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Samarcanda, seis siglos después de la ira de Tamerlán

Ya sea en el año 300 antes de Cristo o en el siglo XV, la ciudad uzbeka de Samarcanda recibe al viajero cargada de leyendas e historias de asesinos

Mezquitas en Samarcanda.
Mezquitas en Samarcanda.LoggaWigglerpixabay

Existe una leyenda acerca de la construcción de la mezquita de Bibi Khanum. Pero, ¿cuándo nació esta leyenda? Quiero decir que, si pudiésemos retroceder de alguna manera hasta el mismo día en que una vendedora de frutos secos a pie de calle la susurró por primera vez, quizá a un viajero voraz de cuentos, podríamos diseccionar la leyenda y comprobar cuánto de fantasía y cuánto de realidad la mantienen.

El arquitecto y la joven esposa

El año sería 1404. Se comenta entre las calles arenosas de Samarcanda que el todopoderoso rey Tamerlán, el Grande, conquistador sin igual, héroe entre las tribus mogolas, señor de las tierras que se colorean desde Turquía hasta la China occidental, ordenó construir una impresionante mezquita de cuarenta metros de altura, antes de partir con sus ejércitos en busca de victorias nuevas. Encargó a uno de sus mejores arquitectos la construcción y se marchó de la ciudad sagrada de Samarcanda, embutido en su armadura de oro y plata y limpiando los caminos de polvo con las patas robustas de su corcel.

Una de las esposas de Tamerlán, la más joven y hermosa de todas, sentía una curiosidad especial por visitar asiduamente las obras de la nueva mezquita, y conversaba agradablemente con el arquitecto a lo largo de los días. El arquitecto se enamoró de ella. Sin remedio. Sin consciencia. A las pocos semanas de iniciarse la construcción de Bibi Khanum comenzó a cortejar a la joven esposa de Tamerlán, a arrullarle piropos, le regaló joyas y perfumes a diario. La joven esposa se resistió y dijo, no, no puede ser, Tamerlán mandará ejecutarnos, es un hombre temible y poderoso, nos dará caza cuando regrese victorioso de su campaña y nuestro castigo será doloroso. La leyenda continúa en el momento en que el arquitecto apasionado consiguió besar la mejilla de la joven esposa, fue solo un beso fugaz, suave, robado en su mejilla derecha con tacto de terciopelo. Un beso fatal cuya huella quedó irremediablemente impresa en la mejilla de la joven esposa. Un beso que no se borraba, la pobrecita utilizaba agua y perfumes y jabones únicos para limpiarse esta marca imborrable. Un beso que escribió antes de tiempo el destino de la joven esposa y del arquitecto enamorado.

Mezquita de Bibi Khanum en la actualidad.
Mezquita de Bibi Khanum en la actualidad.LoggaWigglerpixabay

Cuando Tamerlán regresó de su campaña victoriosa, con la armadura reluciente de sangre y vísceras del enemigo, llamó a su esposa más joven ante él. Y vio la marca del beso y entró en cólera y rompió vajillas y mandó temblar los espíritus de cuantos le rodeaban e hizo llamar al arquitecto, que desesperado y empequeñecido bajo el poder de Tamerlán se retorció suplicando por su vida. Sin éxito. El arquitecto fue decapitado y la joven esposa arrojada desde el punto más alto de la mezquita de Bibi Khanum.Pero quiso la fortuna, o alguno de los planes ocultos de Alá, que los pliegues del vestido de la joven esposa se abrieran durante su caída, amortiguándola y salvándole la vida. Tamerlán, maravillado por el milagro, decidió perdonar a su joven esposa y olvidar el incidente.

Samarcanda, seiscientos años después. El primer español que llegó a esta ciudad de misterios, el único embajador europeo que fue recibido en audiencia por el feroz Tamerlán, fue Ruy González de Clavijo, enviado por Enrique III de Castilla para granjearse la amistad del rey mogol. Quizá fuera este noble castellano el primer viajero en escuchar la leyenda de Bibi Khanum. Hoy la mezquita se levanta prácticamente intacta a los años, aunque quizá tenga el portón ligeramente inclinado hacia adelante, y los azulejos de colores azules y dorados centellean con una intensidad idéntica a la de hace seis siglos. Los frutales rebosan de vida en los meses de primavera. Afganos, iranios, kazajos, turcos, uzbekos e indios acudían a la ciudad sagrada de Samarcanda en su periplo que recorría la Ruta de la Seda y entraban a la mezquita de Bibi Khanum para rezar sus oraciones. Afganos, iranios, kazajos, turcos, uzbekos e indios se mezclan ahora con las oleadas de turistas británicos, alemanes, españoles e italianos que llegan hasta aquí en busca de fantasías.

