Viajes
No olvidemos el reino de Nájera
Castilla, Aragón, Navarra, León... pero curiosamente, pocos recuerdan el reino de Nájera por el que tantos hombres dieron la vida
Esto de la Historia es un asunto fascinante. Nos empequeñece a todos. Nos convierte en hormigas minúsculas frente a la inmensidad del tiempo, en hormigas cada vez más chiquititas, hasta que antes o después terminamos por adquirir el tamaño de un microbio y nos esfumamos. Puf. Lo empequeñece todo. Ciudades que siglos atrás merecieron la sangre de diez mil hombres y las lágrimas de diez mil viudas se convierten con el paso de los años en pequeñas y agradables localidades de gran interés turístico. Los árboles se derrumban, las montañas se achatan. Nada se mantiene porque la Historia es un demonio inestable, caprichoso. Entre los placeres más sorprendentes de viajar se encuentra el de ser testigos de esta clase de cambios.
Ocurrió con Babilonia, Cartago, Petra, Persépolis, Tebas. Ciudades tan ricas y poderosas que incluso el oro se sentía intimidado frente a ellas hoy son ruinas, o se desplazaron lenta e inexorablemente a la categoría de ciudades de segundo o tercer nivel. Ocurrió con Nájera. Que nunca perdió su belleza pero no pudo evitar perder su poder.
Breve repaso al cuento de Nájera
Los viejos edificios actúan como fantasmas que nos recuerdan su época dorada, los monumentos que hace tiempo desaparecieron también parecen susurrárnosla. Estamos en Nájera, una localidad de poco más de 8.000 habitantes situada a 30 kilómetros de Logroño. Los cerros que rodean los hogares son de piedra rojiza y blandengue, han sido erosionados por el agua y el viento y los mordiscos de las ovejas desde hace siglos. Este color de la piedra se baraja con los edificios medievales y la sensación es inmediata, parecería que los mismos edificios procuran confundirse con los cerros. Estamos en Nájera y los edificios de piedra y de cemento se esfuman por medio de la imaginación, y el asfalto de las carreteras también desaparece. En su lugar brotan de la tierra una serie de chozas de cuero y madera.
Y ahora, ¿estamos en Nájera? Sin quererlo hemos regresado a los años en que sus primeros pobladores se asentaron aquí, durante la Edad de Bronce. Ninguna de las formas ni nombres de Nájera existen todavía. Entonces, ¿dónde estamos? Si las formas y los nombres son diferentes, si preguntamos a uno de los lugareños y mediante una serie de gruñidos guturales este nos contestara un nombre prácticamente impronunciable, no podríamos decir que estamos en Nájera. Casi podríamos decir que no estamos en este mundo.
Es demasiado complicado. Mejor será saltar. Un brinco y aterrizamos junto a un nutrido grupo de legionarios patrullando la ciudad. Hablan en latín, desenvainan los gladius porque nos han confundido con rebeldes berones. Otro brinco más. Hemos vuelto a introducirnos en el mundo equivocado porque parecería que estamos en Siria, aquí a nuestro alrededor junto a los cerritos semidesérticos se desenvuelven con gestos gráciles los hombres con turbante y piel tostada del desierto, hablan una lengua bella y piadosa.
Un último salto: soldados castellanos e ingleses se enfrentan contra un ejército de mercenarios franceses y nobles aragoneses a las puertas de Nájera. La llaman Nájera, ya sí, después de castellanizar el nombre Naxára que le dieron los musulmanes. Y los nombres que suenan en la batalla también son todos inmortales: Eduardo de Woodstock, conocido como el Príncipe Negro; Pedro I, apodado el Cruel; su hermano Enrique de Trastámara, el fratricida; y Bertrand du Guesclin, héroe francés en la Guerra de los Cien Años. Cuatro reinos se enfrentan en los campos de Nájera en la primavera de 1367, aunque cerca de 5.000 hombres morirán antes de que termine la jornada.
