Bilbao
Y la gesta desapareció
Iván Fandiño, con el mejor lote, noblón y justo de poder, falla a espadas y El Juli queda inédito en la penúltima de Bilbao
Bilbao. Novena de las Corridas Generales. Se lidiaron toros de La Quinta y un sobrero sexto de la misma ganadería, desiguales de presentación. El 1º, orientado, justo de poder y sin pasar; el 2º, inválido; el 3º, de buen juego, suavón, noble, repetidor y con las fuerzas justas; el 4º, noble, justo de poder, repetidor y a media altura; el 5º, sin fuerza ni poder; y el 6º, noble, de buena condición y flojo. Tres cuartos de entrada.
Antonio Ferrera, de tabaco y oro, dos pichazos, media estocada, cuatro descabellos (silencio); pinchazo, estocada (saludos). El Juli, de teja y oro, metisaca (silencio); pinchazo, estocada tendida, estocada (silencio). Iván Fandiño, de canela y oro, pinchazo, media, aviso, dos descabellos (saludos); pinchazo hondo, tres pinchazos, aviso, estocada (saludos).
Fue una tarde rarísima. Salió todo al revés. La realidad fue saltándose el guión previsto paso a paso, destruyéndolo hasta que al final poco tenía sentido. La corrida de La Quinta, desigual de presentación, el más serio el que pisó el ruedo en sexto lugar como sobrero, podría haber llevado el hierro de Juan Pedro, por poner un ejemplo, no por cómo era por fuera obviamente, pero sí por el juego de algunos de sus toros, el caso del lote de Iván Fandiño, suavón, noble, muy justo de poder y al filo de lo imposible en cuanto a las fuerzas se refiere. Y si hubiera sido así lo hubiéramos crujido, porque esos toros y el cuarto de Ferrera, que embistió con poca duración pero con una lentitud escandalosa, resultaron buenos para el torero. Para disfrutarlo, para disfrutarse, para concebir el toreo con reposo y tirar del viaje del animal. Pero no casan con el canto a la casta, a la emoción, a la transmisión... Son dos partituras distintas. Y en ese patrón ni uno solo de los siete que saltaron a la negra arena contuvieron un resquicio.
El Juli se anunció en esta corrida a modo de gesta. Y la tarde fue tan a la deriva que se llevó dos inválidos. A falta de uno, lo ponemos al cuadrado. De locos. Estar por ahí era un sinsentido.
El toro que sacó peores intenciones fue el que abrió plaza. Más orientado y sin querer entrar en el engaño. Pero tampoco sin poder ni casta. Ferrera no se demoró con él pero sí se dilató con la espada; mal augurio de lo que vendría después. En cambio, el cuarto, tuvo muy buen aire en los primeros compases. Duró poco, pero lo gozó Ferrera con un prodigioso toreo a cámara lenta.
A Iván Fandiño le tocó el lote para sentirse. Sobre todo el tercero de la tarde. Con las revoluciones justas, la nobleza infinita y la voluntad de repetir en el engaño y desplazarse. Así lo vio por el derecho y meció las embestidas en varias tandas de largo trazo, hasta donde quería ir el toro. Compactó menos por el izquierdo y retornó a la diestra. Al final cayó en las intermitencias antes de que la espada lo descompusiera. La anécdota corrió a cargo de un espontáneo, entrado en años, que saltó al ruedo casi a la vez que salía el sexto. Cuando el toro pisó la arena, el espectáculo era un número, la policía, los toreros... Igual que entró se fue por flojo y el sexto, bis, tampoco andaba sobrado. De hecho tenía muy buen aire y en verdad quería acudir al engaño más de lo que podía. Fandiño le fue consintiendo con suavidad y creó una faena templada, que entró en colisión de nuevo con la espada. Así, con toros, el trono de Bilbao queda desierto. A no ser que hoy, los tres valientes que se anuncian con la de Victorino (Urdiales, El Cid y Bolívar) se lo lleven. Y aunque la de La Quinta saliera dulcificada, y con otros argumentos que los que la mantiene viva, en la pluralidad de encastes la Fiesta es más rica.
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