2 de mayo

Los héroes ocultos del campo bravo

Los ganaderos siguen siendo los grandes defensores de la dehesa

Andrés Sánchez Magro

El campo bravo está bajo mínimos. En años lluviosos y de bonanza climática para la preciosa dehesa donde vive el toro, el parón de la enfermedad ha hecho temblar el futuro de la Fiesta. Porque la esencia de todo este planeta de los toros descansa en el destino de las ganaderías. El romanticismo de muchos ganaderos por mantener el hierro de la casa, el sueño de generaciones y el patrimonio genético de la casta brava tiene muchas cartas marcadas en negro. La evidente reducción de espectáculos, cuando no la inexistencia en muchas partes de nuestro territorio nacional, junto al luso y francés, tiene como consecuencia que muchas reses vayan al matadero o los titulares de las ganaderías se planteen el cerrojazo. ¿Qué es lo que pasará entonces?

Si hay un denominador común en la cabaña del toro bravo de estas dos fantasmales temporadas pasa por la selección extrema. Muchas menos vacas, que dentro de unas temporadas supondrá que no haya lotes suficientes para vestir los carteles de las ferias. Como dijo Cela, «quien resiste gana». Y a eso se abrazan aquellos ganaderos que pueden con fe y recursos propios mantener la llama encendida de su campo. Las noticias no son muy alentadoras, porque si dentro de tres o cuatro temporadas se vuelve a las cifras de espectáculos previas a la pandemia, tal vez no haya toros ni encastes suficientes para ser lidiados. Pocas ayudas, mal clima político, por no decir algo peor, falta de tejido del propio sector, las novilladas desaparecidas... Malos tiempos para el toreo que solo podrán ser superados por el profundo arraigo que tiene en nuestra cultura la tauromaquia. Porque al igual que el teatro, que está en crisis al menos desde los griegos, esta fiesta mediterránea y universal nunca desaparecerá.