Investigación Médica

El científico que cortó las dos orejas y el rabo

Medio siglo después del famoso experimento en el que paró la embestida de un toro con un radiotransmisor, los expertos reivindican el trabajo de Jose Manuel Rodríguez Delgado, pionero de los implantes cerebrales que hoy se emplean contra el párkinson, la epilepsia y la depresión

Delgado detiene la embestida del toro en su célebre experimento de 1963
Delgado detiene la embestida del toro en su célebre experimento de 1963larazon

Medio siglo después del famoso experimento en el que paró la embestida de un toro con un radiotransmisor, los expertos reivindican el trabajo de Jose Manuel Rodríguez Delgado, pionero de los implantes cerebrales que hoy se emplean contra el párkinson, la epilepsia y la depresión

Un día de verano de 1963, hace ahora 50 años, un médico vestido con corbata y zapatos cogió una muleta por primera vez en su vida y saltó a la arena para ponerse delante de un toro con los cuernos afilados como agujas. Bajo el sol de Córdoba, iba a llevar a cabo la faena más asombrosa de la historia. Nada más salir del burladero, el toro arremetió contra él para embestirlo, pero el morlaco se quedó congelado cuando el bisoño torero ya casi podía sentir su aliento en la cara. En la mano izquierda, escondida detrás de la muleta, el médico José Manuel Rodríguez Delgado portaba un radiotransmisor. Al apretar un botón, el neurocientífico activó unos electrodos implantados en las profundidades del cerebro del animal. Y el toro se paró en seco.

El diario The New York Times, que llevó el experimento a su portada, lo calificó como "la más espectacular demostración llevada a cabo de la modificación deliberada del comportamiento animal mediante el control externo del cerebro". Un año después, el científico volvía a saltar al ruedo, esta vez sin muleta y con una bata blanca como traje de luces. El toro bravo volvía a comportarse como un corderito delante del médico. Delgado, entonces investigador de la Universidad de Yale (EEUU), había cortado las dos orejas y el rabo de la ciencia. Sus teorías lograban fama mundial, tras años de soledad. Sin embargo, muy poco después volverían al rincón de la historia.

El viaje de vuelta al olvido del médico español tras aparecer en la portada del periódico más prestigioso del mundo es una historia rocambolesca, que incluye a la CIA, al autor de Parque Jurásico y experimentos para convertir a un gay en heterosexual. Medio siglo después de aquella corrida científica, los expertos creen que ese olvido es una injusticia. Las investigaciones de Delgado despejaron el camino para tratamientos con implantes cerebrales que hoy benefician a decenas de miles de personas con párkinson, epilepsia o depresión.

Delgado defendió los tratamientos con estimulación eléctrica en el cerebro en un momento en el que la neurociencia se decantaba por los fármacos. Entre 1952 y 1969, Delgado publicó 134 estudios científicos sobre sus experimentos con gatos, monos e incluso humanos enfermos sin tratamiento alternativo. El médico de Yale llegó a probar, en una finca de 2.000 metros cuadrados en una isla de las Bermudas, que era posible destronar al macho dominante de una colonia de gibones mediante la estimulación eléctrica de sus cerebros para modular su agresividad.

Sus experimentos no brotaron de la nada. En 1935, el neurocientífico estadounidense John Fulton anunció que había conseguido reducir la agresividad de una chimpancé llamada Becky extrayéndole la corteza prefrontal del cerebro. Poco después, el neurocirujano portugués António Egas Moniz empezó a aplicar la técnica, la lobotomía, en personas con esquizofrenia, depresión o instintos violentos. Lo que hoy es una barbaridad le valió el premio Nobel en 1949. Y, un año después, Delgado se incorporó al departamento de Fulton en la Universidad de Yale.

Horror a las lobotomías

Allí, el médico español, disgustado por la brutalidad de las lobotomías, expresó su deseo de perseguir los mismos objetivos pero ciñéndose a la estimulación eléctrica de determinadas áreas cerebrales. Sus ensayos comenzaron en una institución psiquiátrica del estado de Rhode Island, con 25 pacientes de epilepsia y esquizofrenia para los que entonces no había tratamiento. En algunos casos, sus resultados, publicados en 1952, fueron sorprendentes.

