Llega el fin

Nadie saldrá limpio del adiós de «Memento Mori»

Prime Video lanza el desenlace de una cacería oscura entre obsesiones cruzadas y una poética forma de hacer justicia

Nadie saldrá limpio del adiós de «Memento Mori»
Nadie saldrá limpio del adiós de «Memento Mori»Prime Video

Llega el final del juego y ya nadie corre. Todos esperan. Prime Video estrena hoy la última entrega de «Memento Mori», la serie que devolvió al thriller español la capacidad de inquietar sin subrayados ni sobreexposición. El asesino Augusto Ledesma ha vuelto, y lo hace con un plan que no necesita aprobación: solo ejecución. Pero hasta los sociópatas más fríos tienen puntos débiles, y en su caso, se llama Erika.

Quienes han seguido esta trilogía desde aquella primera aparición con los párpados cercenados en una calle de Valladolid, saben que aquí el crimen nunca fue gratuito. Hay muerte, sí, pero también método. Verso. Música. Toda una estética pensada para incomodar sin perder el control. La tercera temporada arranca con esa calma tensa que suele preceder a la violencia contenida. No hay tantas persecuciones como insinuaciones. No se levanta la voz, se afilan los silencios.

En estos últimos cuatro episodios, el triángulo que forman Augusto, Erika y el inspector Sancho ya no es una cuestión de poder, sino de resistencia. El criminal se siente invencible, pero lleva las grietas por dentro. Erika, lejos de ser satélite de ningún hombre, encuentra en la memoria de su madre un motor que la aleja del rol de cómplice pasiva. Sancho, por su parte, se ha convertido en ese tipo de policía que teme estar demasiado cerca de aquello que persigue.

Este cierre sabe que no puede resolverlo todo. Ni falta que hace. Lo que sí hace es jugar con las consecuencias. Aquí no hay redención ni moralejas, pero sí preguntas que siguen rebotando después de los créditos. La violencia no es solo física: es una forma de mirar, de callar, de resistirse. La serie no se empeña en explicarlo, lo deja gotear escena a escena, sin necesidad de decirlo.

Yon González ha hecho de Augusto un personaje incómodo en el mejor sentido. No lo queremos cerca, pero tampoco fuera del plano. Francisco Ortiz consigue que Sancho no sea el clásico poli atormentado, sino uno que parece vivir en el mismo bucle del que quiere escapar. Y Olivia Baglivi, por su parte, no solo crece como Erika: se adueña de lo que queda de historia. A estas alturas, no está claro si la caza termina o solo cambia de roles.

La puesta en escena sigue siendo uno de los sellos más consistentes de la serie. Esa manera de retratar lo sórdido sin caer en el morbo gratuito, con encuadres donde el frío se cuela por las esquinas y la luz parece tener también su código moral. Todo está medido, pero no se nota, que es lo más difícil. La música, que en cualquier otra serie sería un adorno, aquí se integra como parte del crimen. Hay cadáveres, sí, pero también partituras.

Lo que empezó siendo una historia de persecuciones entre un sociópata ilustrado y un inspector obsesivo termina como una reflexión —nada condescendiente— sobre los límites personales. ¿Cuánto se puede justificar en nombre de la justicia? ¿Quién es más peligroso: quien mata o quien cree que puede detener el mal sin mancharse? «Memento Mori» no da respuestas, pero tampoco hace trampa: muestra y se aparta.

¿Hay fallos? Alguno. La brevedad de esta última temporada puede dejar con ganas de más contexto en ciertas subtramas, sobre todo en lo que respecta al pasado de Erika y sus descubrimientos. Pero en lugar de sentirse como un descuido, funciona como una provocación narrativa: no todo se cuenta, no todo se debe contar. A veces, lo que falta es lo que termina pesando más.

Con esto, «Memento Mori»se despide como entró: con estilo propio, sin levantar la voz y dejando huella. No revolucionará el género, pero sí ha logrado una cosa mucho más complicada: recuperar la elegancia del thriller sin perder la crudeza. En tiempos donde todo parece necesitar efectos y explicaciones, esta serie ha preferido el veneno lento, el rastro poético del crimen y el eco de lo que no se dice.

Un plan final que no encaja como Augusto quiere

En la última entrega, Augusto ejecuta su venganza con una precisión tan arrogante como peligrosa, mientras Erika descubre una conspiración ligada a la muerte de su madre y empieza a tirar del hilo. Sancho, cada vez más aislado, ve cómo su obsesión lo convierte en reflejo del monstruo al que persigue. Nadie confía en nadie y los tres toman decisiones que cambiarán el curso de todo, aunque quizá ya sea demasiado tarde para cualquiera de ellos.