
Entrevista
Rafael Hernández Estefanía: "Hay un mayor porcentaje de narcisismo entre los cirujanos"
Su profesión demanda tener un ego bien desarrollado y una autoestima alta. "La autoconfianza es clave"

"Pijama" verde, zuecos blancos, mascarilla y varios gorros más o menos estrafalarios que les sirven de amuleto de la suerte. La indumentaria de un cirujano es inconfundible, pero también lo es su carácter. Dicen de ellos que están endiosados y que caminan unos centímetros por encima del suelo. Rafael Hernández Estefanía, cirujano cardiovascular y torácico de la Fundación Jiménez Diaz, de Madrid, no lo niega, pero si lo matiza. "Si el porcentaje de narcisistas en la población general es del 1%, en la cirugía debe haber un 10%, casi tato como en la política o en la dirección de grandes empresas". La explicación es clara. "Hace falta un ego bien desarrollado y una autoestima alta para desempeñar este trabajo; un exceso de arrogancia no viene mal".
Acaba de publicar su libro La hora de los valientes (Geoplaneta), donde narra con amenidad y empatía todo lo que ocurre tras la puerta cerrada de un quirófano. Con prólogo del premiado escritor de novela negra Lorenzo Silva, el libro desmonta tópicos y humaniza la cirugía.
¿Es usted un cirujano típico o tiene doblegado su ego?
Supongo que hay un especie de "selección natural" en esta profesión, que es muy competitiva y muy exigente. Se dice que estamos muy endiosados pero, bueno, si es así es porque, en general, la autoconfianza excesiva es necesaria en nuestro desempeño. Vivimos mucho estrés y, en situaciones límite, tenemos que tirar para adelante, sin titubear, porque no hay marcha atrás. Lo que está en nuestras manos es la vida de una persona. Por eso, probablemente un exceso de arrogancia no viene mal.
Su formación es complicada, pero lo peor viene después, ¿cuándo se dio cuenta de que ya podía decir que era un cirujano?
La formación en cirugía se asemeja a la que recibe un militar. O a cualquier organización que mantiene una jerarquía bien establecida, como puede ser la de los gánsteres. Al principio eres el chico de los recados, como Ray Liotta en "Uno de los nuestros", y luego vas progresando con el tiempo. En mi primera guardia estaba muerto de miedo. Tumbado en la cama de la habitación del cuarto del médico, cerraba los ojos e imaginaba que me venían a buscar corriendo porque alguien había tenido una parada y había que reanimarlo. De madrugada escuchaba las alarmas de los ventiladores y de los monitores y rezaba para que las enfermeras no me llamasen. Sabía que iba a pasar, era cuestión de tiempo, pero no quería que fuese esa misma noche. Era inevitable: en algún momento llegaría mi primera parada cardiaca. Y no sabía si estaba preparado o no.
¿Por qué "la hora de los valientes"? ¿Qué significado tiene?
Hace referencia al enfermo y a su valentía antes de entrar en un quirófano. Pero también al cirujano. Es un momento de calma tensa, como el que vivían los soldados de la Gran Guerra que esperaban en la trinchera a que sonase el silbato para subir por la escalera y combatir. Mientras me lavo las manos antes de la intervención, me viene siempre a la cabeza la imagen de Ayrton Senna, el piloto de Fórmula 1, justo antes de que se iniciase un gran premio.
¿Y lo sufre?
Nuestra profesión no siempre es un sufrimiento, ni mucho menos. El cirujano hecho y derecho disfruta interviniendo y consigue que quienes le rodean también lo hagan. Antiguamente se decía que "el cirujano debe tener nervios de acero, corazón de león y manos de mujer".
La ficción sobre hospitales, especialmente las series de Estados Unidos, les retrata siempre como las estrellas de la plantilla, los imprescindibles, los envidiados... ¿se parece en algo a la realidad?
No, en nada (ríe). La diferencia más evidente es que los cirujanos de las series y las películas salen a hablar con los familiares con el pijama perfectamente planchado, impecables y sin una gota de sudor en la frente. Se les acerca y les dice: "ha ido todo bien, su marido va a sobrevivir". Luego todos se abrazan y se acaba la escena. Eso es pura ficción. La realidad es que ni salimos planchados ni salimos peinados: salimos despeinados, con el gorro mal puesto y la mascarilla hecha un acordeón. Estás cansado, te duele la espalda y arrastras los pies. Y, normalmente, tienes sudor, e incluso gotas de sangre pegadas en la frente.
Tampoco dan tanta información, supongo...
Desde luego que no, pero por pura prudencia. Puedes decir algo como "la cuestión quirúrgica ha ido bien; vamos a ver cómo evoluciona en las próximas horas". Es lo mínimo, porque puede que justo cuando lo estás diciendo haya una complicación. De hecho, un cirujano que a mí me enseñó mucho en mis inicios me contó que una vez le pasó esto mismo. Cuando salía para decirles a los familiares que la cirugía había ido bien y que el paciente estaba estable, sus compañeros le llamaron a gritos para que volviera porque la persona había entrado en parada. Finalmente falleció.
¿Cómo se vive esa parte: la muerte de un paciente en la mesa de operaciones?
Pues te diría que ninguna se olvida del todo. No es fácil perder a un paciente. No te acostumbras aunque tengas experiencia. Si por nosotros fuera, nos gustaría que la mortalidad fuese del cero por ciento, pero eso es imposible. Por fortuna, las malas noticias son muy poco frecuentes en nuestro ámbito sanitario en comparación con las buenas, que son las que nos proporcionan quienes se han librado de una enfermedad y gozan de buena salud. La tasa de mortalidad en cirugía cardiovascular está por debajo del 5%.
Las buenas noticias son, entonces, más comunes. ¿Alguna que recuerde con un cariño especial?
Hace unos días, firmando en la Feria del Libro, vino a visitarme un paciente con su mujer. Su cirugía fue muy compleja: tuvo una parada cardiaca después, se recuperó, le volvimos a intervenir y tuvo otra. Estuvo 5 o 6 meses ingresado, muy grave. Tanto que llegué a llamar a su mujer en un momento dado para decirle que no podíamos hacer más por el, y que probablemente no pasara de esa noche. Y ahí estaba el sábado pasado, ¡delante de mí! Era la primera vez que lo veía así, con buena cara, hablando... cuando estuvo ingresado ni podía casi. Estaban agradecidísimos, y yo ... ¡yo más! Por esos momentos son por los que este trabajo merece la pena, casos así le dan sentido a todo el esfuerzo y la tensión que pasamos.
¿Qué le recomendaría a una persona a la que van a operar hoy mismo, o mañana?
Cuanto más preparado esté el cuerpo para la intervención, mejor y más breve será la recuperación. Así que, además de mantener la calma y confiar, le recomendaría dejar de fumar (si es que lo hace) y alimentarse de una manera equilibrada (al menos los días antes). También les recomiendo que pregunten todo lo que necesiten a sus médicos, con total tranquilidad, que no se queden con ninguna duda.
En un quirófano uno también se puede relajar. Las cirugías cardiacas son largas, entre 4 o 6 horas ¿hacen descansos?
Claro. Digamos que en una intervención hay tres partes: la preparación; la parte noble, en la que hacemos lo que el paciente necesita (válvulas, cirugía coronaria, etc) y, después, cuando lo cerramos, empieza la parte de, digamos, desconexión para nosotros. Y, si, hablamos de cualquier cosa: de la familia, de fútbol, del tiempo, de planes…
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