Estreno

El mejor retrato de una amistad natural

Filmin nos trae “Las ocho montañas”, una película simple y sencilla pero grandiosa a la vez, pues se aleja de la grandilocuencia para buscar lo esencial

"Las ocho montañas", dirigida por Felix van Groeningen y Charlotte Vandermeersch, ya en cines
"Las ocho montañas", dirigida por Felix van Groeningen y Charlotte Vandermeersch, ya en cinesAVALON

En la comunicación audiovisual, la forma de contar historias con una cámara y un micrófono, existen miles de técnicas para intentar estimular todos los sentidos del espectador. Muchas veces, los adelantos tecnológicos traen más espectacularidad, impresionan con más fuerza y realismo, quizás por esa tradicional tendencia que tenemos los seres humanos de maquillarlo y magnificarlo todo con la idea de hacerlo atractivo, aunque esto, usualmente, lo único que consigue es ocultar lo verdaderamente importante. Ese es un pensamiento que aparece de forma inevitable en nuestra cabeza cuando nos ponemos por delante de la pantalla para ver “Las ocho montañas”, uno de los grandes éxitos del cine independiente en Europa esta temporada.

Porque llegan directores geniales como los belgas Felix Van Groeningen y Charlotte Vandermeersch y emplean todas las herramientas disponibles para ir a lo básico, para realzar lo sencillo, lo simple y buscar lo espectacular en el paisaje, en una buena historia, en lo humano y no en los efectos ni los fuegos de artificio. Ahí radica el éxito de “Las ocho montañas” y por eso, seguramente, se llevó el Premio del Jurado en el Festival de Cannes.

Tampoco es que eligieran una base frágil, pues tomaron “Las ocho montañas”, la novela besteller de Paolo Cognetti, para realizar una magnifica adaptación que es el sólido cimiento de esta cinta, aunque hacía falta mucha sensibilidad y conocimiento para vestirla y llevarla a las imágenes como lo hicieron.

Y te rompen paradigmas sin empezar a ver la película, porque no te encuentras con esa visual amplia y panorámica de 16:9 (1.77:1) a la que ya nos acostumbramos, sino que la película se nos presenta en un formato más alto y angosto (1.37:1) de aspecto antiguo, uno que te lleva ineludiblemente al recuerdo, a la evocación. El resultado es maravilloso, porque rápidamente te encuentras en la década de los 80, sumergido entre el verde del Piamonte italiano, rodeado del silencio alpino, lejos de los ruidos de la ciudad, de la rutina y de la avasalladora inmediatez, donde surge la amistad entre Pietro, un niño de Turín, citadino, que pasa los veranos en la casa de campo familiar, y Bruno, el último niño de Grana, el pueblito casi vaciado del que no ha salido nunca.

A través de la historia de estos dos personajes, interpretados brillantemente por Luca Marinelli y Alessandro Borghi, descubrimos como el propio entorno natural, simple, bello y duro a la vez, la adolescencia, la madurez, la familia, la paternidad, la amistad, el amor y todas las cosas esenciales nos van marcando un norte, uno que a veces no somos capaces de identificar, pero que está ahí para que lo descubramos por nosotros mismos, aunque siempre con la ayuda y el apoyo de nuestros seres más cercanos. Sin darnos cuenta, en algún momento, nos vemos en Pietro y Bruno.

Y todo redunda a favor de obra. Ese formato del que hablamos antes ya no es incómodo, al contrario, hace que los protagonistas sean todos los que caben en la imagen: los personajes, el paisaje, la lejanía, la soledad y ese paisaje de abrumadora belleza alpina. Pero también lo son los silencios, los largos silencios reflexivos, la luz y también su ausencia, a veces, y una música increíble, la que Daniel Norgren preparó como si fuera la propia banda sonora de su vida, pues es la versión sueca de Bruno, ya que vive en el bosque, alejado de la multitud, en una casa que construyó él mismo con un estudio donde capta la tranquilidad y la intensidad simple de la vida montañesa.

Y cuándo nos preguntamos el porqué del título, todo cobra sentido, pues son pocos los que conocen la leyenda nepalí en la que el centro del mundo es una gran montaña, la más alta de todas, el monte Sumeru, desde donde puede divisarse todo. A su alrededor hay otras ocho montañas más pequeñas y ocho mares. Según esta leyenda, una persona puede quedarse en el monte Sumeru para divisarlo todo, mientras que otras salen a recorrer las ocho montañas y los ocho mares. Al final, ¿quién ha visto más? Bruno y Pietro, nosotros, encontramos dos formas distintas de enfrentar la vida, de observarla, de conocernos. A los directores, Felix y Charlotte, les ha servido para darle una perspectiva diferente a su renovado matrimonio.

Ese es el viaje que nos propone “Las ocho montañas” y que este viernes 1 de septiembre estrena Filmin. Un viaje enternecedor a lo esencial, uno que nos hace reflexionar y valorar lo simple. Una de esas pausas necesarias en un mundo urgente.