Feria de Abril
Fortes y el túnel de lavado
La corrida comenzó siendo un contradiós y así acabó. La megafonía anunció que los tres toreros habían decidido tirar para adelante y rompieron el paseíllo como si atravesaran el túnel de lavado. Aquello apuntaba a una mezcla de «Mud», «Lo imposible» y «el Arca de Noé», pero al final no fue para tanto. O al menos no fue tanto para los que estábamos bajo el soportal del graderío. Esaú Fernández, Jiménez Fortes y Borja Jiménez sacaron magra recomensa de la valiente decisión de salir a torear sin saber si la lluvia fina acabaría en chaparrón o en diluvio. El encierro de los hermanos Tornay fue la guinda de una tarta gris, gélida e insípida. Mal fondo y mal tipo. A lo Sabina, habría que preguntarse –que preguntarle al ganadero– si pedirle a alguno de los toros que embistiera no era pedirle demasiado. Todo se lo llevó el agua salvo el arrimón sincero y a cara de perro de Jiménez Fortes con el quinto. El toro era un remolino de tornillazos y de manso engallamiento. El gallo fue el malagueño, que le aguantó las miradas, los gañafones y, atalonado como el ancla de un barco, le tragó por los dos pitones hasta demostrarle al toro quién mandaba. Cuesta creerlo pero a Jiménez Fortes no se le ha ido el valor por el avispero de las cornadas. Tiene una cruz en la garganta de dos balazos de guerra y sigue con las agallas intactas. Con el capote se los pasó por chicuelinas y gaoneras a milímetros de la barriga. No era el día –con lluvia, menos de media plaza y sin televisión– para hacer ese esfuerzo. Pero tiró la moneda al aire y el público se lo agradeció con una fuerte ovación que pudo haber sido más. Amenazan desde la Aemet con curvas climatológicas, aunque hasta final de semana se despeja el horizonte. Nada que no remedie la lona Ferrari que compraron en la Maestranza.
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