Turismo

Prohibido cacarear...en el campo

Tras la orden del Ayuntamiento de Soto de Cangas de cerrar un gallinero particular porque «molestaba a los turistas», el pueblo se ha levantado contra los urbanitas. «Los animales hacen ruido y no huelen a Chanel, pero esto es el campo, a quien no le guste que se quede en la ciudad», denuncia Fernando.

Fernando, dueño del gallinero que el Ayuntamiento quiere clausurar, posa con una de sus aves frente al hotel que denunció los cacareos. Foto: Nacho Cubero
Fernando, dueño del gallinero que el Ayuntamiento quiere clausurar, posa con una de sus aves frente al hotel que denunció los cacareos. Foto: Nacho Cuberolarazon

Tras la orden del Ayuntamiento de Soto de Cangas de cerrar un gallinero particular porque «molestaba a los turistas», el pueblo se ha levantado contra los urbanitas. «Los animales hacen ruido y no huelen a Chanel, pero esto es el campo, a quien no le guste que se quede en la ciudad», denuncia Fernando.

Fernando Villarroel está indignado. Él es un hombre de campo, amante de los animales, de la naturaleza y de la tranquilidad que se respira en Soto de Cangas, un pueblo de 90 habitantes en el concejo de Cangas de Onís, Asturias, que ahora se ha visto «acosado» por la presión de los urbanitas, a quienes parece que los ruidos de los animales les molesta. Esta semana, un video de un lugareño ganadero se convertía en viral al denunciar con desazón y mucha sorna la resolución administrativa que obligaba a Fernando a cerrar su gallinero porque el cacareo de los animales molestaba a los huéspedes de un hotel rural. «Esto parece el mundo al revés. Los de las ciudades, que presumen de pasar fines de semana en el campo para desintoxicarse del estrés urbano, ahora quieren callarnos, acabar con nuestras costumbres. Pero, vamos a ver, en las zonas rurales los animales hacen los sonidos que tienen que hacer, al igual que huele a lo que huele. Esto es el campo», nos cuenta Fernando. Y es que parece que el turismo rural, cada vez más popular y que prolifera en cada rincón de la geografía española (¿quién no se ha hecho una escapada «detox» para respirar aire puro?) tiene una parte muy negativa para los locales que se sienten en cierto modo invadidos y en ocasiones ultrajados por las imposiciones de los «señoritos» capitalinos. El origen del «caso gallinero» arranca hace año y medio, cuando, según nos relata Fernando, José María, un policía castellano leonés, y su hijo, compraron una antigua casa de huéspedes de Soto de Cangas para convertirla en local rural bajo el nombre de Apartamentos de Turismo Rural Camino Picos de Europa. Así montaron este establecimiento hotelero de éxito y buenas referencias. Pero pronto, José María quiso silenciar a los animales de la localidad y acudió al Ayuntamiento para obligar a Fernando a que cerrara su gallinero. «Es cierto que mi corral está al lado de su hospedaje, pero, en primer lugar, debo aclarar que lo mío no es un negocio, no somos un criadero, es un gallinero para el autoconsumo y, por lo tanto, no necesito una licencia para tenerlo. Cuando en la familia queremos comer un gallo, lo matamos y a la mesa. Yo no los compro, los que tengo son los que tengo. Además, llevo 23 años aquí y nunca nadie se ha quejado. Yo vivo detrás del gallinero y duermo perfectamente. Es más, otra vecina, que lo tiene más cerca que los del hotel, no ha puesto nunca ni una queja», explica con una elevada dosis de cabreo. En este momento cuenta con 20 ejemplares y reconoce que cacarean en cualquier momento del día. «Antes lo hacían al amanecer, pero ahora con la luz artificial no responden a un horario concreto, pero digo yo: quien no quiera escuchar a los animales que se quede en la ciudad con el ruido de los coches», sentencia.