Nájera de Navarra
¿Ven ahora cómo Nájera fue importante? Y más que importante, crucial para los intereses de uno, dos, tres, cuatro reinos. Nadie lo diría ahora, mientras paseamos esta bellísima localidad que atraviesa el Camino de Santiago y reporta una paz de lo más agradable al visitante. Pero, en algún lugar de estas calles, ocurrieron una serie de hechos que fraguaron la Historia de nuestro país con la misma furia que un escultor acuchilla los hombros de su obra.
Aquí nació y fue enterrado el rey García Sánchez III de Nájera y de Navarra, en un tiempo en que Nájera estaba considerada - no se pierdan la sorpresa - como un reino propio. Fernando III el Santo fue coronado en el paseo de San Julián. Pedro I saqueó la ciudad con una violencia terrorífica después de vencer en la batalla que ya hemos citado. Nájera incluso jugó un papel fundamental en la Guerra de las Comunidades al posicionarse del lado de Carlos I contra los sublevados. Fue saqueada por los franceses e, incluso, saqueada por su propio señor tras una revuelta de campesinos en 1520.
Ya sé que he escrito demasiados nombres y demasiadas fechas y que el lector se sentirá probablemente abrumado por tanta información, pero precisamente busco esta sensación. Quiero que el lector camine por las callejas apacibles de Nájera y no pueda evitar escuchar el laberinto de nombres y lanzas y traiciones que todavía susurran sus edificios más antiguos, los que aún recuerdan. Quiero que el lector se sienta pequeño y abrumado, como me sentía yo al reconocer que, numerosas localidades españolas que parecen estar destinadas al puro turismo, son en realidad mucho más, van más allá, y años atrás fueron ciudades poderosas que no se habrían molestado en masticarnos antes de escupirnos de vuelta al campo. Quiero que el lector se arrodille frente a Nájera y la trate con la devoción que merece.
Qué visitar
Como todo acto piadoso, una visita a Nájera exige rendir culto a una serie de esquinas y montañas de ladrillo. La primera parada es también la más importante, en el Monasterio de Santa María la Real de Nájera que ordenó construir García Sánchez III a mediados del siglo XI. Cuenta la leyenda que el monarca se encontró mientras cazaba con una imagen de la Virgen encajada en una cueva, y su devoción por la madre de Cristo era tal que ordenó levantar un templo en su honor. Y el estilo románico con evidentes detalles mozárabes convierten este monumento en la muestra perfecta de arquitectura medieval riojana: los muros altos y lisos, horadados por nada más que finísimas saeteras para disparar desde dentro a posibles atacantes, demuestran que este templo se construyó en tiempos de guerra y para la guerra; el claustro del monasterio y sus columnas con filigranas pretenden comunicarnos que cuando afuera hubo guerra, aquí dentro se vivió en paz. Y es precioso.
El Castillo de la Mota (no confundir con su homónimo vallisoletano) es prácticamente invisible. Un día cualquiera comenzó a derrumbarse y desde entonces no ha parado. Ahora colabora con los cerrillos que mencionábamos antes y parece querer regresar a los años en que sus piedras se mantenían intactas. Dentro de unos años, no demasiados, las piedras habrán logrado su objetivo y ya no distinguiremos el castillo del cerro. Entonces sería buena idea ir a visitarlo ahora que todavía lo habitan sus fantasmas.
La Iglesia de Santa Cruz y el Convento de Santa Elena tampoco pueden escapar a la visita. Son recuerdos muy viejos que corremos el riesgo de olvidar y, si lo hiciéramos, terminaríamos por olvidarnos también a nosotros mismos. No importa la procedencia del viajero siempre que sea español; conviene recordar en Nájera para recordarnos a nosotros mismos. Y ya terminando el día, degustando alguno de los asados del Mesón El Buen Yantar, podríamos brindar por García Sánchez, Fernando III y los mercenarios franceses. Y por nosotros mismos, claro que sí, porque hoy volvimos a recordar.
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