Viajes
Animales fantásticos y dónde encontrarlos
Abstinencia sexual, consumo de LSD, leer la Biblia, ser un conde de Transilvania... cualquier excusa es buena para transformar lo real en criaturas de pesadilla
A lo largo del imaginario popular, no son pocas las criaturas que han servido de base para fantásticas pesadillas, capaces de paralizar de terror a ciudades enteras. Se murmura que acecha el hombre lobo, el mar remolonea y el más veterano de los marinos susurra la palabra kraken; tan viejos como el ser humano son los animales fantásticos que les acompañan de la mano.
Pero resultó decepcionante, al final no existían este tipo de bestias, o al menos tal y como nos empeñábamos a imaginar. Los unicornios, las sirenas, los dragones, se tratan de nada más que criaturas corrientes y mitificadas hasta decir basta, como ocurre con tantas leyendas, por pueblos diversos. En muchos casos con el fin de que los niños más revoltosos se portaran bien y no entraran en los bosques, morada habitual de los bandidos cuyo cuchillo resultaba más peligroso que el mordisco de un vampiro. En honor al día de Halloween (no debe confundirse con el Día de Todos los Santos que se celebra el 1 de noviembre ni con el Día de los Muertos, celebrado el 2 de noviembre) nos dispones a buscarlos y cazarlos, aunque sea para añadirlos a nuestra colección de la imaginación.
Unicornios
“Su cuerpo es blanco; la cabeza, de color rojo y los ojos, de azul oscuro. De la frente le sale un cuerno de una longitud aproximada de un pie y medio que, reducido a polvo y disuelto en una bebida, resulta un seguro remedio incluso contra el veneno más fuerte…”. Así describía el griego Ctesias de Cnido, galeno a las órdenes del poderoso rey persa Artajerjes II durante el año 308 a. C, al primer unicornio del que tenemos constancia. Él nunca había visto uno, aunque no son pocos los hombres que han conseguido vislumbrarlos, y se basó para escribirlo en descripciones dadas por viajeros procedentes de la India y no pocas pizcas de su propia imaginación. La extraordinaria criatura puede incluso encontrarse citada en la misma Biblia: “El Dios que de Egipto le ha sacado, es para él la fuerza del unicornio” (Números 23:22).
Aunque la descripción del médico griego no tardó en tergiversarse todavía más, y para los años del medievo se consideraban unicornios a criaturas que decían en extremo agresivas, algo cegatas, agraciadas con un bonito cuerpo parecido al de los caballos y con el cuerno largo, entrelazado, como un sueño. Los reyes más poderosos de Europa pagaban precios desorbitados por conseguir un saquito de polvo de cuerno de unicornio, siempre convencidos de que así evitarían ser envenenados. No sería hasta 1509, cuando tropas portuguesas conquistaron la ciudad de Goa y comenzaron a comercializar los bienes que allí encontraron, cuando se descubrió de forma irreparable que los unicornios no eran más que rinocerontes de Sumatra. Siendo naturales de India, China, Myanmar, Sumatra y Borneo, hoy se encuentran en grave peligro de extinción. Unicornios o no, su cuerno en polvo sigue considerándose un poderoso remedio contra el VIH, los infartos o la epilepsia.
Kraken
La criatura más aterradora de los océanos. Se rumoreaba sobre las despiadadas cubiertas del mar Caribe, que existía un pulpo gigantesco con centenares de dientes colocados en filas y tentáculos capaces de partir cualquier mástil sin apenas inmutarse. Una criatura domada por el mismo Satanás y que este controlaba a su antojo, capaz de enturbiar las aguas que le rodeaban mediante alguna clase de sortilegio. El Kraken. También conocido como el Diablo Rojo. Al igual que ocurre con toda leyenda que merezca la pena, la del Kraken tampoco andaba escasa en dosis de exageración, y ya desde sus primeras menciones en crónicas noruegas se habla de su espantoso tamaño, como una isla de grande, de dos kilómetros y medio de grosor, capaz de devorar varios navíos a la vez si se lo proponía. Aunque debe decirse que también se señaló como un cangrejo gigante, o algo parecido, la teoría del pulpo inmenso fue la que más caló entre las tripulaciones del pasado.
En realidad, el kraken suponía un excelente comodín para explicar cualquier naufragio. No son pocos los desastres navales, generalmente provocados por huracanes y fuertes tormentas, en los cuales, a falta de supervivientes que pudieran confirmar esta u otra historia, se terminó por decir que la culpa de todo la había tenido el temible kraken, criatura del mal. Y a otra cosa. Hasta que, llegada la segunda mitad del siglo XIX, se demostró la existencia del calamar gigante. Aquí estaba el famoso Kraken, o krakenes: en los enormes calamares cuya longitud actual puede oscilar entre los 14 y los 18 metros. Incluso se han encontrado huellas de tentáculo fosilizadas que pudieron pertenecer a un calamar ya extinto que llegó a los 80 metros. Se comprende que en la época en que los barcos nórdicos o las pequeñas naos portuguesas se balanceaban en el mar como pedacitos de cartón, estas violentas criaturas no encontraban demasiadas dificultades a la hora de abrazar las embarcaciones, estrujarlas entre sus poderosos tentáculos y devorar a los marineros que caían al agua. Enturbiaban el agua haciendo uso de su tinta negra y, su tono rojizo, casi diabólico, aterraba con razón a los marineros que vivían para contarlo.
