Viajes

Cinco historias violentas que ocurrieron en Covarrubias

La cuna de Castilla sirvió como campo abonado para algunas de las anécdotas más virulentas de nuestra Historia

Una mujer descansa en un banco junto a las murallas de Covarrubias (Burgos)
Una mujer descansa en un banco junto a las murallas de Covarrubias (Burgos)Juan Carlos Marcos Martíndreamstime

Parece sorprendente que algunos de los agentes que han conformado nuestro pensamiento son ahora desconocidos para millones de personas. Nombres esfumados en la neblina de la Historia sirven de sólidas bases para nuestro comportamiento del día a día y, sencillamente, como si la humanidad fuera una única y torpe criatura con breves destellos de astucia, susurras el nombre de Covarrubias y la criatura ni se inmuta. Pero conviene saber que hace no demasiados años (qué son mil años para el Universo, son un puntito diminuto, una fracción de un pestañeo) cientos, puede que miles de personas habrían sido capaces de ofrecer su vida por escuchar este nombre una última vez. Y creo que es aterrador, aunque también hermoso, comprobar cómo un nombre sufre este intrincado proceso de transmutación hacia el olvido.

Hoy visitamos Covarrubias en busca de la violencia perdida de su nombre, chupamos el tuétano que se resbala entre sus vocales. Hasta sacarnos de la manga un artículo brutal y alejado de los romanticismos típicos del viajero, puramente sumergido en una época que ya no existe, podría ser, aunque nuestros ojos vean el mismo paisaje y nuestros oídos oigan los susurros de los mismos pajaritos que se alimentan de nuestros recuerdos sepultados.

La Torre de Covarrubias

A mediados del siglo X, Castilla todavía no había alcanzado la categoría de reino. A los ojos de Dios y de los mortales, este fértil pedazo de tierra que abarcaba partes de las actuales Burgos, Álava, Palencia y La Rioja no era más que un condado revoltoso y en continuo enfrentamiento con las hordas musulmanas y otros reinos cristianos peninsulares. El conde de Castilla en 935 era Fernán González (el mismo que apuñaló a decenas de enemigos en la legendaria Batalla de Simancas, instauró uno de los primeros linajes de los reyes de León y combatió contra todo quisqui que se acercara a menos de cien kilómetros de sus fronteras). Fue él quién asentó las bases del que poco después sería el reino de Castilla, es un personaje histórico cuyo nombre bucea en las brumas del tiempo pero que, sin duda, es una causa primera de nuestra identidad nacional.

Fíjense lo que cuenta una leyenda sobre él: cuando su hija doña Urraca se negó a casarse con un príncipe de León, supuestamente porque ya estaba enamorada de un humilde pastor de Covarrubias, el conde Fernán González entró en cólera. Necesitaba ese matrimonio para enlazar su sangre con el reino de León. Ni corto ni perezoso, el ambicioso conde cogió y emparedó a la pequeña Urraca, a su propia hija, una muchachita dulce y soñadora que se creyó a rajatabla las ociosas novelas románticas, en esta torre que todavía hoy sigue en pie. Elevada sobre los árboles, con nada más que un pequeño ventanuco en su piso superior desde donde observar la libertad, la Torre de Covarrubias supone nuestro primer paso en la histórica villa, y es un paso de traiciones, la traición de un padre a su hija (o de una hija a su padre, si le preguntásemos al belicoso conde). Aunque el castigo debió surtir su efecto porque, cuando Urraca fue liberada, terminó casándose no con uno ni con dos, sino con tres reyes diferentes a lo largo de su vida.

Ermita de San Olav

Supongo que ocurrieron tantas tragedias en Covarrubias como pago siniestro por haberse convertido en la cuna de Castilla. Que los hombres poderosos también tienen que inclinarse ante figuras superiores y que ellos también lloran y ofrecen sacrificios. Este tipo de hombres obsesionados con su visión, cuando la visión es enorme y magnífica, pagan enormes cantidades de sacrificios a dioses y diablos por igual. Una víctima de estos sacrificios fue la princesa Kristina de Noruega.

Ermita de San Olav, construida con madera y hierro, a las afueras de Covarrubias.
Ermita de San Olav, construida con madera y hierro, a las afueras de Covarrubias.aBSENTEdreamstime

Viajó el larguísimo camino hasta Castilla en 1258, con la intención de convertirse en la segunda esposa de Alfonso X el Sabio. Este rey archiconocido ya estaba casado con Violante de Aragón pero, según dicen, parece ser que su esposa no era capaz de darle descendencia (triste obligación exclusiva de las consortes de los reyes) y el monarca planeaba repudiarla y desposar con la princesa noruega. La prensa rosa del medievo debía ser un soberano cachondeo. Pero fue un desastre para la pobrecita Kristina porque mientras navegaba hacia Castilla, Violante quedó encinta, y los intereses de Alfonso X cambiaron con el primer llanto de su primer hijo varón. Todavía deseoso por forjar una nueva alianza con Noruega, desposó en su lugar a Kristina con su hermano Felipe, infante de Castilla, se sacudió las manos y siguió con los asuntos del reino.

