Estreno
Esto ya no va de zombis, ¿verdad?
Maggie y Negan vuelven con la segunda temporada de "The Walkig Dead: Dead City" en AMC+ y demuestran que lo peor de la humanidad está más vivo que nunca, aunque camine como muerto
Hay algo inevitablemente seductor en ver a dos personajes que se odian compartiendo plano, ciudad y destino. Pero en esta segunda temporada de https://www.larazon.es/tags/walking-dead/, el plan ha sido justo el contrario: separarlos para que todo lo demás respire. AMC+estrena este jueves 8 de mayo los nuevos episodios de su spin-off más neurótico, más teatral y, para sorpresa de muchos, más efectivo. Negan (Jeffrey Dean Morgan) y Maggie (Lauren Cohan) ya no comparten misión, pero siguen compartiendo trauma. Y Manhattan, como decorado vivo, se encarga de recordarles que el fin del mundo es más raro de lo que parecía.
Maggie ha pactado con el mismísimo diablo (o algo similar con sombrero de cuero): New Babylon la quiere como ficha clave en su invasión a la isla zombi. A cambio, dejan en paz a su hijo Hershel, ahora más punk existencialista que niño en peligro. Negan, por su parte, lleva un año a la sombra de la Dama (Lisa Emery), esa especie de Cruella posnuclear que necesita que su vieja fiera vuelva a rugir. ¿La misión? Unificar a las bandas que controlan Manhattan con más teatralidad que eficacia. ¿El método? Repartir discursos y palos con una nueva Lucille electrificada. Sí, electrificada. Porque el apocalipsis siempre encuentra formas nuevas de ser ridículo.
Visualmente, la serie sigue teniendo momentos que dan gusto. La ciudad convertida en jungla vertical, el Central Park como zona salvaje real, y algunos interiores decadentes que podrían servir tanto para una misa negra como para una gala de premios. Todo está convenientemente sucio, mal iluminado, y plagado de ideas absurdas que, si uno las acepta con algo de ironía, funcionan. Hay combates de zombis en jaulas (sí, zombis luchando entre ellos como si entendieran de apuestas), rituales folk organizados por líderes zen desquiciados, y hasta cosplay involuntario de guerra civil entre los mandamases de New Babylon.
Pero lo mejor es que, a pesar del delirio, el núcleo emocional no se pierde. Maggie sigue cargando con la culpa, la responsabilidad y un adolescente que empieza a sospechar que quizás eso de “salvar el mundo” no sea tan urgente. Cohan le da matices, incluso cuando el guion se le escapa por la banda. Morgan, por su parte, es menos arrollador que en su época de villano, pero mantiene ese sarcasmo entre cansado y letal que define a su Negan más humano.
Curiosamente, la serie gana cuando los protagonistas no están juntos. La tensión entre ellos se había exprimido tanto que ya no había zumo. Ahora, con caminos separados, hay espacio para que brillen los secundarios. Kim Coates como Bruegel se divierte como comerciante sin escrúpulos con aires de gourmet; Dascha Polanco como Narváez da forma a una teniente que huele a dogma y a perfume barato de justicia extrema; y Hershel (Logan Kim), aunque a ratos da ganas de mandarlo al rincón de pensar, se convierte en un personaje con tesis: ¿y si este mundo roto ya no merece reconstrucción?
En cuanto al ritmo, hay baches. Algunos episodios patinan en escenas de acción innecesarias o en conflictos que suenan reciclados. Pero incluso entonces, el tono medio grotesco de la serie ayuda. Porque “Dead City” no intenta ser solemne. Juega con lo ridículo, abraza lo camp y lo zafio con una soltura que otras series del universo “Walking Dead” jamás se atrevieron a tocar.
Eso sí, el mayor reto de esta temporada no es sobrevivir al apocalipsis, sino no perder la identidad entre tanto giro, tanto flashback, y tanta decisión discutible. Pero AMC+ ha entendido que no necesita grandeza épica: le basta con una buena pelea en una catedral infestada, una frase afilada de Negan, o una escena en la que alguien se cuestiona si todo este caos merece la pena.
¿Hay fallos? Claro. Algunos nuevos personajes entran como si alguien los hubiera sacado del fondo del armario de otra serie. Hay momentos en que los guionistas se olvidan de las reglas internas del universo. Y el sentimentalismo con Maggie y su hijo, a veces, se empantana. Pero también hay ideas frescas, dilemas nuevos y un sabor raro, a medio camino entre la serie B y el western moralista, que hace que “Dead City” funcione cuando menos se lo espera.
En definitiva, esta segunda temporada es un ejemplo de cómo se puede estirar un universo hasta el absurdo sin romperlo del todo. Lo consigue porque ha dejado de tomarse tan en serio. Porque en este Manhattan donde todo vale, hasta los zombis parecen estar disfrutando. Y lo cierto es que, con ese tono sucio, teatrero y medio desquiciado, nosotros también.
Nueva York como otro personaje de la serie
Más allá de la acción o los diálogos afilados, “Dead City” saca partido a su ambientación como pocas series del género. Manhattan no es solo escenario: es reflejo emocional. Sus edificios invadidos por la vegetación, los túneles inundados y los puentes imposibles hacen del decorado una extensión simbólica de sus personajes. Ya no es solo una ciudad caída, es un espejo roto. Esta segunda temporada aprovecha mejor cada rincón, y logra que la isla no sea solo un mapa de zombis, sino un personaje con historia, peso y cicatrices.