Huesca

Morante, rey en Ronda del toreo eterno

Espectacular reaparición del diestro con seis toros después de la grave cornada

Sentado en una silla, con las piernas cruzadas y citando muy de cerca, el diestro sevillano clavó un tercer par de banderillas –otra sorpresa, cortas– que enloqueció Ronda
Sentado en una silla, con las piernas cruzadas y citando muy de cerca, el diestro sevillano clavó un tercer par de banderillas –otra sorpresa, cortas– que enloqueció Rondalarazon

Ronda (Málaga). Se lidiaron toros de Juan Pedro Domecq y Parladé (5º), serios y muy bien presentados en general. El 1º, protestón y con poca fuerza; el 2º, manejable aunque sin entrega y a media altura; el 3º, con la virtud de humillar, reservón pero va a más; el 4º, deslucido; el 5º humilla y repite por el derecho, exigente; y el 6º, descompuesto y deslucido. Lleno de «No hay billetes».

Morante de la Puebla, vestido de goyesco de azul pavo y negro, estocada fulminante (saludos); estocada fulminante (oreja); estocada desprendida y trasera (dos orejas); estocada trasera y caída (silencio); aviso, media, segundo aviso (saludos); tres pinchazos, estocada (saludos).

Nos acercábamos a las ocho de la tarde. Ni sentíamos ni padecíamos ya, presos de esa sensación que se da en el toreo, contadas tardes, de abandonarse. No te encuentras en el cuerpo. Hay algo más allá. Más acá tal vez. Tanto que digerir. Hablemos de emociones, de lo que ya no nos roba nadie, sólo la desmemoria o el mal paso del tiempo. No hacía frío ni calor tal vez. No había prisas. Nada cabía al otro lado del mágico redondel de Ronda. Poco ocurría fuera. No sabíamos. Entre estas líneas, entre estas barreras de fuego, que delimitan el ruedo, todo era Morante, Morante y su cuadrilla. Morante en un día extraordinario de por sí: el de su reaparición. Volvía después de que un toro le hiriera de gravedad en Huesca y la afición se vaciara en su ausencia. Apenas un mes después. No lo hubiera firmado. Volvía el genio. Volvía Morante y lo hacía en un solo. Seis toros para él. Uno detrás de otro. Ni un minuto para la distracción. Ni una mirada al vacío. Ni suya ni nuestra. José Antonio Morante Camacho volvió con todo. Con el arte, la imaginación, la profundidad, la hondura, la capacidad de sorprender, de engatusar, y con un valor descomunal. A Morante se le canta su torería, que la tiene en las entrañas desde el vientre materno, torero hasta doler, pero con más valor que medio escalafón junto. Y el precio de esa pureza, de embrocar a los toros con tanta verdad, tan encajado esperar al animal, dando el pecho, cargando la suerte, pasándoselo por la barriga, ese precio es alto. Lo tiene reciente. Todavía caliente la sangre derramada en Huesca. Esa cornada grave que nos tuvo en vilo durante horas, las que tardaron en controlarle la hemorragia. Un milagro volver a verle y un mes después. Regresó con seriedad e importancia. Así fue la corrida que lidió de Juan Pedro Domecq en el coso bicentenario. Ni rastro quedó en su puesta en escena del dolor pasado, ni una muesca, nada. Disfrutamos a la verónica en el tercero de la tarde, ya lo habíamos hecho antes, sí, pero ese tercero, fue un toro importante en la corrida. Quitó después el torero, despojado de zapatillas, en contacto directo con la historia de este ruedo, entregado a la tarde, un escándalo la media y hasta la serpentina. Se quedó reservón el toro, rezagado, de media arrancada. Corto futuro augurábamos. Morante se puso cerquita, con la izquierda, sin ayuda, verdad más verdad, se metió entre los pitones sin estridencias, para él y ante nuestros ojos, y dentro del toro, tragando, consintiéndolo, le fue haciendo, poco a poco, grandiosa labor. Enroscado con el animal, que repetía por abajo, a milímetros de él en el muletazo. Humillaba el «Juampedro», ésa fue su gran virtud. Se vació Morante y encandiló al público. La estocada y las dos orejas fueron de ley.

Ya lo habíamos soñado, en ese cuento en el que convirtió la tarde Morante. Las medianías del primer toro las camufló el de La Puebla en una tanda diestra de una fuerza brutal y antes de desperezarnos, recién llegábamos al bello coso rondeño, se perfiló a matar: llevaba el acero definitivo desde que empezó la faena.

A dos manos prologó la labor al segundo y de qué manera. Tuvimos la sensación de que poco iba a durar el trasteo a un toro que iba y venía pero sin entrega, sin humillar en la embestida. Sacó Morante toreo del bueno, con poso, reposo, calidad y una expresión directa al alma, donde se hacen fuertes las emociones. Nada pudo hacer con el deslucido cuarto. Ni importó. Nos aguardaba un quinto, con un pitón diestro con transmisión, que tomaba la muleta por abajo y exigía. No era fácil. Ahí no había trampa. Se esmeró Morante. Tandas largas, ajustadas y un ilusionista en los remates. Se le afeó la suerte suprema. Pero hasta en eso estuvo ayer el de La Puebla atinado. Estocada tras estocada, rodaban como pelotas los de «Juampedro».

Ya nos íbamos. Se acababa todo. El cuento goyesco en la casa de Ordóñez. Y saltó el sexto. Y el despliegue rozó la locura. Una larga cambiada de rodillas, un recital a la verónica, a pies juntos, gloria bendita la media. Y un quite por chicuelinas, esas que son tan suyas, metiendo la cadera en la mitad del viaje del toro. Y una imagen inolvidable. La que entronca la historia del toreo hasta hoy de un plumazo. No sé si goyesca, rondeña, pero torera y de todas las etapas, porque Morante es una joya de este siglo. Quiso banderillear al toro y lo bordó. En corto y por derecho el primer par. Certero en el segundo. Expectación máxima cuando pidió una silla en el tercero, en el tercio, sentado, cruzadas las piernas, esperando al toro, muy cerquita, y con unas banderillas cortas, se hundía la plaza cuando clavó, en pie. Normal.

Fascinante momento. No le llegaron las fuerzas al toro. No pudo más. Descompuesto y desfondado. Faltó el último tramo. La magia había sido tal, que cuando acabó la faena, seis toros seis habían pasado por el bicentenario ruedo de Ronda, nadie se movía de allí. No había prisas. Ni vida más allá de ese ruedo. No había nada pero queríamos más. Morante. Y el toreo de antes, el toreo de ayer, de hoy, el toreo eterno. El bueno. Por allí le sacaron a hombros. Morante había sacudido los cimientos de la historia de esta plaza para ponerlos en el sitio. Y eso es mucho.