«Me están volviendo loco»

Fernando tiene un negocio de caballos, también orientados al turismo, y organiza excursiones por el municipio. Él entiende la importancia de atraer visitantes, ya que son la principal fuente de ingresos de los cangueiros, pero pide que los que se acerquen hasta allí respeten la tradición. «A mí ningún turista me ha dicho que le molesten mis gallinas, yo creo que lo que ocurre es que a José María se le ha ido la cabeza. Él mismo ha dicho a voz en grito en el pueblo: ''Estas gallinas me están voliendo loco, locooooo''. Pero dónde se cree que está», reivindica. Según el propietario del establecimiento rural, la queja no es paranoia suya sino de sus inquilinos que al hacer el «check out», dice, se quejan constantemente de que no han podido descansar plácidamente por culpa de las gallinas y los gallos. Así que ni corto ni perezoso, el ex policía fue al Ayuntamiento de Soto de Cangas y a los pocos meses acudió un equipo de técnicos para valorar la intensidad de dichos ruidos. «Los inspectores vinieron cuando yo no estaba, algo que no me parece de recibo, y según el informe detectaron ruidos de 60 decibelios con picos de hasta 75, pero lo que no está claro es que ese ruido sea de mi gallinero, porque hay más en el pueblo, así como otra serie de sonidos de la naturaleza. No sé dónde narices hicieron la medición». Para los profanos en temas de decibelios, afirman los expertos, un ruido comienza a ser dañino a partir de los 75 y doloroso a partir de los 120. Dicen que si supera los 180 puede ser incluso mortal. Un aspirador genera unos 65, mientras que una calle abarrotada de tráfico supera los 75. En cuanto a las mediciones oficiales, si se superan los 50 empiezan a tomarse medidas para reducirlo. «Claro que un gallo puede superar ese límite, pero es algo puntual, pero insisto es el campo, ¿vamos a poner también un bozal a las vacas para que los turistas duerman bien?», contraataca Fernando. El Ayuntamiento le comunicó entonces que por esta resolución administrativa –no hay un proceso judicial todavía– tenía que clausurar el gallinero, cesar su actividad. «Ahora tengo un mes para recurrirlo y estoy preparando ya el escrito porque el plazo termina el viernes. En la resolución se dice que soy un criadero de gallos y eso es completamente mentira, no tengo ninguna actividad económica con ellos. Lo que yo voy a hacer es exigir que se haga otra medición en la que yo esté presente y que realmente se mida el sonido de mis gallos», asegura. Sin embargo, parece que la cruzada de José María no quedará en el asunto de las aves. «A este señor le molesta todo, quiere acabar con el pueblo. Cuando llegó dijo que había casas inhabitadas y que había que tirarlas, luego entendí que lo que quería era convertirlo en un aparcamiento para su hotel, que está compuesto por dos apartamentos, porque no tiene plazas. Luego dijo que los gallineros daban muy mala imagen a los turistas. Entonces, ¿qué tenemos que hacer, cambiar el pueblo para que a los turistas les parezca bonito? Es una vergüenza», lamenta Fernando, que nos explica cómo ellos aguantan que los visitantes monten sus fiestas hasta altas horas de la noche.

Unas buenas pitadas

«Mira, nosotros estamos encantados de que vengan aquí, pero hay que saber convivir. En verano, se ponen a hacer barbacoas a las tres de la mañana y yo, que trabajo de sol a sol, me acuesto con su música de fondo. Me duermo y punto. Es más, como aparcan en cualquier sitio, cuando viene el camión de la basura y como no puede pasar por las calles empieza a pitar y se lían unas buenas. Pero luego son mis gallos los que molestan», dice, al tiempo que denuncia que a este ritmo «vamos a acabar enjaulados en una esquina del pueblo para no molestar a los turistas». En los últimos años, Soto de Cangas se ha convertido en un punto de referencia de foráneos apasionados de la montaña. Así se han levantado más de 14 hoteles, siete restaurantes, un camping y diversos negocios de senderismo. Por eso, los locales no quieren «andar a malas» con los foráneos, pero piden que en lugares como el suyo hay que «convivir con ruidos y olores típicos del campo». «Esto es precioso, pero no es el paraíso, los animales no huelen a Chanel. Así que los que vengan que respeten la tradición y disfruten de nuestras costumbres y si no soportan los ruidos de los animales, mejor que se queden en sus ciudades y que duerman con el ruido del tráfico que seguro que es mucho más placentero», ironiza.

Un peligroso precedente

Lo que temen los vecinos de Soto de Cangas es que si José María se sale con la suya y cierran el gallinero de Fernando, se genere un precedente peligroso y acaben con las costumbres y tradiciones del pueblo. Nel Cañedo, ganadero de la localidad, ha sido el responsable de convertir en un asunto de Estado el cierre tras la denuncia pública a través de las redes sociales. «Es un conocido mío, no amigo, pero pensamos igual. El pueblo está revolucionado. Lo que ocurre es que como en el campo hay pocos votos, los políticos pasan. S­i aquí se jugaran algo, ya verías cómo se interesaban por nosotros», critica el dueño de los animales.