pierna y muchos vecinos que le conocían bien.

Enterado el Rey de lo sucedido, pidió que le llevaran a la Corte y, ante los embajadores europeos, hincó la rodilla y besó la cicatriz de la pierna restituida. Las Cortes Europeas intentaron que no fuera difundido lo sucedido, por entender que podía ser interpretado como un signo de apoyo del Cielo a las armas españolas que combatían también en defensa de la catolicidad rota por el Cisma protestante.