Sevilla
La voluntad y el deseo
Morante en Ronda. Una de las tardes con mejor ambiente que uno recuerda en el planeta de los toros, sólo comparable a las Goyescas de Antonio Ordóñez, la encerrona de Paco Ojeda o las tardes de Curro Romero en Sevilla, pero con destellos la encerrona morantista ha quedado con cante grande. ¿La culpable? Una corrida sin fondo de la casa Juan Pedro Domecq y que incluso inquietó por momentos a la parroquia del torero de La Puebla del Río.
El genio, vestido de manera tan personal como de costumbre con un fajín rosa, ha dado muestras de una voluntad férrea y categoría épica por ser el artista más grande de todos los tiempos. Los seis toros de Morante se planteaban como una analogía artística de la encerrona nimeña de José Tomás. El ying y el yang del Viejo Arte de Cúchares. Todo a favor, con mucho clavel, la sociología desbordada por los tendidos, la hondura de la banda de música y sus ya conocidos solos de trompeta eran el decorado ideal para que el genio empezara su sinfonía. Y a fe que lo ha hecho. Le quedan sus lances a la verónica mecidos, un antológico quite por chicuelinas bailando, tres soberbios pares de banderillas en lo alto, incluido el de la silla con garapullos cortos, y un ramillete enorme de muletazos a compás de las medias vestidas de los de Juan Pedro. Torero tan fenomenal que casi no tenía un solo detractor en la plaza. Artista tan preclaro que, con su brindis a Rivera Ordóñez, ha venido a confirmar que esta manifestación cultural de primer orden se justifica precisamente por lo que se hace ahí, en la arena.
Morante ya no necesita retóricas, no necesita incluso quien le escriba, porque cada una de sus apariciones en los carteles son un pretexto para viajar y reconocer la autenticidad de esta liturgia. Quien se quede sólo con el famoseo que puebla la Goyesca rondeña y los falsos gritos andaluces del pañuelo en el ojal desconoce la apuesta ética de un artista que si fuera de otra nacionalidad que no fuera la española, sería idolatrado en el mundo entero. Morante en Ronda, o como diría el poeta Luis Cernuda:«Es el más absoluto ejemplo taurino de la voluntad y el deseo».
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