Y el tiempo ha dado la razón a Delgado. En marzo de 2010, científicos de la Universidad de Stanford mostraron que los ataques epilépticos se habían reducido un 56% dos años después de comenzar la estimulación cerebral profunda con un grupo de 110 pacientes. En seguida, un comité científico de la Administración de Alimentos y Medicamentos de EEUU recomendó la aprobación de esta solución en los epilépticos insensibles a otros tratamientos.

La Organización Mundial de la Salud calcula que la epilepsia afecta a unos 50 millones de personas en el planeta y casi un tercio de ellos no responde a los fármacos. En el verano de 2011, el Hospital Clínic de Barcelona llevó a cabo el primer implante de España de un sistema de estimulación cerebral profunda en un paciente con epilepsia. Habían pasado 60 años desde que Delgado comenzó sus ensayos en EEUU. El médico, nacido en Ronda (Málaga) en 1915, vivió para verlo por los pelos: falleció el 5 de septiembre de 2011 en su casa de San Diego (California).

El cerebro no es intocable

El presidente de la Sociedad Española de Neurociencias, Juan Lerma, recuerda haber visto en vídeo uno de los casos de Delgado: un chico que sufría entre 30 y 40 ataques epilépticos al día y pasó a tener tan sólo uno o dos después de que el médico español le implantara electrodos en el cerebro. Lerma colaboró con Delgado entre 1979 y 1985, cuando el ya veterano médico había regresado a España y seguía investigando en el hospital Ramón y Cajal de Madrid. "Los trabajos de Delgado hay que enmarcarlos en la época en la que están hechos. El cerebro parecía intocable y hubo un movimiento para demostrar que, en realidad, el cerebro es tocable", explica. "Él demostró que se podía estimular eléctricamente el cerebro, que no pasaba nada, que la gente no se volvía loca", recuerda.

Recientemente, Lerma buscó por internet la obra cumbre de Delgado, ya descatalogada: El control físico de la mente: hacia una sociedad psicocivilizada, de 1969. Lerma encontró el volumen en una librería de viejo de Valladolid. Pese al pomposo título, Delgado admitía las limitaciones de su técnica. "Cuando se introducen electrodos en una estructura cerebral y se aplica la estimulación por primera vez, realmente no podemos predecir la calidad, localización y la intensidad de los efectos. Ni siquiera sabemos si habrá respuesta", reconocía. Muchos expertos critican todavía hoy la falta de especificidad de sus experimentos, incluido el del famoso toro de lidia.

En una ocasión, por ejemplo, Delgado estimuló eléctricamente el lóbulo temporal -localizado detrás de la sien- de una chica epiléptica de 21 años mientras esta tocaba la guitarra. De repente, la chavala se enfureció y reventó la guitarra contra la pared.

"La posibilidad de que un hombre controle los pensamientos de otros hombres ha llegado tan alto en las fantasías humanas como el control de la transmutación de los metales, la posesión de alas o la capacidad para hacer un viaje a la Luna. En el mundo de la ciencia, sin embargo, la especulación y la fantasía no pueden sustituir a la verdad. A pesar de su espectacular potencial, la estimulación eléctrica del cerebro tiene limitaciones prácticas y teóricas que deberían ser definidas", añadía el médico.

Espectacular potencial

Hoy ya se sabe en qué consistía ese "espectacular potencial"del que hablaba Delgado. "La estimulación eléctrica para el tratamiento del párkinson y la depresión se basa de algún modo en los experimentos de Delgado", explica Luis de Lecea, profesor de Psiquiatría en la Universidad de Stanford. Su equipo desarrolla la sofisticadísima técnica de la optogenética, que emplea luz para activar células concretas del cerebro. Los investigadores introducen genes de algas sensibles a la luz en el interior de virus y los inyectan en el cráneo de ratones. En las neuronas de los roedores, los genes fabrican una proteína que se comporta como un interruptor de la célula, activándola o apagándola en función de los flashes de luz azul que envían los científicos.

