Ferias taurinas
Una cuestión de honor
La Maestranza comenzó a mudar la piel de invierno. Salió el sol. Volvieron las apreturas, el runrún del lleno, el siseo, ese efecto contagioso que desaparece cuando flojea la entrada. Después de la travesía de los carteles modestos regresaron las figuras y a su reclamo –y al de las vísperas de Farolillos– desembarcó el público del avión, del puro y del AVE. El encierro descastado de García Jiménez (Matilla) acabó con la expectación y con la paciencia: ocho toros y dos horas y tres cuartos. La tarde apenas tuvo un par de momentos de cierta brillantez. Talavante salió al rescate de su apoderado (ganadero, empresario y apoderado) con la oreja (pongan o quiten el diminutivo) que cortó en el quinto. Se la birló el extremeño a base de sobar al manso en los terrenos del tendido nueve. A su aire, donde el animal se sentía cómodo, a favor de querencia, brotaron algunos derechazos lentos, cadenciosos, tirando de muñeca, que revivieron al público en mitad del frío y del aburrimiento. Fue otra raya en el agua el conato de faena en el tercero. Roca Rey recibió al toro en el centro del platillo cambiándole la muleta por la espalda. Parecía que podía haber guerra pero el toro salió de los vuelos de la muleta con la bandera blanca, tendido en la lona. Enfiló camino de toriles y depuso las armas. Ahí se acabó la historia. Lo último no es lo menos importante. Más bien al contrario. La gran ovación se la llevó Curro Javier en el cuarto. Fue una cuestión de honor, como la de todos los tíos que lucen la plata con brillos de oro. El toro lo prendió después de entregarle el pecho en el centro del ruedo para clavar en lo alto. Es cierto que forzó la máquina, que no había necesidad, que fue una imprudencia porque el toro –rajado– apretaba como un cañón a los adentros. Pero por eso el toreo es una forma de estar en la vida. «En un mundo de cobardes –dice Eliot–, el que va en la dirección correcta parece que huye». Curro Javier fue en la dirección correcta, la de los valientes. Era una cuestión de honor.
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