
Documental
Leni Riefenstahl: ¿arte o coartada?
El documental de Filmin escarba en las 700 cajas personales de la cineasta para desenterrar un relato incómodo sobre estética, manipulación y obediencia histórica

Leni Riefenstahl vivió 101 años, pero tal vez su vida más longeva fue la que fabricó para sí misma. Con acceso sin precedentes a su archivo personal, el documental “Riefenstahl”, dirigido por Andres Veiel y que se estrena en Filmin este 1 de agosto, se adentra en la materia con la que la cineasta alemana moldeó tanto su cine como su imagen pública: una combinación precisa de encuadre, ego, control y conveniencia. Son más de 700 cajas de materiales (cartas, cintas, negativos, diarios, fotos, grabaciones telefónicas) que hablan incluso cuando ella ya no puede manipularlos.
Veiel construye su documental como una conversación muda con la cineasta. No hay entrevistas contemporáneas, ni testimonios nuevos, ni voz en off que busque domesticar el contenido. La apuesta es más incisiva: dejar que Riefenstahl se contradiga a sí misma, dejar que sus ojos —en primerísimos planos— revelen matices que sus palabras niegan. Porque esta es una historia sobre el poder, sí, pero también sobre la negación como forma de control. Y sobre cómo, incluso desde el archivo, se puede seguir editando la historia propia.
El documental no ofrece revelaciones escandalosas. No es su intención. Lo que hace es reorganizar con rigor un material que hasta ahora había estado desperdigado, oculto o directamente manipulado. Y en esa organización se dibuja una figura mucho más comprometida (y con entusiasmo) de lo que su imagen pública admitía. Las cartas enviadas a Hitler, las charlas con Speer, las instrucciones dadas en los rodajes, los telegramas de admiración, las reacciones grabadas de su audiencia, la necesidad constante de controlar la narrativa: todo construye una figura que no fue una simple testigo desubicada.
Riefenstahl no era una burócrata del cine. Era, más bien, una diseñadora emocional. En “Triunfo de la voluntad” no solo inmortaliza un congreso del partido nazi, sino que lo convierte en un acto litúrgico, casi místico. En “Olympia” no solo documenta los Juegos de Berlín, sino que inventa una estética para el cuerpo idealizado, heroico, hipnótico. Y en sus proyectos tardíos, desde el trabajo con los Nuba hasta sus memorias, sigue aplicando el mismo principio: diseñar la mirada para imponer un relato. De eso también va este documental.
El montaje es un engranaje de precisión. Veiel y su equipo confrontan el discurso con los rastros: grabaciones caseras, borradores de autobiografía, anotaciones que nunca se publicaron. Algunos momentos rozan lo grotesco, como el entusiasmo con que agradece a Hitler la entrada de tropas en París, pero el documental no se deleita en la anécdota: la expone, la contextualiza, la enmarca. La luz no cae sobre lo morboso, sino en lo estructural.
Entre los momentos más reveladores, destaca la reconstrucción del episodio en Polonia, cuando Riefenstahl pidió que se retiraran unos judíos del encuadre y esos fueron ejecutados poco después. O las grabaciones de llamadas telefónicas con simpatizantes tardíos del régimen, donde ella, ya anciana, sigue recibiendo alabanzas que graba y clasifica. Es ahí donde el documental adquiere una capa inquietante: su archivo no solo es testimonio, también es una máquina de reafirmación.
No es necesario que Veiel diga que Riefenstahl fue culpable. Basta ver cómo ella misma organiza la evidencia. No para entender, sino para sobrevivir. Y al hacerlo, deja fuera cualquier fisura. En ese sentido, su archivo es tan cinematográfico como sus películas: lo que no entra en plano, no existe. Esa lógica, que servía para glorificar a Hitler en 1935, sigue latiendo en sus audios, cartas y frases subrayadas a bolígrafo.
Y, sin embargo, el documental no cae en el ajuste de cuentas fácil. Deja abierta una pregunta menos punitiva y más incómoda: ¿cuántas Leni hay todavía entre nosotros? La suya no fue una ideología, fue una forma de mirar. Con una cámara, pero también con un espejo. Lo aterrador, sugiere Veiel, es que la artista que embelleció al nazismo no parecía una fanática, sino alguien que solo quería hacer bien su trabajo. Y ese perfil —eficiente, talentoso, obediente—, aún goza de buena salud.
“Riefenstahl” es una pieza que pide lectura crítica, no tanto del pasado, sino del presente. En un tiempo donde la imagen vuelve a ser herramienta de poder (las redes sociales como ejemplo), este documental devuelve al centro una pregunta que parecía cerrada: ¿de verdad se puede separar la obra del régimen que la hizo posible? El resultado no señala, pero incomoda. Y eso, cuando se trata de mirar de frente al fascismo, ya es bastante.
De Goebbels a X: manipular con estética
Las imágenes de Riefenstahl no solo glorificaban un régimen: sentaron las bases del lenguaje visual que hoy domina las redes sociales. Su precisión formal, el culto al cuerpo, la épica planificada... Todo eso reaparece en TikTok, Instagram o X, donde la estética sigue siendo la vía más eficaz para fijar una idea, maquillar un discurso o viralizar una causa. La diferencia es que hoy no hace falta un Ministerio de Propaganda: basta un algoritmo. La manipulación ya no exige soldados ni desfiles, solo scrolls, filtros y un relato seductor envuelto en música y repetición. Todo entra por los ojos: el nazismo evidenció que el impacto visual manda sobre el discurso.
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