En el laboratorio de De Lecea, la optogenética se emplea para detectar y dirigir los circuitos neuronales que intervienen en el estrés, el sueño y la drogadicción. "La optogenética in vivo es un refinamiento del experimento del toro, pero añadiendo la especificidad de circuitos neuronales definidos genéticamente", señala.

Muchos expertos sostienen que la depresión, el párkinson, la ansiedad y el comportamiento obsesivo compulsivo podrán combatirse en el futuro con la optogenética. Uno de ellos es Wim Vanduffel, del Hospital General de Massachusetts (EEUU). Vanduffel logró en 2012controlar por primera vez el comportamiento de monos con optogenética, activando con ráfagas de luz azul neuronas implicadas en el movimiento de los ojos.

"Delgado sin duda inspiró a mucha gente en los primeros tiempos de la estimulación eléctrica del cerebro. A veces la gente necesita ver que es posible llevar a cabo experimentos 'locos' antes de emprenderlos por sí mismos, así que él abrió el camino para muchos otros en este campo", opina Vanduffel, que se declara "inspirado"por el médico español. "También hizo fantásticas contribuciones en la divulgación de la ciencia. Después de todo, tenemos que convencer a la gente de la calle de la importancia tanto de la investigación básica como de la translacional [que busca un beneficio real del paciente en el menor tiempo posible], de lo contrario no podremos continuar haciendo estas fascinantes investigaciones", resume este científico belga.

El autor de 'Parque Jurásico'

En 1972, la revista Playboy, junto a sus habituales fotografías de mujeres desnudas, comenzó a publicar por entregas El hombre terminal, una novela de ciencia ficción de Michael Crichton, el autor que 20 años después escribiría Parque Jurásico. Crichton, médico de formación, había trabajado en la Escuela Médica de Harvard con Frank Ervin, uno de los colaboradores de Delgado. Ervin había propuesto en 1970, en su libro La violencia y el cerebro, que la estimulación eléctrica podría ser útil para reprimir los actos vandálicos de los negros. En El hombre terminal, Crichton contaba la historia de un epiléptico que se desequilibraba tras recibir un implante de electrodos en el cerebro para controlar sus ataques.

José Carmena devoró el libro a mediados de la década de 1990, cuando finalizaba sus estudios de ingeniería electrónica en la Universidad Politécnica de Valencia. Hoy codirige el Centro de Neuroingeniería y Prótesis de la Universidad de California en Berkeley y San Francisco. Busca que personas con problemas de movilidad puedan controlar brazos robóticos o exoesqueletos con el pensamiento. Pese a que investigaba estas conexiones cerebro-máquina desde años antes, no conoció el trabajo de Delgado hasta que en 2005 leyó un artículo sobre su obra en la revistaScientific American.

"Fue un pionero en el campo de los implantes cerebrales. Lo que consiguió demostrar acerca del control de la conducta mediante estimulación eléctrica del cerebro es impresionante. Su trabajo impulsó el desarrollo de líneas de investigación que introdujeron los actuales implantes cerebrales usados para combatir el párkinson, como la estimulación cerebral profunda", detalla Carmena.

Marcapasos cerebral

La estimulación cerebral profunda aplicada al párkinson consiste en un dispositivo médico implantado con cirugía que incluye electrodos en el cerebro para estimular con electricidad las áreas que controlan el movimiento. Esta estimulación no cura el párkinson, pero bloquea las señales que provocan algunos de sus síntomas, como el temblor del cuerpo. Desde 1993, la empresa estadounidense Medtronic ha suministrado este sistema a más de 60.000 pacientes en todo el mundo.

Y ahora la técnica se prueba en personas con depresión que no responden a los tratamientos habituales. Un ensayo de la Universidad Emory de EEUU llevado a cabo en 2011 con una docena de pacientes mostró una reducción drástica de los síntomas de la depresión en casi todos los casos. Científicos de la Universidad de Florida tambiénacaban de probar el sistema para frenar la progresión del alzhéimer.

