Historia

Campos de batalla en España: la cacería de Simancas

Durante los primeros días de agosto del año 939 ocurrió una de las batallas más significativas y violentas de la Reconquista

Cuadro de la Batalla de las Navas de Tolosa.
Cuadro de la Batalla de las Navas de Tolosa.dil

Los paisajes que se suceden por la ventanilla del coche sufren una ruptura. Imaginemos por ejemplo los campos que rodean Simancas (Valladolid), y juguemos a los soñadores colocando diversos filtros frente al proyector que son nuestras pupilas. Así veríamos a los agricultores del siglo XIX labrando la tierra con el arado; a los agricultores del siglo XV labrando la tierra con el arado; a los agricultores del siglo XII labrando la tierra con el arado; a los ejércitos cristianos y musulmanes del siglo X desangrándose en la tierra sin revuelta. Luego continúa la imagen con los labradores pacíficos del siglo V y del siglo I y así sucesivamente. La ruptura del paisaje la hemos encontrado a las afueras de Simancas, en el siglo X. Un relámpago de acero que sustituyó durante cinco días al hierro del arado.

Y parece interesante pensar que cinco días de acero provocaron un cambio mayor que veinte siglos de labranza. Fue aquí, en Simancas, durante los primeros días de agosto del año 939. Podría ser que los antepasados de algún lector participasen en este destello.

¿Por qué Simancas?

Es bien conocido que las alianzas entre musulmanes y cristianos a lo largo de la Reconquista fueron el pan de cada día. Setecientos años de convivencia dieron para un hermoso racimo de amistades variopintas. Una de estas alianzas fue aquella entre el rey Ramiro II de León (apodado el Diablo por las tropas musulmanas) con el gobernador de Zaragoza, Muhámmad ibn Háshim at-Tuyibi, donde el gobernador de Zaragoza ofreció su vasallaje al monarca leonés. Pero cuando el califa Abderramán III escuchó que uno de sus súbditos había ofrecido los territorios zaragozanos a un rey cristiano, montó en cólera, reunió un ejército colosal de 100.000 hombres llamando a la yihad y marchó a la región del Duero para dejarle las cosas claras al tal Muhámmad, hijo de Háshim, de los tuyibíes. El califa llamó a esta campaña gazat al-kudra, la Campaña del Supremo Poder.

Vista aérea de las ruinas de Medina Azahara.
Vista aérea de las ruinas de Medina Azahara.Rabehttps://creativecommons.org/licenses/by-sa/4.0/deed.en

El califa dejó Toledo atrás con su ejército y saqueó Olmedo, saqueó Íscar, saqueó Alcazarén. Su furia era absoluta. Cabe recordar que Abderramán fue un excelente estratega: había combatido y derrotado en ocasiones anteriores a los pamploneses, liquidó todas las rebeliones en sus dominios, saqueó durante sus aceifas los castillos cristianos apostados a las orillas del Ebro.... Entonces cuando Ramiro II supo que al-Nāṣir li-dīn Allah (aquel que hace triunfar la religión de Dios) marchaba a su encuentro no pudo menos que preocuparse, a la hora de enfrentarse a este hombre infalible, y visiblemente preocupado pidió al resto de reinos cristianos en la península que le echasen una mano, no fuera a ser que Abderramán triunfase y rebasase la frontera que marcaba el río Duero.

Se formaron así dos ejércitos de proporciones enormes para la época. Un ejército musulmán compuesto por bereberes, mercenarios andalusíes, soldados de las Marcas, militares profesionales y voluntarios atraídos por la llamada a la yihad;y un contingente cristiano conformado por soldados de los reinos de León y de Pamplona (todavía no existía el reino de Navarra), efectivos del condado de Castilla y voluntarios asturianos y gallegos. Una barbaridad de carne para machacar en la trituradora de la guerra. Ambas fuerzas se encontraron, como por casualidad, en el margen derecho del Pisuerga, al noroeste de Simancas.

Aquí te pillo, aquí te mato

Covadonga, Guadalete, Simancas y las Navas de Tolosa son las cuatro batallas más significativas de la Reconquista (exceptuando la toma de ciudades como Valencia, Toledo o Granada). Y podríamos decir que Simancas tuvo que pagar con sangre el precio de la fama. Fueron cinco días de combate, desde el 1 hasta el 6 de agosto, donde el campo de batalla rodeó prácticamente toda la localidad y los soldados luchaban primero aquí y luego allá y luego de vuelta acá, como un pilla pilla sangriento; a las orillas del Pisuerga y luego tierra adentro, después con las rodillas hundidas en el fango del río, entre las primeras casas de Simancas, de vuelta a los campos de labranza. Cinco días de batalla. Los simanquinos no salían de casa. Si salías de casa te decapitaban, te atravesaba una lanza, un mazo te golpeaba la cabeza.

