Toros

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Reivindicación del toreo

Rafaelillo y Ureña tocan pelo pese a lo complicado y peligroso de los toros de Adolfo Martín

Rafael Rubio "Rafaelillo"durante su faena con la muleta a "Madroño"
Rafael Rubio "Rafaelillo"durante su faena con la muleta a "Madroño"larazon

Valencia, 13 de marzo. Tercera de feria. Casi lleno.

Toros de Adolfo Martín, muy bien presentados y serios. Complicados y con peligro.

Rafaelillo (de grosella y oro), pinchazo y estocada, silencio; entera, oreja con aviso.

Manuel Escribano (de grana y oro), pinchazo y estocada, silencio con aviso; media, ovación.

Paco Ureña (de lila y oro), entera, oreja; tres pinchazos y descabello, silencio.

Valencia ha vivido una jornada de reivindicación de la fiesta de los toros. Una gran manifestación recorrió las calles de la ciudad pidiendo respeto para este espectáculo que, ya en el ruedo, demostró ser algo más que un evento festivo: una representación de la vida misma. El toreo exhibe todo lo que la existencia es: lucha, sufrimiento, esfuerzo, sacrificio, constancia... pero también alegrías, recompensas, satisfacciones y, naturalmente, muerte, sin la cuál no se entiende ni tiene sentido aquella. Todo eso sucede en una plaza cuando un hombre se enfrenta a un toro. Un misterio que la tauromaquia explica y que ayer, en la calle y en la arena, quedó patente que va más allá de modas y caprichos.

Como no fue moda ni capricho lo de Paco Ureña, que se ganó la primera oreja de la tarde, llevó con mucha suavidad al tercero, muy despacio, echándole la muleta a la cara y tirando de él, sin agobiarle, sin axfisiarle y sin brusquedades. Pero al cambiar al pitón derecho la cosa cambió y, de repente, el toro se revolvió sorpresivamente al final de un derechazo y le echó mano, dándole una voltereta espeluznante, poniéndose ya muy complicado por ese lado. por el que, precisamente abundó el torero de Lorca -milagrosamente ileso tras las cornadas que con tanta saña le tiró el de Adolfo Martín cuando le tuvo en el suelo- y que paseó ese trofeo al tirarle patas arribas de una estocada suficiente. El sexto, largo como un tren, esperó mucho en banderillas y se frenó en la muleta, buscando alargar su viaje Ureña consintiéndole mucho y tirando de él en otro quehacer de mucha exposición y poco logro.

Otra oreja se llevó Rafaelillo del cuarto, al que recibió con verónicas rodilla en tierra muy elegantes y toreras. Fue este toro pronto y alegre en el caballo pero con mucho peligro en el último

tercio, revolviéndose y buscando. No le volvió la cara su matador, que derrochó coraje y oficio para sacar todo lo que tuvo en un trasteo valiente y entregado. Y no menos mérito tuvo cuando intentó sacar partido de su primer toro, un cinqueño serio, casi cornipaso, y de fuerzas tan justas que fue protestado por ello. Pero esa poca energía la utilizó el astado para defenderse, entrando al paso, midiendo buscando las zapatillas de su matador, que, no obstante, quiso buscarle las vueltas pero sin conseguir otra cosa que evidenciar voluntad y ganas.

Se estiró Manuel Escribano al recibir a la verónica al segundo, suelto las dos veces que fue al caballo y al que banderilleó fácil y sin apreturas. Tampoco el toro anduvo sobrado de fuerza y no se empleó en ningún momento. Pero no se dio por vencido de antemano el torero, que hizo todo el gasto y aguantó firme y valiente los parones, dudas y miradas de su oponente, al que poco a poco logró ir sacando muletazos largos y templados y hasta con cierta hondura en una faena larga y a más. Como larga, espesa e irregular fue la que firmó al quinto, parado y a la espera.