Barry Blackwell, un psiquiatra octogenario de la Escuela de Medicina de la Universidad de Wisconsin, es lo más parecido que existe a un biógrafo de Delgado. En sus memorias, tituladas Pequeñas cosas de la vida de un psiquiatra, Blackwell incluye un ensayo sobre el legado del médico español. "Quería hacer un intento de redención científica (si es que esto es posible) de un hombre que fue injustamente difamado en EEUU", explica.

Acusado de colaborar con la CIA

Aproximadamente una década después de su corrida de 1963, los elementos se conjuraron contra Delgado, recuerda Blackwell. La prensa estadounidense comenzó a informar sobre un programa secreto de la CIA, con nombre en clave MK-ULTRA, que destinó millones de dólares en plena Guerra Fría para estudiar métodos químicos y eléctricos para controlar el comportamiento de los seres humanos. Participaron decenas de universidades, hospitales y centros de investigación de EEUU. Delgado fue acusado de colaborar con la CIA pero siempre lo negó, aunque sí recibió dinero de la Armada y las Fuerzas Aéreas de EEUU para su laboratorio.

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En 1970 apareció la descabellada propuesta de Frank Ervin, colaborador de Delgado, de utilizar la estimulación eléctrica cerebral para frenar la violencia de los negros en los centros urbanos. El posterior libro de Michael Crichton sólo empeoró las cosas, atrayendo la atención del público hacia el control de la mente. Y, para colmo, el psiquiatra Robert Heath, de la Universidad Tulane de Nueva Orleans (EEUU), publicó en 1972 los detalles de un experimento en el que intentó cambiar la orientación sexual de un hombre gay mediante la estimulación eléctrica de su cerebro mientras se acostaba con una prostituta.

En medio de este remolino de desprestigio de la electricidad aplicada al cerebro, el bioquímico estadounidense Julius Axelrod ganó el Premio Nobel de Medicina de 1970 por iluminar el modo en el que las sustancias químicas liberadas por las neuronas afectan al comportamiento humano. Su trabajo permitió el desarrollo de fármacos contra la depresión, como el Prozac. La química había ganado a la electricidad. En 1974, Delgado regresó a España, donde siguió investigando en la Universidad Autónoma de Madrid.

Tras la muerte del médico español en 2011, Blackwell investigó su legado durante dos meses para escribir una necrológica a petición del Colegio de Neuropsicofarmacología de EEUU. "Lo que pude descubrir en las ocho semanas que tuve para escribir el obituario sólo sirvió para abrir mi apetito de buscar la verdad, porque siempre tuve la ineludible sensación de que se había cometido una injusticia con este hombre".

Controlar la mente del presidente de EEUU

Cuando estalló la Guerra Civil en España, José Manuel Rodríguez Delgado tenía 21 años. Abandonó sus estudios y se puso a trabajar como médico en el bando republicano. Pero su compromiso político de entonces tuvo un precio: después de la guerra pasó cinco meses encerrado en un campo de concentración. El psiquiatra Barry Blackwell cree que aquella experiencia marcó sus ideas filosóficas, plasmadas en 1969 en su libro El control físico de la mente: hacia una sociedad psicocivilizada.

"La frase 'control del comportamiento humano' está cargada emocionalmente, en parte debido a la amenaza que supone a la inviolabilidad del ego y en parte debido a desagradables asociaciones con dictaduras, con el lavado de cerebro y con la explotación egoísta del ser humano", argumentaba Delgado. El médico español rechazaba las "sociedades utópicas con individuos obedientes"que reflejan novelas como Un mundo feliz, de Aldous Huxley, y 1984, de George Orwell.

Sin embargo, según explica su antiguo colaborador Juan Lerma, "en El control físico de la mente existe la idea implícita de que habría que implantar electrodos en el cerebro del presidente de EEUU para que un comité de expertos pudiera actuar antes de que apretara el botón rojo de la bomba nuclear". A juicio de Blackwell, "hablando como científico, José [Delgado] es relativamente modesto y se ciñe a sus datos, sólo cuando habla como filósofo se expresa con grandiosidad".

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