Viajes

La hermana gemela de Madrid está en Samarcanda

Punto fuerte en la Ruta de la Seda, la actual joya de la corona entre las ciudades uzbekas ha arrastrado consigo, desde hace milenios, las codicias de los grandes conquistadores de la Historia, asiáticos y europeos. Pero solo los españoles conseguimos aportar nuestro granito de arena en la gran ciudad sin necesidad de violencias.

Vista de la impresionante mezquita de Bibi Khanum, que durante años fue la más alta de Asia.
Vista de la impresionante mezquita de Bibi Khanum, que durante años fue la más alta de Asia.larazon

Como hormigas por el campo

Cada gran ciudad que puebla la tierra, lleva impresa una marca de sangre en los ladrillos más antiguos de sus calles. Los mancharon guerras, traiciones y cruentas revoluciones. Y cuanto más vetusta es la ciudad, más sangre la empapa. Esta regla se cumple especialmente en Samarcanda, donde las brillantes madrazas de cúpulas azules apenas consiguen ocultar el tinte rojo que las mantuvo vivas. Por esta ciudad llena de mitos cabalgó victorioso Alejandro Magno, fue aquí donde asesinó durante una noche de festejos a su amigo y general Clito el Negro. Gengis Kan la arrasó durante sus campañas en Asia central y los romanos lucharon encarnizadamente para hacerse con ella. Incluso las tropas soviéticas la tomaron y defendieron con violencia de los soldados uzbekos que amagaron con recuperarla, sin éxito, hasta la caída definitiva de la URSS.

Tantas luchas y desgracias por controlar la ciudad encuentran una explicación relativa en que Samarcanda fue por muchos siglos un punto clave de control en la Ruta de la Seda, algo así como un gran matorral que deben atravesar todas las hormigas para llevar su alimento al hormiguero. Este matorral es un pequeño descanso en el largo camino de vuelta al hormiguero, aquí hay rocas frescas donde descansar unos minutos y brotes verdes que almorzar. Incluso alguna espabilada que quiere ahorrarse el camino recoge aquí sus brotes. Por eso es importante para la fila de hormigas ser ellas las dueñas del matorral, no deben dejar que ninguna araña o grupo de langostas lo tomen. Si nosotros tomamos este matorral y lo hacemos arder, las hormigas deberán interrumpir su fila. Si cobramos impuestos, las hormigas no tendrán más remedio que entregarnos la mitad de sus espigas para proseguir su camino. En el caso de que arranquemos el matorral, se verán obligadas a cambiar su caminito y pasar por otro matorral que también poseamos y nos merezca más la pena.

Tamerlán y Bajazet, cuadro de Andrea Celesti.
Tamerlán y Bajazet, cuadro de Andrea Celesti.larazon

El arquitecto de Bibi Khanum

Los regueros de sangre en Samarcanda llegan a filtrarse hasta sus cimientos. Cuenta la leyenda que el arquitecto de la mezquita Bibi Khanum se enamoró de la esposa de Tamerlán, el conquistador turco-mongol que llevó a la ciudad a su época de mayor esplendor, mientras dirigía la construcción de la famosa mezquita. Era un amor salvaje y peligroso, de aquellos que cuanto más imposibles son, más despiertos nos mantienen por las noches, maquinando ideas alocadas en busca de nuestros deseos. El prometedor arquitecto perseguía a la reina en los tiempos libres de su obra, ella le rechazaba, él insistía aprovechando que el temible Tamerlán estaba fuera de la ciudad en una de sus campañas militares. Finalmente la reina le permitió un solo beso en la mejilla, a ver si así se saciaba y le dejaba tranquila. El arquitecto envalentonado la besó con fuerza, mucha fuerza, tanta que dejó una marca imborrable en la mejilla de su amada y no importó cuanto frotó esta, fue imposible borrarla. Cuando Tamerlán regresó de su conquista y vio la marca en su esposa, inmediatamente la lanzó desde lo alto de la mezquita Bibi Khanum y decretó dar caza al bobo arquitecto. Pero llegaba tarde. Aterrado por el castigo inevitable que recibiría a manos de su señor, se había quitado la vida pocos días antes de su vuelta.

