Cambios climáticos
¿Qué podemos hacer para salvar el planeta?
Antes de señalar con dedo acusador a los gobiernos de los países industrializados como únicos responsables las emisiones de gases contaminantes, sería bueno preguntarnos qué podemos hacer nosotros en nuestras ciudades, edificios o incluso en nuestras casas para reducir el impacto del cambio climático. No hay que olvidar que el 76% de las emisiones de CO2 corresponde a las ciudades, mientras que los edificios son responsables de un tercio de las emisiones de gases de efecto invernadero.
¿Cómo podemos ayudar el planeta sin salir de casa? Varias ONG como Greenpeace nos brindan algunos consejos. Hay un dato clave: si cada ciudadano redujera el consumo de electricidad a 2.000 vatios al año, disminuiríamos considerablemente los daños que produce el calentamiento global. Por ejemplo, debemos despedirnos de las bombillas tradicionales en favor de las de bajo consumo, como son las bombillas fluorescentes compactas, que pueden suponer un recorte del consumo energético de hasta un 80%. Del mismo modo, también podemos instalar sensores de ocupación: las luces sólo se iluminan cuando detectan movimiento. Mientras, los termostatos regulables y las ventanas de doble acristalamiento aislante también ayudan a evitar pérdida de energía. No hay que olvidar tampoco que muchos electrodomésticos, incluso estando apagados, consumen mucha más energía de la necesaria. De ahí que sea aconsejable comprar productos de ahorro energético de clase A.
Nuestra higiene también es responsable del «robo» de energía. Las duchas rápidas son mucho más eficientes que los baños. Y un economizador de agua en la ducha es capaz de reducir a la mitad el consumo de energía. En la lavadora, si lavamos en frío y obviamos el programa de prelavado obtenemos también un ahorro energético del 80%.
En cuanto al coche, basta dejarlo dos días a la semana para reducir la emisión de 725 kilos de CO2 cada año. Y si aún no estamos preparados para uno eléctrico, ya es posible adquirir vehículos que sólo consumen cuatro kilos a los 100 kilómetros. El planeta lo agradecerá. Pero más aún nosotros mismos.
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