Viajes
¿Es Barcelona segura para los turistas?
Con las estadísticas en una mano y el mapa en la otra, recorreremos la Ciudad Condal buscando una respuesta que nos satisfaga
Los números son irrefutables. Si los científicos más prestigiosos del mundo anunciasen hoy por el televisor que un asteroide impactará próximamente contra la Tierra, cundiría el caos más absoluto entre nosotros, como en las películas. Pero el saqueo de tiendas, las actuaciones desenfrenadas, los fútiles esfuerzos policiales por contener a la población, los planes de evacuación, las oraciones, todo el caos se detendría durante un segundo mientras los científicos indican la distancia exacta, calculada, matemática a la que se encuentra el bólido apocalíptico en los momentos del fatal anuncio. Tras anunciar la cifra (por ejemplo, noventa mil millones de kilómetros de distancia), el mundo entero se detendría para pensar un momentito: ¿noventa mil millones de kilómetros, dices? ¿Y eso qué significa? ¿Que llegará hoy el meteorito? ¿Mañana? ¿Dentro de un millón de años? ¿Me dará tiempo a ir al baño? ¿Qué significa para nosotros una cifra tan exacta?
Esta pequeña confusión ocurre con muchísimas cifras. Ya lo decía Albert Camus en su novela de La Peste: “El anuncio de que durante la tercera semana la peste había hecho trescientos dos muertos no llegaba a hablar a la imaginación. Por una parte, todos, acaso, no habían muerto de la peste, y por otra, nadie sabía en la ciudad cuánta era la gente que moría por semana. La ciudad tenía doscientos mil habitantes y se ignoraba si esta proporción de defunciones era normal. Es frecuente descuidar la precisión en las informaciones a pesar del interés evidente que tienen. Al público le faltaba un punto de comparación”. Yo no puedo explicarlo mejor que el premio Nobel argelino. Al público le falta un punto de comparación. Entonces, cuando hoy abrimos los periódicos y no leemos sobre las cifras de la peste ni alarmantes anuncios que tratan meteoritos exterminadores, pero sí que leemos acerca de la inseguridad actual en Barcelona, la ciudad con más delincuencia de España junto con El Prat de Llobregat, entonces ojeamos las abrumadoras cifras y nos encontramos en la misma situación de antes.
Los números de Barcelona: según datos del Balance de Criminalidad del Ministerio del Interior, en los tres primeros trimestres de 2021 se cometieron 91.434 infracciones penales en la Ciudad Condal. Dicho de otra manera, se ha cometido una infracción penal por cada 18,14 habitantes. Dicho de otra manera, se han cometido una media de 338,64 delitos al día, o dicho de otra manera, 14 delitos por hora, o dicho de otra manera, poco más de un delito cada cuatro minutos. Estas cifras de inseguridad (que han llegado incluso a aparecer en periódicos internacionales) han acarreado unas consecuencias nefastas a la histórica ciudad, golpeando, entre otros muchos sectores, al ya dolorido sector turístico barcelonés. Pero volvemos a la misma situación del meteorito, seguimos estancados en la materia de las matemáticas. ¿Qué significan estas cifras? ¿Quieren decir que, por cada 18 habitantes que me cruce en Barcelona, me encontraré con un atracador, un violador, un asesino? ¿Cada hora que pase en la ciudad me veré expuesto a sufrir no uno ni dos, sino catorce atracos de corrido? ¿Y dónde está mi comparativa, cuáles son las cifras de Madrid, de Londres, de Nueva York, de Caracas? Pueden decirnos que la tasa de criminalidad en España es de un 37,31 y que Barcelona se encuentra actualmente en un valor de 51,79, pueden darnos muchísimos más números pero seguiremos sin resolver la pregunta que nos atañe como viajeros: ¿es seguro viajar a Barcelona?
No me parece una mala pregunta. Todavía hay gente que piensa que no es seguro viajar a Senegal, todo porque un día vieron una película de Leonardo DiCaprio que estaba ambientada en los años 90 de Sierra Leona (y eso que la tasa de homicidios en Sierra Leona es hoy menor que la de Estados Unidos, Argentina o Groenlandia). Pero, ¿qué es más seguro a día de hoy, viajar a Dakar o a Barcelona? Para resolver este tipo de dudas que los números no llegan a solucionar completamente, como viajeros solo tenemos una forma de finiquitar la cuestión y dejando el mínimo espacio para la duda. Es inevitable, tenía que ocurrir desde que nos bailaron los primeros números frente a los ojos. Es inevitable. Tendremos que ir a Barcelona disfrazados de turistas, zambullirnos en las entrañas de la criatura y patearnos sus intestinos de cemento y cal, codearnos con los diferentes seres que pululen por sus sombras. Buscar en las esquinas no números, sino ejemplos vivos que nos permitan radiografiar la ciudad a un nivel mucho más asequible para nuestro torpe intelecto.
Ahora estoy en Barcelona, con toda la ilusión, alojado en el barrio de El Raval (que según algunos medios se trata de una de las zonas más “peligrosas” de la ciudad), en el ojo del huracán porque durante una semana me dedicaré a pasear por la noche, callejear entre las aceras más estrechas que me encuentre, acercarme hombro con hombro a los tipos con peor pinta y que, según las estadísticas, más probabilidades tengan de robarme la cartera. El cebo de mi cartera consistirá en un billete de diez euros y una tarjeta de crédito caducada. Este es el experimento que se dispone a iniciar un periodista de viajes de LA RAZÓN, con el fin de resolver nuestras preguntas angustiadas. Por lo pronto, apenas llevo quince horas aquí y ya he tenido la ocasión de esclarecer un poco el asunto.
El taxista que me llevó al hotel era un pakistaní la mar de simpático. Con los únicos con los que no era simpático es con los trabajadores de Uber y de Cabify, a esos no los soportaba, y lo sé porque llegó un momento en nuestra conversación donde que me confesó, más bien alardeó de una ocasión que se reunió con un grupo de colegas taxistas y destrozaron siete coches de Uber, me lo dijo así, que rompieron las ventanas y los retrovisores y luego les pincharon las ruedas. A mí me preocupó haber entrado en una ciudad donde los taxistas alardean de sus delitos ante los pasajeros, sin temor a sufrir una represalia, aunque mi investigación todavía está empezando y no quiero juzgar a millón y medio de personas por las bravuconadas de un solo individuo. El taxista también tenía su opinión sobre los carteristas: “hay gente que se dedica a conducir taxis, como yo, y otros se dedican a robar carteras, no pasa nada, ninguno hace daño a nadie, solo roban la cartera y se van, ya está”.
Horas después, vigilando a las dos de la madrugada desde el balcón de mi terraza, cuando la calle ya se había vaciado de las familias con niños, de los jubilados, los jovencitos buscando una terraza para beber su cerveza, a las dos de la mañana observé cómo la Rambla del Raval se transformaba en un improvisado supermercado de alcohol, drogas y chillidos descalibrados de los distintos borrachos que cruzan de una acera a otra con total aleatoriedad. En esta primera fase de la investigación ya hemos dado con un matiz a resaltar. ¿Un aumento de la delincuencia significa necesariamente un aumento en la inseguridad del viajero? Debe ser que sí, pero si bien he sido testigo en las últimas quince horas de un puñado de delitos (en tiempo real o en diferido), todavía no encontrado ninguno que atente contra la seguridad del bendito alemán que viene a hacerse fotos con el gato de Botero. Todavía. Seguiremos investigando.
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