A mí me sorprende mucho, cuando visito la localidad y me subo a la pequeña colina donde hoy se encuentra el Archivo General de Simancas, y pienso que estos muros de piedra ya estaban aquí durante la batalla que comentamos, me sorprende mucho pensar en el enorme esfuerzo físico que suponen cinco días de batalla en el medievo. Me parece una puñetera barbaridad. Cinco días a garrotazos, pisoteando los arados con cien patas de caballo, cinco días de persecuciones con la cota de mallas colgando, de actos heroicos y actos cobardes, cinco días de desolación cuerpo a cuerpo. La ruptura de cinco días ocurrida en Simancas es de una fuerza impresionante, capaz de girar por completo el curso de nuestra Historia.

Dicen que San Millán apareció en la batalla de Simancas, y desde entonces fue nombrado patrón de Castilla.
Dicen que San Millán apareció en la batalla de Simancas, y desde entonces fue nombrado patrón de Castilla.CenobioCreative Commons

No se sabe con exactitud el desarrollo de la batalla. El caos fue demasiado. Solo sabemos que murieron miles de hombres en torno a Simancas; en el sitio exacto donde hoy crecen alegres verduras y hortalizas. Incluso dicen que San Millán y Santiago se aparecieron durante la batalla para luchar junto a las tropas cristianas, y la imagen que estamos conformando se intensifica hasta adquirir tintes de fantasía. Se crea una especie de Troya castellanizada a partir de Simancas, donde los hombres y las divinidades comparten intereses y guerrean codo con codo.

La emboscada en el barranco misterioso

Es que batallas como esta pululan entre la fantasía y la realidad. Las leyendas cubren los agujeros que la Historia no pudo rellenar y nuestra visión se ve copada por seres luminosos encharcando la tierra con sangre de los mortales, armaduras brillantes y repujadas con figuras de oro, estandartes limpios y luego desgarrados, reyes divinizados. Estas batallas se cocinan así: un poquito de fantasía por aquí, otro poco de realidad, un buen puñado de sangre para aderezar. Menudo espectáculo de pasión y de horror debió darse en Simancas durante los primeros días de agosto del 939. Delicia y goce para los dioses de la muerte.

Cuando Abderramán supo que la batalla estaba perdida, se batió en retirada, dejando atrás su campamento. Y los cristianos, más animados que un cachorro con un hueso nuevo, corrieron tras los musulmanes para finiquitar la victoria. El pilla pilla rápido y cortante de Simancas se transformó en otro más largo, más estirado en los paisajes a partir de la orilla sur del río Duero, hasta que los cristianos dieron caza a Abderramán en la región de Soria. Emboscaron a los musulmanes junto al barranco de Alhándega (es un barranco cuya localización exacta se desconoce, aquí se funden y confunden la fantasía y la realidad de la batalla, hasta que se libró en un escenario que levita por encima de cualquier concepto) y los acorralaron. Más de diez mil musulmanes aterrorizados cayeron por el barranco o fueron pasados por la espada cristiana.

El Archivo General de Simancas.
El Archivo General de Simancas.AYUNT. DE SIMANCAS.

Fue una masacre de manual, como las que aparecen en las películas. Los olores a jara y encina se confundieron con una serie de esencias de fuerte sabor, de sangre liberada y de metal tostado. Como español parece sencillo alegrarse por esta victoria apabullante pero, como hombres, la escena tenebrosa consigue entristecernos, y se nos erizan los pelos de la nuca que nos conectan a la humanidad. Y lo pienso una y otra vez: qué festín suculento se dieron los dioses de la muerte desde Simancas hasta Soria, probando un nuevo bocado por cada palmo de tierra acuchillado.

Como resultado, Abderramán (que había estado a un tris de despeñarse en el barranco de Alhándega y no se quitó el susto del cuerpo lo que le quedó de vida) jamás volvió a dirigir sus ejércitos en batalla y mandó ejecutar a todos los generales que consideró culpables de su derrota. Ramiro II se ganó el apodo de el Diablo, comprensiblemente. Pero el resultado de la batalla no se tradujo tanto en ganancias territoriales, sino simbólicas. Mientras los reinos peninsulares mantuvieron idénticas sus fronteras después de la contienda, los rumores sobre la aparición de los patrones, la aniquilación de un número tan elevado de enemigos y, en definitiva, los tintes de leyenda que adquirió la batalla, inyectaron una especie de fuerza y determinación en las venas cristianas. Que entre una cosa y otra llevaría a la conquista de Granada quinientos años después.