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El caso Laëtitia: cuando Francia conoció a sus monstruos

Filmin estrena una serie de seis capítulos sobre el violento asesinato de la joven y bajo la dirección de Jean-Xavier de Lestrade (”The Staircase”)

SERIE FRANCESA DE TELEVISION DE JEAN XAVIER DE LESTRADE LA DESAPARICION DE LAETITIA PERRAIS. TV
SERIE FRANCESA DE TELEVISION DE JEAN XAVIER DE LESTRADE LA DESAPARICION DE LAETITIA PERRAIS. TVFILMINFILMIN

La mañana del 19 de enero de 2011, la región francesa de Nantes se levantaba compungida: Laëtitia Perrais, de apenas 18 años, había desaparecido dejando atrás solo su moto mal aparcada en la puerta de su casa de acogida. Las pesquisas policiales determinaron rápidamente que en la noche de su desaparición se encontraba en compañía de Tony Meilhon, quien después de confesarse como su verdugo, se negó durante tres largos meses a revelar dónde había escondido los restos mortales de la joven. En abril de ese año, el torso de Perrais salía a flote en un lago a varios kilómetros del pueblo que habitaban ambos. El horror del crimen, que llegó a poner en riesgo la continuidad misma de Nicolas Sarkozy al frente del Eliseo por criticar la labor judicial y provocar una sonada huelga de todo el sector, era solo el punto de partida de una historia morbosa de abusos que enfrentó a un país entero a sus propios monstruos, ahora en el espejo.

Marie Colomb interpreta a la joven asesinada en "Laëtitia o el fin de los hombres", que ha estrenado Filmin
Marie Colomb interpreta a la joven asesinada en "Laëtitia o el fin de los hombres", que ha estrenado FilminFILMIN

De Jablonka a de Lestrade

El caso, analizado con maestría por el escritor Ivan Jablonka en su libro «Laëtitia o el fin de los hombres» es ahora objeto de adaptación de una mini-serie homónima, que estrena esta misma semana Filmin y que dirige Jean-Xavier de Lestrade, quizá, el realizador galo más capacitado para mirar al horror del «true-crime» a los ojos. Ganador del Oscar en 2002 por “Un coupable idéal”, sobre el encarcelamiento erróneo de un joven afroamericano de apenas 15 años por un asesinato que no cometió, el realizador ganó relevancia mundial gracias a «The Staircase», que en España emitió en su momento Canal+ (disponible ahora en Netflix) y que narraba el juicio al escritor Michael Peterson por las extrañas circunstancias en las que había fallecido su esposa.

Ahora, de Lestrade se pone al frente de una producción que ha levantado ampollas en su país natal: «Es un tema todavía sensible, porque hay muchas personas que vivieron aquella tragedia y todavía siguen vivas. Me lo pensé durante meses, y llegué a visitar a la gemela de Laëtitia, Jessica, para explicarle el proyecto y pedirle su aprobación», explica el director a LA RAZÓN antes de continuar, por video-conferencia: «En un caso así, toda la atención mediática va al crimen en sí y al asesino. Para la serie, tenía que enfocarlo desde el punto de vista de cómo vivió. Así, y solo así, ganábamos una inmersión en su mundo y aprendíamos de esa violencia diaria, de esa violencia casi invisible… Y no es nada espectacular, pero es en realidad el origen del crimen. Para mí, hacer la serie fue un reto de investigación sobre el origen de la violencia».

En ese «quería hablar de la vida de Laëtitia, más que de su muerte» del cineasta también hay espacio para el infame paradigma de la violencia estructural contra la mujer, que dejó en el país vecino casi 150 asesinadas en 2020: Laëtitia y Jessica, hijas de un violador condenado, fueron acogidas por la familia Patron siendo apenas niñas. En la “casa de los horrores”, como rápidamente denominaron los tabloides al hogar familiar, ellas y algunas de sus amigas más cercanas fueron sometidas a abusos sexuales de todo tipo durante toda su adolescencia: «Si analizas la infancia de las hermanas y luego la del asesino, te darás cuenta de que son muy parecidas. Tony es también una víctima, aunque luego fuera el monstruo de la historia. En toda su vida, ninguno de ellos conoció nada más que violencia. El caso de Laëtitia nos enseña que la historia de la violencia estructural es más larga que algo puntual. Creo que, aun con el cambio de mentalidad, estamos hablando de un proceso social muy largo», añade Lestrade.

Sam Karmann interpreta a Gilles Patron, el padre de acogida de las gemelas que luego fue condenado por los abusos a los que las sometió
Sam Karmann interpreta a Gilles Patron, el padre de acogida de las gemelas que luego fue condenado por los abusos a los que las sometióFILMIN

A vueltas con la misoginia audiovisual

Por ello, para el director era importante medir la violencia en una serie que se vuelve incómoda y se siente turbia, sin caer en el morbo fácil ni en la «glamourización» de los episodios de agresión física o sexual: «Fue muy difícil, y muy tenso de rodar, porque tienes que preocuparte por el estado mental de tus actores. Y también piensas en el impacto en la audiencia, claro: habrá quien cierre los ojos, habrá quien apague la tele… Nadie quiere ser testigo de este tipo de violencia. Y por eso quería mantenerla cruda, sin la espectacularización ni la estética de videojuego que se le da a veces. Es duro. Es la vida real. Mi meta era contar una historia lo más universal posible, más allá del caso exacto de Laëtitia. Esta historia es exacta, pero también son muchas historias, como si fuera una tragedia clásica. Son historias terribles, con protagonistas como reyes y dioses, pero que se pueden aplicar a todo el mundo. Por eso mismo elegimos no rodar donde ocurrió, sino en otras localizaciones. También decidí que no quería que los actores se parecieran en exceso a los protagonistas reales, para aplicar también una distancia a la representación», remata de Lestrade antes de despedirse y citarnos con los seis episodios de una serie que, como en Francia, debería abrir un espacio de reflexión en el espectador y en lo que está viendo.

Quizá lo gráfico de la materia que se trata, como esa horrorosa tendencia patria a mostrar la violencia sexual contra la mujer como una especie de combustible eterno de tramas, pueda chocar o espantar a los espectadores que ya sepan de la gravedad del asunto, pero hay también en ello una función pedagógica de agravio comparativo: Jean-Xavier de Lestrade arropa el relato monstruoso y deforme de Jablonka, sí, pero también nos recuerda que la violencia es estructural y que, en la mayoría de casos, el violador o el asesino no se reconocen como tales en ningún momento y, peor aún, no llevan colmillos ni cuernos, pudiendo encajar en el molde arquetípico de cualquier vecino. Al final, “Laëtitia o el fin de los hombres” se sirve de los mecanismos más obvios de la misoginia audiovisual y los transforma en otra cosa, bastante más políticamente correcta, pero igual de chocante, para sumergir al espectador en un estado de tristeza del que solo despierta cuando empiezan a rodar los créditos.