La embajada de Ruy González de Clavijo

Grabado de Ruy González de Clavijo.
Grabado de Ruy González de Clavijo.larazon

Tanta violencia hace casi impensable que nadie haya podido dejar huella en Samarcanda sin haber pagado previamente el precio de sangre que requiere. Y es en este momento cuando entra la figura del noble castellano Ruy González de Clavijo, embajador del rey Enrique III de Castilla y León durante los primeros años del siglo XV. Él sí consiguió dejar una huella española en la ciudad sin derramar una sola gota. Probablemente arribó a la corte de Tamerlán temiendo por su vida, era común a fin de cuentas que en 1404 no siempre hubiese buena relación entre los estados cristianos e islámicos. Puedo imaginarlo preocupado, aunque siempre sereno y erguido, cuando fue recibido en audiencia por el poderoso conquistador. Las primeras reverencias le impidieron fijarse en él con atención, pero una vez se sentaron al banquete y sirvieron los manjares, melones, carneros cocidos, muslos de caballo crujientes al paladar, uvas y leche agria servidas en fuentes de plata, descubrió que Tamerlán ya era un anciano. Poco quedaba del vigoroso conquistador cuyos párpados empezaban a caerse por la edad, y no hubo de pasar siquiera un año antes de que la Parca se lo llevara.

Pero más impresionante le resultó la exquisita cultura que rodeaba al rey a todas horas. Aunque militar feroz de profesión, Tamerlán era amante de la pintura y la poesía, y en su corte se codeaban los mejores artistas del imperio, siempre dispuestos a deleitarlo con un poema. En aquella sabrosa cena, Tamerlán no amenazó con rodar la cabeza del enviado español, ni la de cualquier otro. Más bien se deshizo en alabanzas hacia las tierras hispanas y Enrique III, sumamente interesado por nuestra cultura, siempre preguntando y escuchando atentamente las explicaciones de Clavijo. Los siguientes días mostró Samarcanda al castellano y los asombros de este se intensificaron. Presenció estupefacto cómo el monarca ordenaba demoler parte de la mezquita levantada en honor a su esposa – que dicen sobrevivió al empujón de Tamerlán años antes, gracias a que los pliegues de sus ropas aminoraron la caída – para volverla a reconstruir en el espacio de diez días. Ojiplático fue testigo de cómo un centenar de elefantes traían en sus lomos bloques de mármol blanco procedente de la India. Así lo plasmó por escrito en su libro Embajada de Tamerlán, donde narró sus aventuras en Samarcanda durante el año 1404.

Madrid, el barrio español de Samarcanda

La impresionante plaza de Registán no es sino una más entre las impresionantes muestras arquitectónicas de Uzbekistán.
La impresionante plaza de Registán no es sino una más entre las impresionantes muestras arquitectónicas de Uzbekistán.larazon

Los meses que Clavijo pasó en Samarcanda le llevaron a intimar brevemente con Tamerlán, ambos terminaron por ser excelentes amigos, y ningún otro embajador europeo consiguió jamás mantener una relación estable con el poderoso conquistador. De esta manera, los españoles conseguimos aportar nuestro grano de arena en la historia de la ciudad, sin necesidad de molestas guerras y avaricias desmesuradas: lo hicimos a través de la amistad, la mejor arma que poseemos, bebiendo buen vino y disfrutando copiosos banquetes.

Fue tal la admiración que profesó Tamerlán por nuestro héroe, que decidió renombrar un barrio de Samarcanda en honor a la ciudad que le había visto nacer. Ese fue nuestro toque en la compleja y colorida cerámica de Samarcanda, ese nombre tan bonito incluso en sus horas más oscuras: Madrid. El único de Asia. Y exactamente seis siglos después, en 2004, las autoridades de la ciudad también nombraron una de sus avenidas como el embajador español que tantas maravillas habló de esta tierra misteriosa para nuestros antepasados. Madrid y Clavijo, España y un español, han impregnado desde entonces una pequeña parte de la gloriosa ciudad uzbeka, demostrando al mundo que sí, se pueden marcar las páginas de la Historia a través de un gesto tan sencillo como es la amistad. Sin necesidad de guerras ni de hambre.