
Estreno
El amor que dio a luz al "Boléro"
Filmin estrena esta película, retrato fiel sobre Maurice Ravel, uno de los compositores más importantes del siglo XX, interpretado por Raphaël Personnaz, y su icónica obra

En 2025 celebramos 150 años del nacimiento de uno de los compositores más importantes del siglo XX y de la historia: Maurice Ravel. El músico francés de madre vasca alcanzó varias veces el olimpo con algunas de sus obras, pero pasó a la historia por su obra más icónica, «Boléro», que incluso va acompañada del apellido de su autor. Ahora acaba de aterrizar en Filmin la película homónima que recrea la gestación de una de las obras más emblemáticas del siglo pasado, dirigida por Anne Fountaine y protagonizada por Raphaël Personnaz.
La cinta nos traslada a Francia en 1903, y un Maurice Ravel de 28 años vive con su madre y la observa tararear. Ambos tienen una relación muy cercana y ella siempre será su apoyo, y llega a decirle: «Reconocerán tu excelencia». Pero ya aquí nos agrede su personalidad quebradiza y triste. El trabajo del actor francés Personnaz es impecable, marcando el paso de la trama con unos ojos apagados pero vivos. Viviremos su tensión contenida y su rigidez neurótica. A través de ellos conoceremos de primera mano cómo Ravel ama la música que hay en las cosas y las personas, más que a las personas o a las cosas en sí mismas. Le acompañamos en el preciso instante en el que la mecenas y coreógrafa, Ida Rubinstein, le pide la música para su próximo ballet: «Quiero algo carnal, hechizante y erótico. Una ‘Carmen’ moderna». Su primera propuesta antes de su gira americana por Boston y otras ciudades fue sugerirle una versión del «Iberia» de Albéniz que no cuajó por problemas con los derechos. Sin embargo, en ese viaje recibirá la influencia del jazz.
La vida personal del compositor tiene un hueco importante en la parte ficcionada de la trama, y pronto nos enamoramos con él de la casada Misia Sert (Doria Tillier), uno de los grandes rompecabezas de esta historia. También veremos la especial relación que tiene el compositor francés con los burdeles, donde acude no para acostarse con mujeres, sino para divertirlas y hablar con ellas. Alguna incluso le ayuda con lo que comentamos al principio. Los espectadores enseguida notarán que en toda la producción hay música, y no hablamos del fondo, sino de otro personaje principal que roba las principales escenas. Si queremos entrar en la mente de Ravel en el momento de componer su bolero, debemos entender que su foco de atención era amar la música en las cosas. Con un buen equipo de sonido escucharemos cómo suena la piel contra el tacto de un guante, el rumor de las olas, el roce de la piel contra el pelo de la nuca o el golpeteo rítmico de un abanico. Todo eso es Ravel.
Los «locos» años 20 están perfectamente ambientados en esta producción que cuenta además en su reparto con Jeanne Balibar, Vincent Perez, Emmanuelle Devos, Sophie Guillemin, Anne Alvaro, Marie Denarnaud y AlexandreTharaud, entre otros. Los encuentros con Ida son siempre fuente de inspiración, y el espectador avezado escuchará la percusión del bolero sobre una mesa en casa de la coreógrafa, médium mediante. Todas las piezas están perfectamente engarzadas, destacando la música original compuesta por el francés Bruno Coulais y la fotografía de Christophe Beaucarne complementando la narrativa. Ahora sí, la música tiene que gustarle al espectador que se siente 120 minutos frente a la pantalla. Recuerden que la música tiene su propio espacio y toma el protagonismo muchas veces a lo largo de la historia, con lo que a veces se puede ralentizar para algunos observadores. Pasamos mucho tiempo en la cabeza del compositor, tanto cuando viaja a su pueblo natal para inspirarse para el bolero, como cuando se alista para luchar en la guerra. Todo ese tiempo somos testigos privilegiados de la complejidad emocional de Ravel. Quizá echemos de menos algún contacto más que sólo nombrar a algunos coetáneos como Debussy o Stravinsky.
Impagables todos los números musicales al piano o con orquesta, como un «Valencia» de José Padilla Sánchez. O en pleno éxtasis de composición, cuando el espectador se agarra al asiento para no gritarle a la pantalla que cada vez falta menos para escuchar entero el bolero de Ravel. Pasa más de una hora hasta que la piel se pone de gallina por primera vez. O cuando la lluvia le recuerda con su repiqueteo que su composición está destinada a ser interpretada hasta la eternidad por todas las culturas y en todos los idiomas. «El bolero me persigue, me posee, imposible deshacerse de él», dice Ravel cuando se cree fracasado.
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