Familia

El Pana no se rinde

El Pana toreando en la plaza de toros de Vista Alegre en Madrid
El Pana toreando en la plaza de toros de Vista Alegre en Madridlarazon

Hay bastante movimiento en el Hospital Civil de Guadalajara, este importante centro de salud donde cada año nacen alrededor de 30 mil niños, y en el que se atiende a buena parte de la población de la capital de Jalisco, una ciudad que sobrepasa los 5 millones de habitantes.

En la oficina del director general, el doctor Francisco Preciado, varios adornos con motivos taurinos son sinónimo del gusto que este magnífico médico siente por la tauromaquia, de la que, inclusive, ha sido partícipe toreando algunos festivales. De tal suerte -nunca mejor expresado- que hablamos el mismo idioma.

Ahí conversamos con detenimiento del caso clínico de Rodolfo Rodríguez «El Pana», que llegó el lunes 9 de mayo tras haber permanecido poco más de una semana en el Sanatorio Español de Torreón. El 1 de junio se cumple un mes del terrible percance sufrido en la plaza de Ciudad Lerdo.

El estado de salud de El Pana ha tenido altibajos, con una etapa muy crítica a los dos días de su llegada, cuando se le reanimó de un paro cardíaco. En medio de la consternación que ha causado la noticia de la confirmación de su tetraplejia, el Brujo de Apizaco no se rinde y sigue luchando contra la muerte.

Aunque las visitas están restringidas, el doctor me pide que subamos al piso 8 donde El Pana está postrado en una pequeña habitación que cuenta con todo el soporte tecnológico del área de terapia intensiva. Su hermana Marina nos recibe con una gran entereza. Es consciente de la gravedad de Rodolfo, pero alienta la esperanza de poder llevarlo pronto a Apizaco para que su madre, doña Alicia, de 88 años de edad, pueda estar a su lado.

El Pana está de buen humor. Se alegra de verme. Alcanzo a leer en sus labios el apodo que me puso hace tantos años: «Becerro», me dice, y acompaña la palabra con una discreta sonrisa. No es siquiera un susurro. El torero no puede emitir su voz porque tiene una traqueostomía donde está conectado el tubo del ventilador que le permite respirar adecuadamente. Pero Marina me traduce la lectura de sus labios cuando no comprendo esas frases cortas, un tanto dificultosas, con las que intenta comunicarse.

Ojalá pudiera desmentir esa «entrevista» apócrifa que se publicó hace unos días en un portal de noticias mexicano donde se afirma que «está arrepentido y pide perdón» por ser torero. Las aves carroñeras del antitaurinismo han replicado esta mentira del tamaño del mundo. Como siempre, queriendo confundir a la opinión pública.

La que mantenemos no es precisamente una conversación, por supuesto. El Pana apenas emite sus sensaciones, las de un hombre recio, guasón y genial que está hinchado de todo el cuerpo, en condiciones conmovedoras por la crueldad de la situación de invalidez que padece.

Sin embargo, «hablamos» de eso, de los apodos que les ha puesto a muchos de sus compañeros. Y así como a Juan José Padilla le llama «Capitán Morgan» (por aquello de ser «pirata») o a José Tomás le llama «Pepe Tommy», a otros menos famosos, sobre todo a sus paisanos de Tlaxcala, se ha encargado de bautizarlos con motes intransferibles, que El Pana prodiga con esa simpatía tan suya.

De hecho, en días pasados el propio Padilla le ha enviado un emotivo mensaje de audio para darle ánimos, donde también le recuerda que esos paliacates (tradicionales pañuelos rojos estampados) que El Pana les ha regalado a él, y a su gente se han convertido en una especial de talismán para toda la cuadrilla.

El Pana ya no podrá utilizarlos, pues ahora tiene puesto un collarín ortopédico casi todo el tiempo, salvo en el momento en que lo asean, y este hecho le impediría utilizar con soltura una laringe electrónica para poder comunicarse, como alguien había sugerido. Pero hablar no es una prioridad.

Aún no se sabe cuándo será trasladado a su tierra, quizá en un par de semanas, una vez que se lleven a cabo las elecciones programadas el domingo 5 de junio, donde está en juego el cargo de gobernador, y a fin de evitar suspicacias proselitistas. Pero tampoco se sabe exactamente adónde será ingresado, pues sería imposible enviarlo a su casa. Por desgracia, El Pana debe permanecer conectado al ventilador y a la sonda gástrica por la que le transfieren alimento.

Aunque esta condición en la que se encuentra es francamente inhumana, él no pierde el brillo en la mirada y hasta me recuerda que le debo una foto: se trata de un detalle muy torero en la Plaza México. Cierto día le pedí que me la firmara para regalársela a un amigo que lo admira. La foto le gustó mucho y la quiere conservar. Este hecho habla de la lucidez que tiene, esa misma que le hace pedir a su hermana que no olvide mostrarme, cuando vaya a visitarlo a Apizaco, una singular imagen del brindis que le hizo a un niño en Pachuca.

También le anima saber que mucha gente ha estado pendiente de su estado de salud, y que pronto presentarán la Fundación Amigos del Pana, una asociación civil que brindará ayuda benéfica a distintas causas y se convertirá en el legado del torero para la Fiesta de México.

Entretanto, El Pana, que no volverá a torear nunca ni a fumar puros, sí dejará al descubierto al mejor Rodolfo de su vida: el hombre valiente que superó la terrible enfermedad del alcoholismo y que dio pie a un personaje de leyenda, a un romántico de los ruedos con pasta de ídolo popular.