Feria de Abril

La Fortuna que da el triunfo y la cornada

Antonio Nazaré saluda desde el tercio con las dos orejas en mano
Antonio Nazaré saluda desde el tercio con las dos orejas en manolarazon

Un manso que puso el ojo en los toriles desde que salió por ellos. Un toro para tirarle la muleta a los costados y esperar el siguiente turno. El Juli no fue capaz de subir el pie del acelerador. Las chicuelinas en las que no cabía un papel de fumar entre toro y torero fueron la señal de guerra. Nada de fumarse la pipa de la paz ahora.

La Puerta del Príncipe ganada a ley el Domingo de Resurrección, si acaso era un acicate para redondear la feria. Ni mucho menos una batalla ganada. A la vuelta de la esquina el gesto antiguo –qué pocos gestos hay hoy en la Fiesta- de anunciarse con la corrida de Miura. Y el toro que abría plaza con una embestida perra que no merecía un mal pase. Allí estaba El Juli con la muleta puesta, intentando sacar agua de un pozo seco. Tres lustros mandando arriba por estas cosas. Por salir siempre a ganar la pelea.

Con el bueno y con el malo. Es lo que han hecho a lo largo de la historia las figuras del toreo que han marcado época. El toro, de aparente embestida mortecina, pidiendo la muerte del manso. Detrás de la mata. Esperó su momento. En mitad de la suerte soltó un derrote seco. El público, recién sentado en su asiento, todavía sin acabar de estar enchufado a la tarde, deslumbrado por una yema de sol plena y poderosa.

En la plaza sonó la cornada como un portazo metálico en un cubículo vacío, una rama. El Juli voló por los aires. Cuando cayó al suelo ya se sabía que el tabaco era fuerte. Camino de la enfermería, con la femoral abierta y la cara rota, un banderillero se quitaba el corbatín para parar los rabiones de sangre. Otra vez la cornada en la espuma del éxito de La Maestranza. Como aquella tarde en la que cambió un muslo abierto por la Puerta del Príncipe.

De la misma sangre, el triunfo. Saben los toreros que la diosa de la Fortuna se apoya en una rueda frágil, cambiante. El cuarto toro le tocaba a El Juli. La misma Fortuna –que da y quita- lo puso en el camino de Nazaré. El cuarto toro de Daniel Ruiz fue el toro de la tarde. Las dos orejas llegaron después de naturales largos, rematados detrás de la cadera, de derechazos a cámara lenta, pero sobre todo después del temple, del raro aplomo para el que el año pasado toreó ocho corridas. Pero no tiene perdón el fallo a espadas.

Dos huesos, dos veces perdida la Puerta del Príncipe. Manzanares resucitó su feria en el quinto. Una oreja que debieron ser dos. La misma presidenta se las dio en el sexto de la encerrona. Mientras todo esto pasaba, El Juli estaba en un quirófano. El muslo abierto, la honra aumentada.