¿Qué ha cambiado de Bibi Khanum en los últimos 600 años? Nada. Sigue igual de orgullosa. Igual de obcecada a la hora de evitar que una gota de sangre salpique sus azulejos. Y Tamerlán que la ordenó construir en un delirio de inmortalidad se encuentra ahora enterrado a pocos kilómetros, en la esquina opuesta de la ciudad. Una lápida de piedra nefrítica verde es todo lo que queda de él.

Mausoleo de Tamerlán en Samarcanda.
Mausoleo de Tamerlán en Samarcanda.Samarcanda, UrbekistanSamarcanda, Urbekistan

El asesinato de Clito el Negro

Samarcanda, 2.300 años atrás. El emperador Alejandro Magno, el Grande, conquistador sin igual, héroe de las tribus de Macedonia, señor indiscutible de las tierras por donde susurra el viento desde Atenas hasta los Himalayas, entra en la ciudad de Samarcanda tras cinco años de victorias ininterrumpidas. Le acompañan sus fieles generales Clito el Negro, Hefestión, Ptolomeo, Antíparo, Crátero, Antígono. Jóvenes y viejos por igual se transforman en chiquillos al entrar en la ciudad con mayor esplendor de Asia Central.

Alejandro es un héroe, Alejandro está borracho. En un pedazo de ciudad que hoy palpita adormilado bajo los cimientos de los nuevos edificios, en un salón perdido y olvidado entre las ruinas, el conquistador más grande que conoció Europa discute acaloradamente con Clito el Negro sobre qué dirección seguir en su periplo. Clito arde en deseos por regresar a Macedonia, al igual que muchos generales, e increpa al joven emperador haber desposado a la bárbara Roxana, hija de bactrianos, le insulta porque Alejandro pretende unir las culturas griega y asiática para escándalo de la rama más conservadora de su ejército. Clito está borracho. De haber estado sobrio, jamás se habría atrevido a hablar con tanta impertinencia a su señor.

Están celebrando su victoria en Samarcanda, la ciudad sagrada, en el resquicio mismo de la puerta que les llevará directos al corazón de Asia. Chillando como niños. En un momento de la discusión, Alejandro toma la lanza de uno de sus guardias y atraviesa con ella el corazón de Clito, su amigo, su general más valiente y leal, el mismo Clito que sirvió a su padre y mató con sus propias manos al asesino de Filipo. Clito solo tiene tiempo para mirar confundido la lanza que se hunde en su pecho de guerrero, antes de desplomarse y morir desangrado en ese suelo desaparecido. Los historiadores concuerdan a la hora de indicar este momento de locura ebria como un punto de escisión en la vida de Alejandro Magno. Asesinó a uno de sus mejores amigos y sufrió una depresión durísima, tanto que detuvo su campaña y durante dos meses no quiso recibir más visitas que las de los muchachitos en su lecho.

Las coloridas mezquitas de Samarcanda son el mayor atractivo para cualquier viajero de la Ruta de la Seda.
Las coloridas mezquitas de Samarcanda son el mayor atractivo para cualquier viajero de la Ruta de la Seda.Alfonso Masoliver Sagardoy

Samarcanda, 2.300 años después. Mientras la estatua de Tamerlán todavía vigila a sus súbditos en la plaza de Amir Temur - decenas de hombres han gobernado Uzbekistán tras él, pero Tamerlán todavía controla a cada gobernante desde el poder de su recuerdo - un paseo a fondo en la ciudad no nos permitiría encontrar un solo resquicio de la tristeza de Alejandro. Quizá unas ruinas mal conservadas en algún punto de la carretera que lleva a Kazajistán, vacías de turistas. Hoy la ciudad mantiene el aire de espiritualidad y pensamientos abstractos que la subyugó durante sus años dorados, todavía resplandecen de color azul las cúpulas de sus mezquitas antiguas, y el caos que por lo habitual puede apreciarse en cualquier ciudad de corte musulmán aquí se mitiga, se relaja de alguna manera, como si sus habitantes comprendieran la importancia del suelo que pisan. Cualquier metro cuadrado puede ser el lugar donde enterraron a Clito el Negro, y a tantas otras víctimas de los conquistadores invictos que siguieron a Alejandro. Y saber esto obliga a conceder cierto tiento en cada uno de los pasos que avanzamos en la ciudad.

Bajo el suelo de Samarcanda se aglomeran las leyendas que Asia Central lleva susurrando desde hace más de dos milenios. A quién vaya, sólo le daré dos avisos: tenga cuidado por dónde pisa porque bajo el suelo se amontonan las tumbas, y tenga cuidado de no desatar la ira de los invencibles Alejandro y Tamerlán.