
Religión
La traición de Judas, demasiado «barata»
Un historiador analiza el precio y los motivos de la felonía del discípulo que propició la muerte de Jesús de Nazaret

«Salió barato». Es la afirmación categórica que realiza el historiador almeriense Óscar Fábrega al adentrarse en uno de los relatos que más interés despiertan sobre la Pasión de Cristo: la traición de Judas. Este divulgador, que en sus ensayos aborda el hecho religioso desde una perspectiva antropológica y filosófica, se detiene ahora en un personaje imprescindible en el Evangelio. Y lo hace en el libro «Judas, el Iscariote. Tras el beso del traidor» (Almuzara), en el que realiza un trabajo exegético para ir desenmarañando los mitos y leyendas del hombre que se ha convertido en algo más que un símbolo de la traición.
Entre los asuntos en los que se sumerge se encuentran precisamente esas treinta monedas de plata por las que entregó a Jesús de Nazaret. Partiendo de una valoración realizada por el mexicano Carlos Amaya Guerra, ex presidente de la Sociedad de Numismática de Monterrey, la conversión del precio unitario oscilaría entre unos 700 y 2.600 euros. Salvando las distancias históricas vinculadas al cambio del valor adquisitivo, Judas habría vendido a su mentor por una cifra que se movería entre los 21.000 euros y 78.000 euros.
«Sea como fuere, la paga de un trabajador cualificado era más o menos de un dracma diario», detalla Fábrega, que va más allá: «Si Judas cobró 30 didracmas (dos dracmas cada uno) sería el equivalente a dos meses de trabajo». Por ello, no duda en asegurar que se trata de «una miseria», si se tiene en cuenta «El valor mercantil de lo que ofreció a cambio». De hecho, el autor del libro comparte que esa parece ser la idea que querría visibilizar Mateo en el Evangelio: «Mostrar que Judas entregó a Jesús por una cantidad irrisoria».
Sea como fuere, el estudioso considera que la jugarreta letal de Judas no sería un mero mercadeo para embolsarse un sueldo extra o por pura subsistencia. «De haber sido así, tuvo que ir acompañado de algún tipo de desafección», apostilla, desde la seguridad de que el discípulo díscolo «creyó al menos durante un tiempo que Jesús tenía poderes». «Es razonable plantear que, convencido como estaba de que Jesús era el Mesías, el rey de los judíos, un exorcista y hacedor de milagros, decidió ejercer de detonante e ideó un plan», apunta Fábrega, que baraja la posibilidad de que, al verse acorralado por las autoridades, el Hijo de Dios sacara de la manga sus capacidades sobrenaturales, como había demostrado en otras ocasiones, y se zafara de la encerrona. «Al fin y al cabo, tenía a Dios a su lado. ¿Qué podría salir mal? Pero no fue así. Ya sabemos cómo terminó aquello», concluye sin hacer «spoiler».
Pero, ¿Judas existió de verdad? ¿Su traición es histórica? «Algunos estudiosos consideran que se trataba de un personaje inventado, con el que se pretendió simbolizar al pueblo judío en su conjunto, presentándole como culpable de la muerte». Otros negacionistas argumentan que había que encajar su figura de alguna manera para presentarlo como «esencial», en tanto que fue «un instrumento del plan de Dios». Fábregas se desmarca de esas tesis. Y aunque se muestra crítico frente a algunos «añadidos evangélicos», sostiene que «lo más probable desde un punto de vista histórico es que Judas existió realmente y que fue el responsable de entregar a Jesús a sus enemigos».
En su repaso al protagonista de la felonía, el autor de esta particular biografía también se adentra en su muerte. Y ahí sí parece dejar algo más abierto el final, llegando a recoger hasta tres posibles versiones sobre cómo falleció. «Son reinterpretaciones posteriores de algo real que nunca podremos conocer, por desgracia», apunta. Por un lado, plantea el suicidio que recoge san Mateo, desde ese arrepentimiento, reconociendo a su víctima como un inocente, que le llevó a arrojar el dinero obtenido en el templo y a ahorcarse.
Sin embargo, también se hace eco de cómo san Juan en los Hechos de los Apóstoles «puso en boca de Pedro una versión totalmente diferente» vinculado a «la compra de un terrenico». Fábrega explica que incluso algunos «sabios de la Iglesia» han intentado «casar ambas propuestas». A esto suma la hipótesis que expuso Papías, un obispo de la ciudad turca de Hierápolis a caballo entre los siglos I y II, que sostenía que habría muerto por una hinchazón grave en la cabeza.
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