Alicante
Alicante, el regreso a tu paraíso mediterráneo
Una ciudad con una oferta gastronómica e histórica que conserva el espíritu de los barrios de pescadores y que combina con una actividad multicultural y cosmopolita.
Cojo el balón de voley playa y lo desempolvo de arena. Freno un instante y contemplo la belleza del paisaje que me rodea. A un lado y a otro se extiende la kilométrica playa de San Juan.
El agua está en calma, destelleante. Mínimamente alterada por un par de aficionados al paddle surf. La tarde cae y, poco a poco, algunos van saliendo de la arena, relajados, tras unas horas bronceándose o tras dar un largo paseo por la orilla, aprovechando los diez metros acotados desde el agua a las sombrillas, con el fin de que todos se sientan seguros. Algunos estiran la jornada playera en el chiringuito, y siguen disfrutando del manto marino con un mojito o granizado en mano.
Aunque cuando mis amigos y yo buscamos relax, cogemos las vespas y nos acercamos a una de las calas de piedra que flanquean el cabo de las Huertas. Allí nos zambullimos en unas aguas repletas de corales, de algas y de peces, por lo que el visionado con unas gafas de bucear es otro espectáculo fascinante. En la superficie, de fondo, podemos ver el puerto de Alicante y de la mano la playa del Postiguet, enclavada en pleno casco urbano y decorada con el imponente castillo de Santa Bárbara que corona el monte Benacantil.
La puerta a una ciudad en la que perderse en los bares y restaurantes del Casco Antiguo, con ese sabor histórico y marinero de sus callejuelas; los que se alinean en el famoso paseo de la Explanada de España, en céntricas calles como Castaños o San Francisco. O en plazas como la de Gabriel Miró, un contrapunto a lo marítimo con ficus centenarios bajo los que degustar algunos platos delicatessen de la gastronomía alicantina.
La gran variedad de arroces, por ejemplo, cargados de tradición y de cultura de mar y montaña, en los que tanto el pescado como la carne encuentran su hueco. O las ensaladas decoradas con salazón (mojama, hueva, capellán...), antiguo alimento de pescadores y ahora bocados gourmet de esta gastronomía. Todo maridado con un buen vino de la tierra. Profundo y con sabor, como el de la uva autóctona Monastrell. Restauradores como el famoso Lucio, de Madrid, subrayan de la cocina alicantina que “también hay pescados y mariscos riquísimos, y productos algo más desconocidos y deliciosos como la longaniza de Pascua. Secretos que hacen que lo que se come en la Terreta me tenga conquistado desde hace mas de 50 años”.
Para bajar el festín, por supuesto, un helado de turrón mientras damos un paseo alrededor de joyas monumentales como la Basílica de Santa María, la concatedral de San Nicolás o el pintoresco barrio de Santa Cruz.
Desde allí, si el día acompaña y la mar está tranquila, podemos distinguir la sugerente silueta de la isla de Tabarca. Ese refugio de piratas berberiscos en el pasado, que actualmente se convierte en el entorno ideal también para bucear por sus bosques de posidonias y comerte un caldero de arroz y pescado en la misma orilla del Mediterráneo. “Ey Nacho, ¿sacas o qué?”. Golpeo el balón y seguimos el partido.
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