Semana Santa

Ser cofrade está de moda

El número de nazarenos se ha triplicado en apenas 20 años, una paradoja teniendo en cuenta la creciente secularización del país. «Cuando me pongo el costal y saco a la Virgen es una forma de decir «esto es en lo que creo», apunta Daniel.

Daniel Ejido ayuda a Guillermo a colocar las flores del palio con el que procesionará hoy la Virgen Esperanza Macarena por las calles de Madrid. Foto: David Jar
Daniel Ejido ayuda a Guillermo a colocar las flores del palio con el que procesionará hoy la Virgen Esperanza Macarena por las calles de Madrid. Foto: David Jarlarazon

El número de nazarenos se ha triplicado en apenas 20 años, una paradoja teniendo en cuenta la creciente secularización del país. «Cuando me pongo el costal y saco a la Virgen es una forma de decir «esto es en lo que creo», apunta Daniel.

Es Martes Santo y en la Colegiata de San Isidro el trasiego de fieles y curiosos hace imposible empezar con el exorno floral del palio de la Esperanza Macarena. «Perdone, esto cierra a la una», advierte Cristian a una señora bien que hace caso omiso. Tras santiguarse, se besa la mano y la mete entre las rejas para llegar a la peana de metal que sostiene a la Virgen. Ya no está vestida de hebrea. Ahora luce un majestuoso manto realizado en oro sobre terciopelo verde con el que procesionará el Jueves Santo por el casco histórico de Madrid. La señora, extasiada, apura los segundos para contemplarla.

Cristian no pierde la paciencia. Sabe la devoción que despierta la Esperanza Macarena, pero apremia a los rezagados a ir abandonando la basílica. Cuando ya solo quedan los hermanos de la cofradía, empieza la actividad frenética. En solo dos días tendrán que colocar alrededor de 2.800 rosas en el palio de la Virgen y 3.500 claveles rojos que conformarán el monte sobre el que procesionará su Hijo.

Este joven forma parte del equipo de priostía de la Hermandad de Jesús del Gran Poder y de la Esperanza Macarena de Madrid. Empezó mirando a los veteranos y escuchando al director artístico que cada año configura ambos pasos, los primeros de inspiración sevillana en la Semana Santa madrileña. «Disfruto montando un altar y que quede perfecto. La recompensa es que la gente se queda admirada al verlo», comenta este cofrade de 29 años amante del costumbrismo y el folclore «semanasantero» sin más vinculación con él que un tío costalero al que iba a visitar los Jueves Santo cuando era niño. El resto lo hizo la televisión. «Veía los programas dedicados a las procesiones y sentía la necesidad de formar parte de eso», admite. Debajo de la parihuela se escucha trastear a Daniel, un joven estudiante de música que llegó a la hermandad el año pasado «llamado por la Señora», como se refiere a la Virgen. «Deja eso y dame las crisófilas», le urge Guillermo, uno de los miembros más antiguos de esta cofradía fundada en 1946 por unos sevillanos residentes en Madrid. A sus 18 años, Daniel obedece y cumple con las disposiciones de sus «hermanos», como él mismo les denomina. «Solo veo el ruscus», responde. Las flores se le escapan. Lo suyo es el costal: «Igualé y entré por casualidad. Ahora no me saca nadie de allí», advierte,

Como él, otros 70 jóvenes de menos de 20 años se han incorporado a la cofradía en la última imposición de medallas. Pero no es un caso aislado de esta hermandad. En Sevilla, epicentro de la pasión cofrade, se ha pasado de los 100.000 nazarenos en 1998 a los 215.000 actuales. Las cofradías conforman el tejido asociativo más importante de España, por encima del fútbol. Actualmente hay registradas unas 10.000 y en apenas dos décadas, el número de miembros ha pasado de uno a tres millones, según la revista especializada «Vida Nueva». Una paradoja teniendo en cuenta la creciente y rápida secularización que ha sufrido el país en 20 años. Según el último estudio del CIS, una gran mayoría de españoles –el 67,5%– se define católico, pero pocos reconocen ser practicantes: el 62,1% admite no ir nunca o casi nunca a misa, cuando en 1999 ese porcentaje era del 39,4%. A ello hay que sumar la desconfianza de los jóvenes hacia la Iglesia. Según datos propios de la Conferencia Episcopal, más de la mitad de los que se definen católicos no se sienten comprendidos por la institución, a la que reclaman más apertura y menos moralismo.

Entonces, ¿por qué en medio de esta crisis de religiosidad engancha tanto la Semana Santa? En primer lugar, «porque hay un componente grande de tradición familiar», apunta Fermín Labraga, delegado de Cofradías y Hermandades de la diócesis de La Calzada-Logroño. Y también, y casi con el mismo peso, subraya una segunda razón: el componente estético de las procesiones. El olor a incienso en la calle, la música con la que los costaleros mecen los pasos, las filas de nazarenos vestidos con túnicas y capirotes... En definitiva, la «performance» contribuye a «despertar las emociones», recalca Daniel. «He visto a gente que en la vida ha pisado una iglesia llorar viendo a la Macarena procesionar», apostilla. Insiste en que no es un «saca pasos» ni «de esos que besan estampitas». Con un trapo en mano para sacar brillo a los varales del palio, mientras Guillermo termina de insertar flores y Cristian de revisar que los ajuares están completo, se despacha. Está entre hermanos aunque no compartan sangre. «Ni mis padres ni mis amigos me entienden», dice. Por eso, en la Colegiata de San Isidro, ultimando preparativos, es más él que nunca. En su caso, la pasión cofrade no le viene de familia. Tampoco es de misa y comunión diaria. «Yo creo en lo que creo», dice algo esquivo. «Cuando me pongo el costal y saco a la Virgen es una forma de decir: ''esto es en lo que creo''», alega buscando la aprobación del resto.

El desafío que se le presenta a la Iglesia con esta religiosidad popular es que los cofrades «no lo sean por sentimiento, sino por convencimiento», indica el delegado de Cofradías de Logroño. Lo cierto, recalca, es que las hermandades suponen «una oportunidad magnífica para transmitir el mensaje de Cristo, son un cauce de evangelización para que mucha gente se pueda acercar a la vida cotidiana de las parroquias». La iglesia ha sabido ver el filón. Atrás quedó el tiempo en que las devociones a las imágenes eran consideradas una fe supersticiosa. Ahora Francisco alienta esta piedad popular como una nueva forma de evangelización, propia de la Iglesia en salida que él propugna. De hecho, el propio Bergoglio besa y toca las imágenes marianas dándole un sentido trascendental.

En la Colegiata de San Isidro 1.350 personas se congregarán hoy a la tarde para acompañar a Jesús del Gran Poder y la Esperanza Macarena hasta la una de madrugada, conmemorando el inicio de la Pasión de Cristo. Este año Daniel se estrena como costalero y admite estar «hecho un flan». Uno de sus compañeros le ha regalado su costal como señal de hermandad. El cielo amenaza lluvia, pero la música sonará igual. Ya lo dice el Papa: «No hay Cuaresma sin Pascua».