Conde Drácula
Aunque el origen del mito de los vampiros se considera una modernización de los diablos sedientos de sangre que tantas y tantas culturas y religiones han utilizado para personificar el mal - o la “sombra” como pensaba Gustav Jung -, vamos a procurar atinar el tiro con uno de ellos. Bala de plata en la recámara. Ristra de ajos levantada. Cosas del estilo harían falta para enfrentarse al temible Conde Drácula. Esta criatura inmortal, pálida, incapaz de ser reflejada por espejo alguno, sedienta de sangre, nocturna, astuta. Un corderito en comparación con el personaje sobre el cual se basó.
Hablamos de Vlad Drácula, el Empalador. Un noble de la región de Transilvania, en la actual Rumanía, cuyo historial en asuntos de violencia no tiene pérdida. Todo recto, empalaba a sus enemigos a la vieja usanza, introduciendo una gruesa estaca por su ano y clavando el extremo contrario en la tierra. En cuestión de horas, el grotesco palo les salía por la boca y ya estaban muertos. El inquietante Vlad disfrutaba con espectáculos de este estilo, le agradaba verlos desgarrarse sin remedio. Hubo otra que dice que invitó a un festín a todos los nobles de la región, solo para envenenar a la mayoría y esclavizar al resto con la intención de que le construyesen su castillo. Una vez terminaron el castillo, empaló a los supervivientes.
Para consuelo de muchos, el visceral aristócrata terminó sus días descuartizado por soldados otomanos en plena batalla, y supuestamente fue enterrado en el Monasterio de Snagov. Pero cuando su tumba fue abierta en 1933, en ella no se encontraron más que huesos y mandíbulas de caballos...
Sirenas
Las sirenas del mito original no se parecen en absoluto a la Sirenita de Disney, con su cabello rojo y su voz olvidadiza. Según las describió Homero en su Odisea, que se trata del primer texto escrito que las menciona, se trataban de extrañas criaturas que hacían de nexo entre el mundo de los muertos y el mundo de los vivos, terribles aves con pecho y cabeza de mujer y cuya voz resultaba irresistible para cualquier hombre. No sería hasta el siglo I a. C cuando el historiador Diodoro de Sicila las describió con tronco de mujer y cola de pez. Desde entonces y hasta hoy nunca ha llegado a negarse por completo la existencia de estas criaturas fatales, basta un rápido vistazo en Google para encontrar fotografías en apariencia reales de sirenas varadas en playas o nadando los mares. Los marineros temían encontrarlas aunque muy en el fondo, muy solos como andaban en sus largas travesías marítimas, deseaban sin atreverse a decirlo encontrarse con alguna.
Cristóbal Colón escribió en su diario de a bordo que “no son tan hermosas como se representan y que sus rostros recordaban más a los de un hombre”, todo esto tras divisar un puñado de sirenas por las cercanías de la costa haitiana. Pobre hombre, zarandeado por el sol abrasador del Atlántico, descubrió sin proponérselo el verdadero origen de las sirenas que tantos como él habían confundido con criaturas antropomorfas. Se trataban de nada más que inocentes manatíes. Grandes focas con aletas parecidas a las que se atribuían a las sirenas y un careto ligeramente parecido al de un hombre. Un hombre bastante feo.
Hombres lobo
Aquí surge una de las criaturas fantásticas más habituales del imaginario colectivo. Si las leyendas fueran ciertas, es posible que no quede un bosque en Europa que nunca haya sido dominado por alguno. España, Dinamarca, Bulgaria, Inglaterra, Francia, Turquía, Rumanía, Estonia, Portugal... no habrá países que escapen de este miedo irracional que supone encontrarse con semejante bestia en lo más profundo de los bosques. Mitad hombre, mitad lobo. Caracterizada por su astucia, en extremo peligrosa, y portadora de una fuerza casi imposible de superar. Ya en tiempos de la mitología griega se mencionan a reyes maldecidos por Zeus y transformados en fuertes lobos, aunque todavía hoy no puede esclarecerse por qué se llegó a creer en la existencia de semejantes criaturas.
Las teorías son de lo más variadas. Hay quienes apoyan la idea de que los hombres lobos no eran más que seres humanos infectados con la rabia o afectados por enfermedades como la hipertricosis, señalados por las mentes simples de sus coetáneos que no se explicaban los arranques de rabia o sus cuerpos cubiertos de pelo. Aunque me resulta más interesante una tercera teoría. Aquella que afirma que en tiempos de hambruna - lo habitual en siglos pasados - ocurría que los mismos coetáneos se alimentaban en ocasiones de cornezuelo de centeno, esta planta que crece en prácticamente cualquier lugar de nuestro país y parece una espiga de trigo. Las semillas de dicha planta contienen dosis de LSD y ocurría que, podría ser, alguna vez, que un ciudadano estaba paseando tranquilamente por el bosque de turno y se encontrase con un oso o un lobo sin esperarlo. Las formas vienen y van, traicionan incluso durante las mañanas más nítidas, y el ciudadano ejemplar no tardaba en ver a un hombre lobo de pelo en pecho, prácticamente indestructible, que le llevaba a correr de vuelta al pueblo como alma que lleva el diablo y jurando por todos los santos que había topado con este animal fantástico.
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