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Volver a nacer con 10 años

Día mundial del niño hospitalizado. Iker ha vencido a un cáncer de riñón y su cuerpo se ha «reseteado» con un autotrasplante. Cada año diagnostican algún tipo de tumor a 1.500 niños en España

EL PARADÓN DE IKER. El fútbol es su obsesión, pero a Iker no le gusta ser portero –a pesar de ser del Real Madrid–. Es difícil separarle del balón,pero su sueño está más lejos. «Quiero ser astronauta y viajar a Marte».
EL PARADÓN DE IKER. El fútbol es su obsesión, pero a Iker no le gusta ser portero –a pesar de ser del Real Madrid–. Es difícil separarle del balón,pero su sueño está más lejos. «Quiero ser astronauta y viajar a Marte».larazon

Ya han pasado 17 meses desde que le dieron el alta, pero a Encarni aún le brotan las lágrimas con la facilidad de una madre que ve a su hijo por primera vez. Iker permanece a su vera, inquieto, vigilante, a él no le gusta recordar, pero no quiere que ella se equivoque en cada uno de los tratamientos que ha recibido desde aquel miércoles de enero de hace dos años cuando la palabra cáncer entró en sus vidas.

Iker, de 10 años, es el pequeño de los Peralta. Su hermano Adrián le dobla en edad. Junto a sus padres, Julio y Encarni, forman una familia humilde sin antecedentes de esta enfermedad hasta esa tarde de invierno cuando la matriarca de la casa fue a recoger al pequeño al colegio. «Tenía un bulto en el costado izquierdo y se quejaba de la cadera». El hospital de Torrejón de Ardoz donde residen les atendió de inmediato. Diagnóstico: «Tiene una lesión en el riñón». Horas más tarde, Iker entraba en ambulancia en las Urgencias del Hospital Gregorio Marañón de Madrid, mientras los ojos de su madre empezaban a empañarse. Lo recuerda y las lágrimas vuelven a emerger, es como si se trasladara a esa tarde de 2013. «No sabíamos nada, ¿qué es un tumor de Wilms?», se preguntaba. Ahora es una experta en cáncer, sabe que lo que tenía su hijo es uno de los tumores de riñón más comunes en niños.

«No tiene mala pinta», les aseguró el oncólogo del hospital, Jorge Huertas. «Ahora somos amigos», apostilla el pequeño. Empezaron los ciclos de quimioterapia previos a la operación y la melena rubia de Iker desapareció. «Por fin conseguí cortarme el pelo, mi madre no me dejaba». Con la intervención y las fármacos de la «quimio», «nos decían que sólo le quedaba un 10 por ciento del tumor». Parecía que los rezos de Encarni a la Virgen del Rocío, a la que peregrina dos veces al año, habían dado sus frutos. Pero llegó otro mazazo.

En junio, el oncólogo les confirmó que la metástasis se había instalado en el pulmón. «Fueron los meses más duros». Volvieron a darle sesiones de «quimio» y de radioterapia y un medicamento aún más fuerte. Iker se puso muy malo, la fiebre le subió a 41 y se quedó sin saturación. «Le tuvieron que trasladar a la UCI rápidamente, también tenía neumonía, le tuvieron que hacer varias transfusiones». Más tarde supieron que su cuerpo no toleraba bien la sangre ajena. «Le daban picores y pensábamos que era por la medicación». Pero él no se quejaba. También lo superó, pero su doctora, a pesar de que las pruebas no encontraban restos del tumor decidió que lo mejor era realizar un autotrasplante de células madre. Su médula ósea estaba completamente sana y meses antes le extrajeron una parte, a la espera de que en los días siguientes pudieran obtener células madre. Y no falló. «En cuatro horas obtuvieron más de 90.000. Las limpiaron y congelaron. Salieron tantas que se ha convertido en un donante potencial». La sonrisa vuelve al semblante de Encarni.

En diciembre de 2013 se hizo el autotrasplante, pero Iker sólo se acuerda esa fecha porque «fue cuando vino a verme Jesé –jugador del Real Madrid–». Y es que el nombre del pequeño de los Peralta no es baladí. Son forofos del Real Madrid y, aunque al Iker de Torrejón de Ardoz no le gusta la posición de portero, «a mí me gusta lo de marcar goles». Es más de CR7. Con el trasplante empezó su periplo de 44 días en los que no abandonó el hospital, que sus padres convirtieron en su casa. Permaneció 18 días ingresado en la UCI y sus padres, lejos de amilanarse, «sólo podíamos dormir en una silla», decidieron que el pasillo era lo suficientemente cómodo como para montar ahí su campamento. Fue la época más dura para el pequeño. Su madre, por miedo a que pudiera coger cualquier infección, rechazó cualquier visita y llegó un momento en que ni «las maquinitas, ni la televisión le interesaban. Estaba deprimido». Esta parte de su historia prefiere saltársela e interrumpe a su madre. «¿Te acuerdas de cuando me dieron aquel jarabe que me hacía parecer un borracho?».

Y es que con el autotrasplante de células madre, Iker volvió a nacer. Los nuevos órganos, en especial su riñón, ponían su contador a cero, pero no sin complicaciones. «Hablaba por señas porque tenía la boca y la garganta llenas de llagas». Estaba débil, sin defensas. Cada vez que sus padres entraban en su habitación de aire impuro (para evitar la entrada de bacterias) él elevaba el pulgar derecho. «Estoy bien», les decía con la mirada.

El día de Navidad, las analíticas traían un regalo: había ganado 600 defensas. Ese día su habitación era una fiesta, pero Encarni seguía teniendo miedo e Iker apenas se relacionaba con los niños. «No le dejaba salir de la habitación», ni acercarse a la sala de videojuegos que acaba de estrenar el hospital, gracias a la Fundación Aladina. Fue su doctora la que la obligó a romper con su sobreprotección. «Hoy el niño sale al pasillo y juega con las consolas», sentenció. El resto de familias no salieron de sus cuartos para que Iker no se cruzara con nadie. Y lo consiguió.

Tras más de un año de enfermedad, Iker recibió el alta. Volvió a su cuarto de la calle Cañada con 19 kilos. Hoy pesa 26 y, aunque sigue siendo un fideo, ha recuperado su melenita. Cada mes entra de nuevo en el hospital, se hace una analítica y enseña sus heridas de guerra, marcadas en el pecho.