Historia

Sevilla

La esencia clásica del mejor temple

El Viti, en una imagen de archivo
El Viti, en una imagen de archivolarazon

La muerte de José María Manzanares ha sido un zarpazo terrible. Ayer fue un día muy triste y me siento muy afectado, apesadumbrado, porque, aunque la muerte es compañera de viaje y es mentada a menudo, cuando las circunstancias en las que irrumpe son tan sorprendentes, tan de repente, como en este caso... Merma mucho y duele de verdad. El bueno de José María tenía una edad perfecta para disfrutar de la plenitud de su vida, de su familia y de los éxitos de sus dos hijos: tanto a pie, con José Mari, como a caballo, con Manuel. No me gusta hablar de los muertos, que es muy fácil, sino de los vivos, pero sobrecoge echar la vista atrás y remontarse a esa alternativa en Alicante en 1971. Luis Miguel, con el que seguro que ya se ha reencontrado en los altares del toreo en el cielo, fue el padrino y un humilde servidor el testigo. Le ofrecí buenos deseos y mi ayuda para el futuro. Poco más necesitaba, estaba preparado de sobra y cargado de ese ansía de gloria que tiene el joven que se come el mundo. Manzanares, para entonces, ya era una figura. Desde novillero. Subió a ese peldaño de los elegidos y no se apeó de él hasta la retirada. Esa tarde del doctorado lo demostró con unas faenas de máxima figura.

Luego le seguirían cientos de tardes para el recuerdo. En Madrid, en Alicante, en su Sevilla del alma, en mi Salamanca... Por ejemplo, un septiembre allí con Capea y el malogrado Julio Robles en el cartel firmó una faena primorosa a un toro de Sepúlveda. Inolvidable. Como tantas otras. Con ese temple innato, tan difícil de conseguir y que a tantos toreros ha traído de cabeza, pero que Manzanares representó como nadie. Él y ahora su hijo son la esencia del temple. Del torero clásico. Pureza y hondura. Manejó la técnica y la expresión en los muletazos a la altura de los elegidos. ¿Lo más importante de todo? Que lo hacía con esa naturalidad que envolvía cada lance de equívoca facilidad. Ahora, su hijo, es el fiel reflejo de toda su Tauromaquia. De ese esplendor que ayer, sin avisar, se nos fue para siempre.

Sigo impactado con la noticia y mando un abrazo sincero a sus hijos y su familia. No queda otra que aceptar lo que ha querido el de arriba, así que toda la fuerza y fe del mundo para ellos, siempre que pasa una desgracia así, pensamos, tratamos de convencernos de que ha sido para bien. En el caso de José María Manzanares, no tengo dudas. Estoy seguro de ello. Hasta siempre, compañero.