Kristina pidió a su nuevo esposo que levantase una ermita en honor a San Olav (el actual santo patrón de Noruega) pero ya sabemos cómo funcionan los hombres, especialmente si son poderosos, y lo que vendrá a continuación no debería extrañarnos. Se vuelven caprichosos, olvidan a sus esposas, hacen promesas que nunca llegan a cumplir. El infante Felipe aseguró a su mujer que construiría la ermita pero nunca se molestó en hacerlo. Hasta que Kristina murió enferma de melancolía en Sevilla, muy lejos de su tierra, abandonada por todos sus amores, tan solo cuatro años después de pisar Castilla por primera vez. Y no fue hasta el siglo XXI cuando Pablo López Aguado y Jorge González Gallegos construyeron la actual ermita de San Olav en Covarrubias, cumpliendo el único deseo que nos queda de la desafortunada princesa. Su tumba está situada en la excolegiata de San Cosme y San Damián, también en Covarrubias.

Ruinas de las murallas

Durante sus primeros años de vida, Covarrubias fue una villa fuertemente amurallada. Algo evidente, por otro lado, teniendo en cuenta las complejas circunstancias del medievo, que fue una época de avances pero también de traición y guerra. No fue hasta la época de Felipe II que su médico personal ordenó el derrumbe de las murallas como medida para combatir una espeluznante epidemia de cólera que afectaba a Covarrubias, con la intención de que el viento entrase sin dificultad y sanease las calles infectadas.

Nunca había visto una localidad donde la cólera ha producido esta destrucción tal, es escalofriante, que fue capaz de desmoronar en pocos meses las gruesas murallas que aguantaron quinientos años de batallas. Aquí encontramos el núcleo de la violencia de Covarrubias, en su periferia, en el nombre de la enfermedad, palpita el éxtasis de la barbarie entre las ruinas de estas murallas derrotadas por algo tan minúsculo y difícil de palpar como una enfermedad virulenta. Cierra los ojos cuando las encuentres y escucha el estrépito de su caída.

Monasterio de San Pedro de Arlanza

Ruinas del Monasterio de San Pedro de Arlanza.
Ruinas del Monasterio de San Pedro de Arlanza.Alfonso Masoliver Sagardoy

El monasterio también está en ruinas pero una guardia de seguridad vigila el recinto desde fuera. Y nos comunica que las ruinas están cerradas porque llevan “haciéndose tareas de vigilancia y limpieza de níqueles” desde hace dos años. Yo pregunto cuándo volverá a abrir, a lo que mi esfinge personal responde: “eso yo no te lo puedo decir, Dios sabrá”, y suspira. Ella no sabe que yo lo sé pero conozco la vieja historia que cuenta cómo el Diablo hizo la vida imposible durante décadas a los habitantes del edificio original del monasterio, antes una ermita. Y que los pobres ermitaños fueron a pedir ayuda a un caballero templario que debía pasar por la zona, recién llegado de Tierra Santa, ya anciano y muy ducho en las artes esotéricas.Continúa la leyenda, casi un mito, diciendo que el templario retó al Diablo a jugar a un curioso juego traído de aquellas tierras, un juego curiosísimo que hoy conocemos como tres en raya, y es así de simple: marcó debajo de una de las fichas un símbolo especial para repeler demonios, similar a un desinfectante divino, y cuando el Diablo tocó la ficha sin saberlo se quemó la mano y desapareció jurando en arameo.

Campos de batalla ocultos a simple vista

Aquí termina este recorrido de violencia por la legendaria villa de Covarrubias, donde los mitos y la historia confluyen hasta estallar. En el suelo que pisamos. Es un campo de matanza ideal para decenas de combates cuyos héroes y villanos hemos olvidado. Son batallas tan desconocidas que no podríamos encontrarlas en los libros de Historia, aunque aquí pisaron los celtíberos y los romanos y los musulmanes y los castellanos y los navarros y los aragoneses y los carlistas y ya sabemos que todas estas tribus eran tremendamente belicosas. Hoy Covarrubias está catalogada como uno de los pueblos más bonitos de España y me parece curioso comprobar cómo los nombres se mantienen y la sangre se diluye hasta convertir este escenario de tragedias en un apetecible destino turístico. Asoma entre los edificios de piedra antigua una belleza crespa y retorcida, hipnótica a los sentidos, poseída por el Diablo que todavía merodea y se lamenta próximo al Monasterio de San Pedro de Arlanza.